Prohibido quejarse

13/10/2018 - 15:04 Antonio Yagüe

Cuentan que el Papa Francisco ha decorado la puerta de su habitación en la residencia de Santa Marta con el cartel “Prohibido quejarse”. 

Un colega bastante socarrón sostiene que la mayoría de grupos de “feisbu” y “guasá” terminan sin ninguna guasa. Del pueblo, de vecinos, de padres y madres, de compañeros de trabajo y mantel, de colegas de pupitre y “uni”... Todos se acaban llenando de quejas, lamentos, protestas e incluso gemidos y llantos. Se han transformado en un moderno y aburrido muro de lamentaciones que invita al silencio, abandono o bloqueo.

Cuentan que el Papa Francisco ha decorado la puerta de su habitación en la residencia de Santa Marta con el cartel “Prohibido quejarse”. El póster ha sido idea del psicólogo italiano Salvio Noé. Lo ha incluido en un libro de autoayuda así titulado y de lo más vendido en Italia. Lo acaba de presentar en Madrid, publicado en español por la editorial San Pablo, con este animador subtítulo: “Haz algo para mejorar tu vida y la de los demás”. 

Sostiene el autor que quejarse no solo es inútil sino perjudicial para la salud física y mental. No cita, pero podría incluir a los supervivientes y eternamente quejosos del campo. Han tenido tiempo para haber desterrado su pesimismo y no acrecentarlo desde 1960, año en que demógrafos e historiadores sitúan el inicio del éxodo masivo a las ciudades con la industrialización y transformación de la agricultura. Quejarse de lo poco o mucho que llueve o nieva, lo caro que está todo o  lo abandonados que estamos, apenas sirve para adornar los abundantes programas televisivos, lacrimógenos y amarillos, sobre la despoblación rural.

Noé podría incluir también entre los lamentos inútiles a los victimistas del ‘procés’. Son continuadores de sempiternas quejas territoriales, siempre tan vanas, estériles y mal planteadas como el 1-O y la autodeclaración de su ‘república’ catalanera. Según observadores serios, solo han logrado retrasar la independencia durante 50 años, sus cabecillas pasarán una decena de años como mínimo en el trullo y Puigdemont y otros plañideros fugados acabarán, desfondados y sin fondos, de camareros o reponedores de súper en Bélgica o Alemania.

Las quejas terminan envenenándolo todo. Mi madre decía que, además, solo sirven para que se rían de uno. Me lo reiteraba el sabio actor Antonio Gamero mientras conversábamos algunos vinos tras los cierres del periódico: “No les cuentes tus penas a los amigos, que los divierta su puta madre”.