Pueblo errante

17/12/2017 - 14:13 Javier Sanz

Es la reivindicación de la ilegalidad, del abuso millonario de las arcas públicas para ejecutar lo prohibido por ley; un discurso falaz, infantil.

Andaban esparcidos por ese circuito breve, intenso, que es Flandes. Es probable que, de paso, aprovecharan el largo fin de semana para visitar las espléndidas ciudades de Gante, Brujas, Amberes, Lovaina o Bruselas, a su vez comunicadas por un paisaje bello, apacible pero frío. No eran una anécdota ni un grupo de hooligans, antes al contrario circulaban con respeto y silencio, con su indumentaria de hinchas de equipo de fútbol, con sus señas de identidad: lazos amarillos, gorros y bolsas del mismo color, también bufandas, esteladas a modo de capas y capas con mensajes sorprendentes en lo que reclamaban: “democracia” o “libertad”. A estas alturas de la película.
    El jueves se concentraban en los halls de los hoteles para organizar el acercamiento a Bruselas. ¿Cogemos la bandera grande o llevamos las pequeñas? –se les deslizó en castellano-. Ordenadamente abandonaron el albergue y a la noche, y los días siguientes, regresaron a sus cuarteles para continuar la ruta, insisto, seguramente turística.
    ¿Qué le lleva a uno a este seguimiento de reivindicaciones patrióticas? Admito que he admirado de siempre las multitudes que peregrinaban con Gandhi, por ejemplo, pues cada frase suya no era sino la síntesis de un pensamiento destilado, sin contaminantes ni edulcorantes, universal. La sabiduría al servicio de la fraternidad entre los hombres, la justicia social de por medio, la aspiración a la dignificación de determinados estamentos de la sociedad hasta entonces proscritos o, peor, oprimidos. Ninguna otra cosa movía al que daba vértigo mirar hacia atrás pues jamás se tuvo por líder. Valga, en otro continente para Luther King. Caben más nombres, de más épocas.
    Esto es otra cosa. Es la reivindicación de la ilegalidad, del abuso millonario de las arcas públicas para ejecutar lo prohibido por ley; del discurso falaz, infantil, insolidario y hasta estúpido. ¿Alguien es capaz de retener una frase brillante de cualquiera de los huidos, de los presos, de los embargados, de los presuntos, de los chantajistas, de los soplones, de Mas, tras horas y días de declaraciones, de libros, de mítines? ¿Qué mueve a estas gentes, de aspecto normal, a hacer seguimiento mesiánico de quienes les han saqueado arcas locales o regionales, de quienes intencionada y vilmente han torcido la historia en los colegios para reclutar un futuro batallón de oprimidos? ¿Cómo es posible que en los autobuses destino Bruselas se acogiera a uno de los Pujol, el clan evasor –presuntamente- de los dineros recaudados a través de impuestos al sagrado trabajo para revertir en servicios públicos?
    Deambulaban tranquilamente y se llegaban a la capital de Europa para hacer saber al mundo que son un pueblo reprimido y que quieren liberarse de la opresora España que les roba, eslogan del que es autor el mayor sospechoso de entre ellos, el patriarca que debutó en Banca Catalana. Niños y viejos a cientos de kilómetros. ¿Qué nos puede cegar la razón y admitir al delincuente, presunto, como compañero de viaje, como redentor? ¿Qué dirá la historia de estas gentes errantes, también de los varados en las Ramblas, legitimadores del ideario de presuntos delincuentes, de cabezas huecas, dentro de cien años?