Pochando

19/11/2017 - 12:58 Javier Sanz

La vulgarización de la vida nacional ha devenido en tan insoportable que pide un Ministerio de las Buenas Costumbres.

 A ver, señoría, arreando, que he dejado las judías en el fuego, pochando. Verá usted, estoy en un curso de cocina y luego me evalúan. Dele”. Enfrente, el tribunal, con los ropones, estalactitas negras del más grave de los derechos, el de la justicia. Detrás, la cámara, recogiendo el testimonio de los reos, de los testigos. La eucaristía, en fin, de la democracia, el estado de derecho cincelado en el primer artículo de la Constitución, la representación de la igualdad ciudadana con la garantía de la presunción de inocencia, el abismo de por medio con las opresivas dictaduras que sentencian con otras vísceras que el cerebro. Casi un auto sacramental que se representa a diario en los mil escenarios de los juzgados de España.
    La vulgarización de la vida nacional ha devenido en tan insoportable que pide un “Ministerio de las Buenas Costumbres” para la restitución de las mismas. Una mayoría descarta de entrada las formas y se adentra en el fondo, cuando esto no cabe sin aquello. A un rufián en camiseta se le cuadran los picoletos, de corbata y con la nuca a cepillo, previa revista del mando, y el médico del seguro descubre al explorar al joven con síntomas de apendicitis que no gasta calzoncillos, ni desodorante. La gran corrala nunca se representó tan cutre a sí misma.
    Le llaman “el Bigotes” y entró en la iglesia de San Lorenzo de El Escorial, cuando la boda del siglo, fumándose un puro. Era colega del novio y sobrino de Andrés Pajares, íntimo de Correa y mamporrero del clan de los genoveses, una joya. Montaba los bafles en los redondeles de Valencia cuando bajaba don Mariano a llenar la cesta que le habían preparado Eduardo y Rita (q.D.g.) y susurraba en el cogote a los de la primera fila, despatarrados en sillas de tijera con su blazer marino, que cerraría el mitin con “Paquito el chocolatero” y una suelta de gaviotas alborotadas por la traca final que prendería con el ascua de un habano con vitola Cohiba, preludio de unos saltitos en el balcón de Génova cuatro días después.
    El Bigotes apremió al juez la otra mañana instándole a que aligerara, pues tenía las alubias en el fuego, pochando. O lees a Pitigrilli o te desangras por lo prosaico. El macarra que insta al juez acaba apareciendo en esas viñetas que ilustran la historia de España dentro de dos siglos. Una biopsia más para completar el diagnóstico del tipo de cáncer que padecía la política española de principios del XXI.