Los niños de las guerras

16/02/2018 - 20:14 Jesús de Andres

No hay constancia de que hubiera niños alcarreños entre aquellos que fueron enviados a Rusia, pero sí de evacuaciones realizadas desde Guadalajara a zonas más seguras entonces.

Puede visitarse estos días en el Archivo Histórico Provincial de Guadalajara –cuya labor de divulgación cultural merece un sobresaliente sin matices– la exposición Entre España y Rusia. Recuperando la historia de los niños de la guerra. En ella se rescata una parte de nuestra historia, aquellos 2.895 niños españoles que fueron evacuados a la Unión Soviética entre 1937 y 1938 para ser preservados de la guerra, del hambre y los bombardeos, cuyas vidas tomaron un rumbo insospechado, lejos de su familia y de su patria, echando raíces en la tierra que les dio acogida. A través de la exposición puede recorrerse la historia de Europa en el siglo XX, pero no desde los grandes acontecimientos, las fechas y los hechos señalados, sino desde la vivencia personal de aquellos jóvenes refugiados que salieron de España sin saber cuándo volverían, en algunos casos nunca. A través de distintos paneles la exposición muestra cómo la guerra cambió afectó a la infancia, de qué manera los niños fueron socializados e instruidos por los dos bandos, qué vida llevaron en su exilio, cómo les tocó además vivir la II Guerra Mundial y cuántos y de qué manera retornaron, así como los problemas de su repatriación, en ocasiones al cabo de décadas desde su partida.
    No hay constancia de que hubiera niños alcarreños entre aquellos que fueron enviados a Rusia, pero sí de evacuaciones realizadas desde Guadalajara a zonas más seguras entonces, como Valencia y Cataluña. En 1937 fueron enviados 153 niños desde la Casa Hogar de la Infancia, organismo dependiente de la Diputación Provincial, quien desde su fundación en el siglo XIX se encargaba de la acogida de niños huérfanos y expósitos a través de su Casa de Misericordia o inclusa. En una Guadalajara cercana a un Madrid sitiado, próxima al frente y rodeada de batallas, en una Guadalajara bombardeada por la aviación franquista, se tomó la decisión de alejar a los niños, de llevarlos a lugares como Barcelona, Tarrasa, Caldas de Montbui o Ripoll del Vallés (actual Sant Llorenç Savall), entre otros, acabando algunos de ellos en Francia tras la caída de Cataluña. Es esta segunda parte de la exposición la más interesante, por novedosa, y por ser resultado del brillante trabajo realizado por Verónica Sierra y Rafael de Lucas, comisarios de la misma.
    En el acto inaugural, presidido por el embajador de Rusia en España, se recordó a aquellos niños que hoy, en el mejor de los casos, son octogenarios. Señaló el Delegado de la Junta en Guadalajara, Alberto Rojo, que los niños son las grandes víctimas de las guerras y que hay que acordarse de los niños de nuestra guerra, pero también de los niños de todas las guerras. Efectivamente, aunque –como bien ha estudiado Steven Pinker– la guerra cada vez ocupa un lugar menor en nuestras sociedades, los niños siguen formando parte de ella como niños soldados, como víctimas o como refugiados. Ojalá que en el futuro no sea necesario realizar exposiciones como esta en ningún país del mundo.