Natural

06/09/2025 - 15:43 Jesús de Andrés

Agosto y septiembre son meses de tomate, de buen tomate. Me refiero al fruto de la tomatera, no al lío habitual ni al chanchulleo que nos depara la actualidad.

 Es temporada de tomate rojo, bien maduro, de tomate que sabe a tomate. Qué mayor placer, qué mejor búsqueda de la felicidad que plantar un huerto y tener la paciencia necesaria para que llegue ese momento, ese encuentro místico con el fruto, la sal y el aceite de oliva. Cuánta cordura se requiere, cuánta experiencia y conocimiento profundo de la vida. Un gozo sólo al alcance de los más sabios.

Recorre nuestros pueblos desde hace unas semanas, con el apoyo de la Diputación y de Nueva Alcarria, la “V Feria Provincial del Tomate. Memorial Pablo Martín”. En cada jornada, de las muchas llevadas ya a cabo, se celebra un concurso para elegir los mejores tomates de la zona, se realizan degustaciones y se intercambian semillas y saberes. Se acercan los hortelanos con sus cestas y cubos repletos de tomates recién recogidos en sus pequeños huertos: en cercados protegidos por los chopos, por pequeños muros de piedra; en las vegas de la Alcarria o la Campiña, tierras fértiles removidas con la fuerza de sus brazos a golpe de azada, al frescor del riego de nuestros ríos y arroyos.

Siempre que tiene ocasión, repite Nicolás Olea, catedrático de Medicina de la Universidad de Granada, que hoy en día, cuando queremos un tomate, compramos en el súper media docena, todos iguales, empaquetados en una bandeja de poliestireno, recubierta por un film de polietileno, recogidos de una cesta de polipropileno que llevamos en un carrito de policarbonato. Y luego nos quejamos de que saben a plástico, añado yo. El doctor Olea y su grupo de investigación lleva décadas estudiando los efectos de los plásticos como disruptores endocrinos -esto es, como sustancias que alteran la función de nuestras hormonas dañando nuestra salud-. Estos disruptores absorbidos por nuestro cuerpo están presentes en plásticos, pesticidas y cosméticos, en el petróleo que nos rodea. Son más de dos mil los que están reconocidos, pero apenas unas decenas de ellos se han prohibido en los últimos años, como el DDT, en su momento, o, más recientemente, el bisfenol usado en las tetinas de los biberones y en el recubrimiento de las conservas o algunos parabenos usados en cosmética. Hace tiempo que los oncólogos están alarmados por la expansión incontrolada de determinados cánceres hormono-dependientes, como los de mama, próstata o útero.

Rodeados de plásticos, qué necesario es volver a lo sencillo, al tomate que huele a tomate y sabe a tomate. Háganse un favor. Busquen lo natural. Y lean a Olea.