Los paletos

21/07/2018 - 17:08 José Serrano Belinchón

El desprecio por lo rural de años y de siglos atrás ha cambiado mucho durante los últimos cincuenta años. 

La Real Academia de la Lengua define  la palabra paleto como “persona rústica y zafia”, así, a secas, sin ningún tipo de matices ni diversificaciones. Yo he sido paleto alguna vez,  y,  dado el momento y las particulares circunstancias de cuando aquello fue, hasta me siento un poco honrado de haberlo sido, incluso de serlo todavía. La ventaja, entre otras muchas con las que contamos cuando se peinan canas, es que tenemos los pliegues de la memoria y las celdillas del corazón cargados de recuerdos.

¡Ya están aquí  los  paletos!, nos solían gritar sin pudor  los golfillos de la madrileña calle de Fortuny, cuando en el  mes de junio, advertían  la llegada con sabor a pueblo de cuatro o seis preadolescentes acompañados de don Leovigildo, nuestro maestro, para examinarnos de los primeros cursos de Bachiller por enseñanza libre.

El desprecio por lo rural de años y de siglos atrás ha cambiado mucho durante los últimos cincuenta años. Los medios de comunicación y de información en general han ido poniendo las cosas en su sitio, aminorando las diferencias de manera efectiva, hasta el punto de que los porcentajes por cuanto a formación  se refiere, haya disminuido considerablemente. Ignoro si a estas alturas pueda existir en un pueblo cualquiera de Castilla, un solo hombre o mujer que no conozca Madrid, o la capital de su provincia siquiera; y si existiese, conoce, aunque no hubiera entrado en ella, el cotidiano estar  y desenvolverse del vivir capitalino a través de la televisión.

Otra cosa sería la cultura como tal, fruto del cultivo paulatino del espíritu, consecuencia del tiempo, del ambiente y del contacto personal con la realidad del momento. Ahí está la diferencia, que a  veces nos sorprende. ¿Quién no ha conocido al anciano de su misma calle en el medio rural, cuyo entretenimiento es, o antes lo fue, leer y leer mientras que la vista se lo permitió.

He pasado unos días en Olivares de Júcar, mi pueblo natal. Los muchos años transcurridos  desde que  viví en él, han elevado el nivel económico y cultural de manera considerable. Sólo queda el recuerdo de lo que antes fue como una sombra de lo que es ahora;  mas, pesa sobre él  la amenaza de que  van a clausurar, por falta de niños, la única escuela que queda de las cinco que antes tuvo. La lepra, amigos, de tantos más de los pueblos de Castilla.