Marquesinas sin marqueses

17/06/2017 - 12:05 Antonio Yagüe

Con madera vulgar, mucho cristal y colores azul y blanco en algunas zonas, las marquesinas parecen más propias de La Mancha, denominación que chirría en la  zona.

Cuentan sin ningún rubor los responsables regionales que con la instalación de 27 marquesinas en pueblos o cruces de la provincia se ha culminado, ocho años después, el ambicioso plan del ejecutivo de Barreda de erigir 950 de estas casetas en la comunidad autónoma. Al Señorío le correspondían 117 a razón de 10.596 euros unidad. Presupuesto total: 1.239. 802,20 euros en un año de crisis con el país al borde de la intervención.
    La demora parece que obedece al excedente de estos raros porches después de que 27 pueblos, a pesar de ser gratis, rechazaron su montaje por no considerarlos necesarios, porque no pasaba ningún autobús que esperar o nadie lo cogía por la irracionalidad de los horarios o falta de gente. O por razones estéticas.  
    Con madera vulgar, mucho cristal y colores azul y blanco en algunas zonas, las marquesinas parecen más propias de La Mancha, denominación que chirría en la  zona. En muchos letreros oficiales, como el destacado en el frontispicio, fue tachada o sustituida por La Manga (sí, de mangar). Los materiales utilizados nada tienen que ver con la piedra, la madera, y la teja de estos pagos. “Son feas y horrorosamente antiestéticas. Lo peor es que en Toledo nadie se haya dado cuenta”, comentaban desde la oposición liderada entonces por Cospedal.
    El ejecutivo de la lejana capital ha aprovechado para anunciar que desde  ahora el mantenimiento y conservación de las nuevas instalaciones correrá por cuenta de los municipios. Sólo en la reparación de las grietas, desperfectos e incluso cambio de la cubierta completa en 253 se gastaron 340.000 euros en el 2014. Un dinero dudosamente bien empleado si de esta forma se pretende resucitar una comarca que agoniza, sin más alternativas de empleo que una agricultura sentenciada a muerte y una construcción terminal.
    Pueden hacer algún papel en los escasos pueblos con contados chavales  para cobijarse en invierno mientras llega el transporte escolar, ahora unificado con el público general y al que los jueves se suma algún superviviente sin coche para ir al mercadillo de Molina. En otros apenas sirven, entrada la noche, de improvisado refugio para lances amorosos durante las fiestas. Siempre queda el consuelo de que podremos resguardarnos gratis de algo o de alguien algún día. Aunque no haya un autobús que esperar.