Lutero (1483-1546)

20/01/2018 - 12:27 Ciriaco Morón Arroyo

El Papa llama a todos los cristianos a relegar las diferencias doctrinales y centrarnos en la fe que nos une: la presencia de Dios en el mundo por la encarnación de la segunda persona de la Santísima Trinidad.

En 2017 se ha celebrado el quinto centenario de la revolución religiosa y cultural iniciada por Martín Lutero, y en el círculo del Papa Francisco se le ha elogiado como un honrado reformador. El Papa nos llama a todos los cristianos a relegar las diferencias doctrinales y centrarnos en la fe que nos une: la presencia de Dios en el mundo por la encarnación de la segunda persona de la Santísima Trinidad y la elevación de todas las personas (también los moros y los de color) a hijas de Dios por compartir naturaleza con el hijo de Dios. Sin embargo, no podemos ignorar que Lutero inició un tipo de iglesia opuesta por completo a la católica. Ya en la quinta de las 95 tesis de 1517 afirma que el Papa solo puede perdonar las penas que él mismo haya impuesto; de ahí que niegue el valor de las indulgencias. A partir de 1520 llamará al Papa sencillamente el anti-Cristo. En el diálogo ecumenista actual esas expresiones se pueden olvidar como expectoraciones de una persona obsesa contra Roma, pero tampoco podemos olvidar que tal actitud supone la destrucción de la estructura tradicional de la Iglesia. Lutero desprecia actos de culto (misa y sacramentos) y costumbres que los católicos mantenemos porque aceptamos dos fuentes de la revelación: la tradición junto a la Biblia. La tradición es la vida de la Iglesia presidida y sostenida por el Espíritu Santo. Pues bien, Lutero niega validez a esta fuente para negar prescripciones eclesiásticas fundadas en ella. Ese conflicto se puede superar hoy reconociendo que para los teólogos católicos en general, si la tradición enriquece la Biblia, no puede contener nada que se oponga a la palabra escrita. Sin embargo, la tradición es la fuente misma de la palabra escrita, ya que, como notaba Unamuno, poco sospechoso de beatería católica, los evangelios se escribieron a base de relatos orales dentro de la vida de la Iglesia. Otro punto controvertido es el de la predestinación. Según Lutero, Dios nos predestina para la salvación o condenación sin contar con nuestra libertad. Ya Erasmo se opuso a esa postura y en España Fr. Luis de León, por ejemplo, reconociendo la acción de Dios en todos nuestros actos, dice que la salvación de la persona no es solo efecto de una acción “extrínseca” (el “beneficio de Cristo” luterano), sino que debe ser la mezcla de la acción extrínseca de la gracia y la intrínseca de nuestra conducta. También esta controversia puede allanarse, recordando que nuestros teólogos jesuitas y dominicos sostuvieron en el siglo XVI la controversia sobre el auxilio divino en la salvación, y, según Luis de Molina, los dominicos, con su doctrina de la “premoción física”, se acercaban al determinismo protestante. En este tema católicos y protestantes deben reconocer que la mente humana no comprende la lógica divina, y por consiguiente todos pueden coincidir en la oración de aquel padre que le dice a Jesús en el Evangelio: “Creo, Señor, ayuda mi incredulidad” (Marcos, 9,24). Hay otras diferencias, como el papel de la Santísima Virgen en la Iglesia. Ahí se puede coincidir recordando que Lutero, al menos en varios escritos, llama a la Virgen “Madre de Dios”. En cuanto a la veneración de los santos, creo fácil el diálogo, ya que en toda sociedad reconocemos personas ejemplares que nos estimulan al bien. Otros temas importantes en los cuales también se puede llegar al acuerdo son el del purgatorio y el de las devociones populares que se han convertido en tradición cultural en algunos países. Y los católicos debiéramos aprender de los luteranos a leer la Biblia, para que no siga siendo verdad la sentencia de Ortega y Gasset: “Si en el mundo solo hubiera católicos españoles, Jehová se habría molestado inútilmente en inspirar su libro”.