Luis Carpintero, el impresor de Sigüenza

07/09/2017 - 19:27 Emilio Fernández Galiano

Pasar las páginas de la obra de Luis Carpintero es como caminar por la historia de Sigüenza. No es una metáfora.

Recurriendo al título de la magnífica novela “El impresor de Venecia”, del escritor y buen amigo Javier Azpeitia , traigo aquí la aventura editorial de otro buen amigo y que culminó con la presentación el pasado agosto de su libro “Programas de las Fiestas de San Roque, Sigüenza (1927-2016)”. La vida y el tiempo del veneciano Aldo Manucio poco o nada tiene que ver con la de Luis Carpintero. Si he utilizado el paralelismo ha sido con un guiño cómplice que a buen seguro Azpeitia entenderá, no en vano los dos fueron impresores aunque al primero le tocó la transcendencia de una época y el testigo de una responsabilidad, la de recuperar el pensamiento no manipulado de los Clásicos.
    En el caso de Carpintero, y apelo a la estirpe de la familia incluyendo a sus antepasados, le tocó otra responsabilidad, no exenta de mérito, la de imprimir y encuadernar libros en una España profunda en la que apenas se leía. En palabras de Silvia, hija de nuestro protagonista, “en mi casa siempre hemos estado rodeados de libros, mi abuelo los encuadernaba en ese artilugio de madera y dos hierros con esa aguja gorda e hilo fuerte, ¡qué recuerdos!, con los ojos abiertos como platos le mirábamos cómo con paciencia iba cosiendo cada uno de los ejemplares, hasta pegar las tapas que él mismo elaboraba”.
    Luis Carpintero me pidió que le prologara su libro. Acepté encantado como pequeño reconocimiento a una gran labor y una larga tradición en forma de las conocidas Gráficas Carpintero.  El citado prólogo dice así:
    Todos tenemos un pasado con el que convivimos o al que nos enfrentamos. Pero ahí está. O no, pues el pasado, pasado es. El pasado colectivo es historia, no nuestra historia, la historia de todos. Pasar las páginas de la obra de Luis Carpintero es como caminar por la historia de Sigüenza. No es una metáfora, es, en términos del realismo de Pardo Bazán,  poner un espejo en el camino, como el de Stendhal. Contamos con un escenario especialmente atractivo. El autor se confiesa impresor, como el de Venecia, como el de Sigüenza. Me aclara con precisión de un lutier secretos sobre márgenes, galeradas, gramajes o el blanco hueso. U offset blanco ahuesado de 90 gramos. Maneja su libro como el alfarero el barro. Tengo para mí que le obsesiona más el continente que el contenido. Va en el oficio, en la tradición de una estirpe.
    Las dudas llegan al enfrentarnos a nosotros mismos y a nuestro ayer en el espejo de doña Emilia. El que prosiga estas líneas descubrirá materia, zona mollar. Un compendio cinematográfico de imágenes conservadas en la retina, una carraca de sentimientos, recuerdos o acaso un susto a la desmemoria. Un salto a caballo situándonos en la casilla del momento. Un regalo a la nostalgia con la irrefutable prueba de lo ya impreso. Las portadas de todos los programas de las Fiestas de Sigüenza desde finales del XIX. No hay más preguntas.
    El alquimista, desde su faro/museo del reloj que paró el tiempo, se recrea en la recopilación, en situarla en su tiempo, en anotar lo relevante y regalar al lector la mejor colección de nuestro pasado común seguntino. Se ha empapado de época, de ilustradores, alcaldes, poetas y escritores. Eventos, efemérides, anécdotas y celebraciones. Un empacho de súbitos recuerdos, pura gula emocional. Y todo lo anota al margen, como buen corrector.
    Obras como la de Luis Carpintero son luces en la oscuridad de nuestra leyenda negra, la sacudida  de los complejos de los noventayochistas. Somos los que somos. Un poco de ingenuidad aliñada con las mejores intenciones; las de cada uno, ay.