Política y sociología

27/06/2017 - 14:57 Jesús Fernández

La estructura o el sistema social hoy son más complejos. La sociedad consta de clases, funciones y partido.

 Está claro que, en democracia, los representantes políticos, así elegidos, no lo son por las llamadas clases sociales sino por el pueblo actuando como sujeto único de soberanía. Esta concepción de la sociedad como conjunto de clases está superada. Ya no hay clases sociales. Ese concepto nace para definir a la sociedad en relación con el lugar que cada uno ocupa en el proceso de producción. O se pertenece a la clase trabajadora (dueña del trabajo) o se pertenece a la  clase capitalista (dueña del capital). Este era el análisis muy simplista del siglo XIX. La democracia era una representación por clases. Si a eso  añadimos  la llamada “conciencia de clase” ya tenemos la clave de tantas luchas políticas en el interior de los Estados.
     La estructura o el sistema social hoy son más complejos. La sociedad consta de clases, funciones y partidos. La clase es una referencia al poder adquisitivo  económico, la función o rango  se refiere al orden en la sociedad y los partidos a la capacidad de adquirir y ejercer el poder y la influencia. Además, a toda esta complejidad hay que añadir la movilidad en virtud de la cual, la situación social de las personas nunca es estática porque la población entra y sale constantemente de la clase, de la función o de los partidos. Está el efecto invernadero pues todos los ciudadanos tienden a ascender en la escala social lo cual se nota de generación en generación. La sociedad está en movimiento, en cambio. Los demás factores (clase, rango y partidos) no son más que componentes aceleradores del mismo. Por eso se habla de una “clase para sí mismo”. Es decir, nadie trabaja para mejorar a los demás, nadie trabaja para la clase sino para sí mismo, para mejorar la calidad de vida de sí y de los suyos entre los que no se encuentra la clase, los colegas. La clase social (ni en sentido marxista ni en sentido capitalista) no existe, es una entelequia sin consistencia. De ahí que nadie crea hoy en la llamada superioridad moral de la izquierda denominada con el pomposo nombre de  solidaridad de clases. La ecuación se ha deshecho, la corrupción es de la derecha y de la izquierda, o sea, está cercando al  hombre por todas partes, se mire donde se mire.
    La clase, el sindicato, el partido comienzan en mi mismo. Esta apropiación social lleva a la apropiación material de los recursos y dineros comunes para fines propios. Así, pues, el concepto de la lucha de clases ha muerto. La sociología de clases se ha debilitado y ha dejado paso a la fuerte política. La única lucha que sobrevive es combatir el egoísmo instalado en ambas hasta la médula. Donde haya o vaya un hombre allí está el individualismo egoísta. Esa nueva clase de lucha se llama democracia como forma de vida, no como discurso.