Oportunismo y sinceridad

16/10/2017 - 18:17 Jesús Fernández

Hace falta mucha corrección y sinceridad democráticas para hablar de esta cuestión.

La sociedad española está girando, claramente, de creer en una cierta reforma  a una reforma cierta de la Constitución. La acción o presión discursiva de ciertos  partidos políticos ha conseguido que poco a poco se pase, como decimos, de una incierta necesidad a una necesidad cierta. ¿Quién fija el nivel de necesidad y de urgencia de dicha reforma? Como en otras muchas cuestiones de nuestra democracia, tenemos que discernir entre oportunismo y sinceridad en un tema tan importante como es la posible reforma (que no es lo mismo que reforma posible) de nuestra Constitución.
    Los criterios de evaluación para determinar la intervención constitucional en forma de cambio, tenemos que buscarles en los principios permanentes, no en la casuística concreta y variable. Hace falta mucha corrección y sinceridad democráticas para hablar de esta cuestión. Porque quienes aspiran a introducir dichos cambios en la Constitución, aspiran también a que sean permanentes y ser ellos unos dogmáticos y radicales en la fijación de líneas. Se ofrecen para ser los gestores del cambio y ser cambio de gestores.   
     A estas alturas, unos pocos sobreviven y son  llamados padres de la Constitución. Yo, en cambio, soy hijo de esa misma Constitución perseguida, acosada, incumplida. Hay grupos políticos que no la quieren reformar  sino, simplemente, no la quieren cumplir o, directamente, la quieren liquidar. Tampoco cumplirían la futura y reformada Constitución impulsada por ellos. Tiene lugar aquí el momento josefino. La Constitución de 1978 es una herencia entre generaciones. Cuando los partidos de izquierda o nacionalistas radicales y rupturistas, anticonstitucionales, ven en dicha norma una gran herencia para la construcción del futuro y del Estado, cuchichean entre ellos, como en la narración, “este es el heredero, matémosle para quedarnos con la herencia”. Traducido al presente, hay ciertos partidos que son herederos ciertos de la democracia y transición constitucional, que han surgido al amparo de ella. La izquierda radical no está de acuerdo con esta sucesión y quiere utilizar la reforma constitucional para terminar con esos partidos más adictos al texto. El discurso y planteamiento sobre la reforma constitucional es un instrumento de lucha contra otros partidos. Así no se puede plantear como confrontación.
     Los partidarios (nunca mejor dicho) de la reforma, argumentan sobre la desmitologización del texto, su antigüedad, sobre su caducidad, su carácter histórico y temporal. Rechazan toda pretensión de inmortalidad o permanencia. No es bueno, sin embargo,  frivolizar sobre la Constitución negando su trascendencia o poniendo de relieve su vulnerabilidad para aprovecharse de ella. No hay sinceridad sino oportunismo cuando se habla o se plantea  la reforma constitucional en nuestro tiempo. No queremos que ella sea esa instrumentalización de unos partidos contra otros.