Lluvia

22/10/2017 - 12:30 Marta Velasco

Pero después de este largo y cálido verano, deseo una tarde de lluvia como quien desea una cerveza fría.

Volvió la lluvia. /No volvió del cielo /o del Oeste. /Ha vuelto de mi infancia”. Tiene razón Neruda, la lluvia siempre vuelve de la infancia. Llueve tan poco que se ha quedado antigua, como una foto en blanco y negro. Recuerdo una tormenta en el Bosque, con truenos como rocas chocando, relámpagos restallantes iluminando los confines del cielo y ríos de agua escurriendo a raudales por la tierra tan roja de Sigüenza. Y también una lluvia de mis días de colegiala, camino de las francesas, con un paraguas pequeño y las katiuskas, pisando fuerte los charcos del callejón de los guardias. Mi tío Rafa, con su mejor sonrisa, salía a darme los buenos días.
    Tengo tanta gana de lluvia que ya la olfateo alguna noche desde un sueño profundo y suele ser el camión de la limpieza, que riega la calle. Me apetece una lluvia ligera de ciudad, una lluvia de salir del cine corriendo, con toda la calle charolada de luces. Quiero olerla, verla bailar con Gene Kelly, cantando y mojando los zapatos. Tampoco estaría mal un buen chaparrón inglés, el aguacero dominical que obligaba a Guillermo el Proscrito a resguardarse en el cobertizo.
    Temo la lluvia en su desmesura, la de García Márquez, que dura cuatro años, once meses y dos días, mientras el mágico mundo de Macondo y hasta la piel de los hombres, reverdece y se hace musgo. Temo la que se lleva las cosechas y la vida porque lo peor de la lluvia es que no tiene medida, unas veces es poca, que no te llega a la piel, y otras es devastadora.
     Pero después de este largo y cálido verano, deseo una tarde de lluvia como quien desea una cerveza fría, da igual como venga, del cielo, del oeste, reposada y tenaz, como la que nos estropeaba los domingos antiguos, o nacida de esta primavera otoñal, algo loca, revolviendo nubarrones, apaciguando incendios, espantando palomas urbanitas, dando un respiro a las siete de la tarde.
    Si la lluvia pasa por Cataluña, ojalá lave los malos motivos, alivie las tensiones y nos traiga la paz, aunque no volverá el amor deslumbrado que yo les tenía. Como ocurre en esas parejas que se aman a través del tiempo adverso y, un día, de repente, se reconocen dolorosamente extraños, a mí me ha pasado con Cataluña. Quizá olvide, tal vez perdone, pero nunca más creeré que son aquellos hermanos que me seducían con su inteligencia. Ahora tengo una imagen de varios desconocidos, una foto de grupo con señora. Y por eso, la lluvia que venga mañana ya no será la de mi inocencia.
    Porque un día de estos, por sorpresa, volverá la lluvia, y volverá de mi infancia. Pero ya no saldrá el tío Rafa a verme mojar las katiuskas, saltando en los charcos del callejón de los guardias.
     “Mar de arriba, / rosa fresca, / desnuda, / voz del cielo, / violín negro, / hermosura. /Desde niño te amo/ no porque seas buena/ sino por tu belleza.” Dice Neruda.