No se ponga nervioso

10/12/2015 - 23:00 Emilio Fernández Galiano

Tiempo de debates, de fervientes jaculatorias, de brindis al sol o grandes revelaciones. El jolgorio electoral, el pim, pam, pum ¡voto! Los nuevos tiempos retroalimentan el ya de por sí sobresaturado régimen propagandista. Cielos, y en estas fechas, en las que intentamos encajar en nuestras agendas múltiples tareas. La idea de Rajoy de agotar la legislatura va a mermar nuestra salud, ya minada por los compromisos sociales y una contaminación que sobre las grandes ciudades cae plomiza, vertical, densa y cuartelera.
Decía que los nuevos tiempos agitan con descaro el etiquetado político. Sacuden sus reacciones de forma mimética y apelan a los mismos recursos por muy distintos que sean sus abalorios en la puesta en escena. En el último debate me llamó la atención cómo recurrentemente se asían a una, supongo, estrategia dialéctica en torno a un hipotético fallo en cuanto a presencia y formas. El interlocutor de turno –todos hicieron lo mismo- recurría a un “no se ponga nervioso” cuando el otro estaba más tranquilo que una malva. La cosa terminó siendo cómica porque, por más que los intervinientes recurrían al estado de nervios, allí no se movía ni uno.
Y cuando lo pensé, me di cuenta… ¡qué pinto yo aquí, de oyente, de pasivo espectador, si a mis 53 años, saco casi veinte a cualquiera de los debatientes! Y con el debido respeto, mis queridos yogurines, fuisteis facilones, previsibles, reprografías de un original casi ya marchito, aprendices de brujo sin batuta, manufacturas envueltas en celofán o, para que me entendáis mejor, impresiones en 3D, marchamos de un hashtag o esclavos de un trending topic. Que no dudo de vuestra valía, capacidad y buena voluntad. Acaso padecéis el síndrome de la peor formación preuniversitaria del siglo XX. Y buena culpa la tenemos nosotros, vuestra generación anterior, prisioneros de una misma y pésima formación y de un cambio que, éste sí, fue tan caótico como sincero, natural. Pero que sentó las bases de las mejores décadas de nuestra convivencia reciente.
En estos juegos malabares que se ha convertido la política, donde vale más un primer plano que un buen discurso, un bailoteo más que un reflexivo ensayo, se llega a confundir un referéndum de autonomía con uno sobre la independencia de Andalucía, se arrojan reproches en lugar de intercambiar ideas, se lanzan titulares en lugar de aportar proyectos y se busca la puesta en escena en lugar de salir al escenario. Los grandes temas que inquietan a la mayoría de los españoles no se abordan. Nadie me explica cómo se van a garantizar las pensiones si no es aumentando la natalidad, ni una medida he escuchado para incentivarla. Nadie me explica cómo resolver de una vez por todas los desequilibrios hidrológicos, hubo una vez un plan que se llegó a aprobar y al llegar el nuevo gobierno de turno lo abolió. Nadie me explica cómo mejorar la educación y hacerla compatible en todo el territorio español, cómo nos vamos a entender si en cada rincón contamos historias distintas.
Lo siento, chicos, pero en vuestros debates no adiviné el apunte, si quiera al carboncillo, de ningún estadista –en potencia, claro-, ni aportación de idea o paradigma que con el tiempo pueda generar corriente. Churchill o Kennedy a vuestra edad al menos sellaban impronta. Y vuestro desprecio a nuestros grandes debería retornarse sobre vosotros mismos para sonrojo y, al menos, reflexión. Por no citar a nuestro glorioso de las luces, ni una cita de Ortega, ni de Galdós, ni de Valle, ni de Ramón, ni de Besteiro, ni de Azaña, ni de Baroja, ni de D’Ors, ni de Foxá, ni de Pla, ni de Unamuno, ni de Marañón… Que digo yo que si a vosotros no se os ocurren al menos utilizar el mayor bagaje intelectual de nuestro patrimonio político. Cómo vamos a ganar el futuro si desconocemos nuestro propio pasado. Es verdad, mis años me llenan de escepticismo y ya no busco la ilusión, acaso un conformismo relativo y valorar lo bueno que nos queda. A ver si tenemos la suerte de que nadie lo estropee.