Misa de una

26/03/2017 - 12:57 Javier Sanz Serrulla

La celebración de la misa está democratizada pues ni se piden avales, ni categorías.

Mira que estaban pacíficos, ancianos y enfermos, viendo su misa en la 2, cuando de súbito suena el apocalipsis bolivariano. Basta de privilegios, suprímase el programa, etc. O sea, “Antología de la copla”, pues de joven que pretende suena ya a vieja. Vallespín lo clavó en El País: es el narcisismo del radicalismo. Cuestión de estado: la misa fuera. De momento, situaciones parecidas han rendido éxitos: Agustina Maestre de Aragón tomó al asalto la capilla de la Facultad de Geografía e Historia de la Complutense, sujetador negro en ristre, y a estas horas ostenta la portavocía del Ayuntamiento de la capital del reino. Es lo que hay. La España electora a la altura de sus elegidos.
    Poca sociología hay que saber para darse cuenta de qué es la misa dominical a día de hoy. Parece mentira que el núcleo duro provenga de esa Facultad complutense de ciencias de lo mismo. La celebración de la misa está democratizada pues ni se piden avales, ni categorías. Pasa el que quiere y nadie le corta la entrada, cada uno es cada cual en cuanto ocupa el banco. Nadie fuerza a entrar ni a salir. El mensaje, el evangelio, cuando se comenta bien suena a revolucionario, de ahí que tantas veces chirríe en los bancos de la derecha tanto como en los de la izquierda. De la misa vamos hablando, no de erradas interpretaciones de algunos oficiantes que en el arrime del ascua a raras sardinas alcanzan el desprestigio.
    En la ciudad suele haber una programación de misas que encaja con lo que va trayendo el día, a su ritmo. Entendí de niño lo que veía en las puertas del templo: un grupo de no muchos, frisando la jubilación, apurando el pitillo y con el dominical bajo el brazo, charlando en esta hora presacra pues el resto de la semana andaba cada quien del tajo a casa. Llegaban después las señoras, rematando a paso ligero con la carrerilla que habían tomado tras actuar de mujeres-orquesta: la casa, la paella lista para echar el arroz a la vuelta, y su propio avío milagroso sacado del discreto armario. La misa era el centro del domingo, después, el vermú y a la tarde el carrusel deportivo con la quiniela sobre la mesa, el sueño de ser millonarios y pasar de alquilado a propietario. Un paraíso de provincias no daba para más. Pero era suficiente, con la misa en medio.
    Gripado el carrusel, el viejo andaba ahora en casa, limpio y aseado, pero confinado a una butaca, donde además de recordar el Nuevo Testamento que marcó a tantos en el lomo el precepto de respetar al de al lado –aunque sobre ello no me atrevo y remito al púlpito de don Jesús de las Heras, páginas adelante- vivía el recuerdo de unos años que se fueron jalonando en el atrio, en el templo y después en el bar, de lo fundamental por elección a lo accesorio por costumbre. Cada domingo, entre cien canales, elegía ése, un Cinema Paradiso que le llevaba a la iglesia de su pueblo o de su ciudad. Un compendio sociológico que el narcisismo del radicalismo ignora. O desprecia. Aunque, erizando al erizo, se va llegando al culmen: despreciar lo que se ignora. Áteme esa mosca por el rabo.