Nada de primavera

25/03/2018 - 16:42 Marta Velasco

Quizá la primavera se ha quedado suspendida para darnos tiempo de llorar por Gabriel y tantos niños muertos a manos de psicópatas.

Estaba convencida de que a la hora de escribir este artículo se podría ya proclamar la primavera, olvidando el obstinado bucle del frío y los vendavales. Félix fue el penúltimo, después recibimos a Giselle, una vendavala con nombre francés y carácter airado. Y dicen los expertos que vienen otros sin sexo ni bautismo, pero reventando de agua y hielo, y atravesarán nuestra península sin darnos tregua. Yo tenía preparados para la primavera unos versos de Neruda que, como saben, es mi debilidad, y más ahora que los pensadores de CCOO pretenden mandarlo a galeras por ser poco feminista: “Primavera, /muchacha, /te esperaba! / Toma esta escoba y barre/el mundo! / Limpia/ con este trapo /las fronteras” …etc.  Quizá tengan algo de razón. De haber sido cualquier otra estación masculina, Neruda no se habría atrevido a darle una escoba. Bueno, esto lo digo en broma, o brome, como quieren las más radicales que digamos, usando el neutro o la e final para no molestar a nadie. Aunque la verdad, para según qué tonterías, no temo las suspicacias, Neruda es grande.
    Pero no quiero bromear en momentos en los que ocurren cosas tan tristes, la peor y la más dolorosa ha sido la terrible desaparición y muerte del pequeño Gabriel Cruz, un niño, un pececito, con un rostro luminoso inundado de felicidad. Nunca somos más nosotros que en la infancia, llegamos a viejos con el niño dentro, y ese niño es lo mejor que tenemos, el que asoma cuando estamos contentos, en la risa, en la sorpresa y en la gana de jugar que nos dura hasta el final. El pequeño Gabriel, cuya vida nos ha sido arrebatada cruelmente a todos, se encontró con una gran muerte el 27 de febrero y se apagó su dicha. La muerte es una palabra tremenda para encontrársela en la infancia y Gabriel vio los ojos de la madrastra mala aquella tarde que iba a jugar con sus primos y ahí quedó, otro niño para la eternidad, sin otro futuro que dormir en el corazón de sus padres.
    Quizá la primavera se ha quedado suspendida para darnos tiempo de llorar por Gabriel y por tantos niños muertos a manos de psicópatas como esta mujer, presunta pero confesa. He leído un magnífico estudio sobre la psicopatía, Los Escorpiones Elegantes, de mi inolvidable amigo Víctor Sancha, en el que analiza el comportamiento del psicópata clásico. El protagonista de la novela American Psycho se define a sí mismo con satisfacción: “Tengo todas las características de un ser humano: carne, piel, pelo, pero ninguna emoción clara o identificable, excepto avaricia y aversión.”  Ahí está el alma de la presunta asesina.
    En este drama de Níjar hay dolor, pero también hay orgullo. La generosidad de los padres de Gabriel es sorprendente en este tiempo de odio. La humanidad de la Guardia Civil, su profesionalidad, su desconsuelo cuando descubrieron el cuerpo del pequeño. “El que no lloró entonces, lloró después” declararon. Estamos orgullosos de ellos, viva la Guardia Civil.
    “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos” dice el poema de Pavese.  Ojalá que Gabriel, aquella tarde aciaga, sólo hubiera visto, con sus ojos de niño, el cielo azul de Almería y el agua color zafiro del Cabo de Gata.