Por los meandros del Tajo

09/04/2017 - 13:06 Luis Monje Ciruelo

Al salir de Trillo reviví la primera vez que estuve allí con la caravana de Rolls-Royece y la choferesa negra para rescatar al Nobel de su viaje en globo sobre las Tetas de Viana.

No me refiero al famoso meandro del Tajo en término de Villar de Cobeta, tantas veces fotografiado como símbolo de los vericuetos del río en donde el río Gallo rinde sus aguas al Tajo, en un paisaje enmarcado por imponentes roquedas y extensos pinares al pie de la Peña “Castillo de Alpetea.” sino a  los meandros que recorrí entre Trillo y Mantiel. Y hará bien quien intente ese recorrido de unos veinte kilómetros por la pista forestal de la izquierda del río, hará bien, digo, en ver antes esos meandros en un mapa  para no sorprenderse, desorientado como yo, de que a lo largo del trayecto le parezca que las dos formidables torres de refrigeración de la central nuclear las tiene siempre encima dominando la belleza forestal del mejorable camino. Al salir de  Trillo reviví la primera vez que estuve allí con la caravana del Rolls-Royce y la choferesa negra para rescatar al Nobel de su viaje en globo sobre las Tetas de Viana. Ya he contado que me adelanté a la media docena de personas que desde La Puerta le buscábamos, temiendo que al aterrizar en aquellos quebrados parajes,  los aerosteros, uno de ellos Cela, hubiesen sufrido algún percance. Volvía ya el Nobel andando con otros dos, sudoroso y fatigado, por una senda de cabras a media ladera, tan incómoda por su inclinación que tuvo que apoyarse en mi hombro para guardar el equilibrio temiendo un tropezón. Ha cambiado poco el paisaje desde entonces, si acaso una zona deportiva mejorada en Trillo y algunas instalaciones al servicio de la central nuclear. Las vueltas y revueltas del río entre pinos, altas rocas y árboles de ribera son las mismas, aunque la pista está  mejorada y flanqueada de muchos paneles informativos enumerando la fauna del río, compuesta de truchas, barbos, percas y otras especies que pudimos contemplar evolucionando en las transparentes aguas desde la vertical de un roca sobre el río. Al Pasados unos diez kilómetros la ermita de Montealeja, nos orientó la visión del Santuario de la Virgen de la Esperanza desde su colina sobre las aguas. El mismo Santuario de la Virgen de la Esperanza que conocí en los años cincuenta en una pradera al borde del río, antes de ser desplazada para que el agua de la cola del embalse de Entrepeñas no la inundase.