Puentes que se hunden

21/08/2018 - 21:17 Jesús de Andrés

La responsabilidad del hundimiento del puente en Génova está clara para el nuevo gobierno italiano.

El derrumbe del puente Morandi, en Génova, podría considerarse una catástrofe aislada, una desafortunada posibilidad estadística, de no ser porque, según informaba el Corriere della Sera, es el décimo derrumbe de este tipo que tiene lugar en Italia en los últimos cinco años, aunque ninguno había tenido tanta repercusión ni dejado tantas víctimas. Construido en los años sesenta, en pleno milagro italiano, era un puente que resolvía una necesidad –la unión de la industriosa Milán con el puerto de Génova– e incorporaba un elemento estético de modernidad, pero que, como le ocurre a muchas de las obras de ingeniería modernas, requería un mantenimiento costoso y constante. Un puente atirantado que resolvía la conexión de tramos largos sin pilares, pero con una necesidad de restauración de sus tirantes enormemente cara y compleja. No deja de ser paradójica, abro paréntesis, la escasa resistencia de muchas de estas obras. Sin ir más lejos, recordemos que el paso por Guadalajara del reactor nuclear de la central de Trillo –allá por 1983– se realizó por el puente árabe y no por el de la entonces nacional II, ya que este no ofrecía garantías.

La responsabilidad del hundimiento del puente en Génova está clara para el nuevo gobierno italiano: lo es de Atlantia, la empresa concesionaria de la autopista, y de la Unión Europea, por extensión. El gobierno populista de Giuseppe Conte, que ha llegado al poder denunciando la inseguridad y alentando el miedo contra los inmigrantes ha sido rápido en el diagnóstico. Poco le ha importado el coste que ha tenido para la empresa, que se dejó una cuarta parte de su valor en bolsa al día siguiente del desplome del puente, y menos aún estimular un poco más el antieuropeísmo de los italianos. Lo importante ha sido encontrar una explicación que eximiera al Estado italiano. Un Estado que sin duda es responsable del abandono de la obra pública, de la privatización de sectores fundamentales ligados a las infraestructuras, de las que sólo se ha preocupado a la hora de otorgar obras y concesiones. Un Estado trufado de corrupción, burocratizado e ineficiente, que ha generado un país en decadencia que como solución a sus problemas ha elegido el populismo xenófobo, la criminalización de los inmigrantes, el nacionalismo rancio y la oposición a la Unión Europea.

Allí como aquí, como en cualquier país europeo, lo importante no son las banderas, la búsqueda de esencias nacionales, el rechazo a los demás ni el odio al inmigrante. Allí como aquí importa una buena gestión de lo público e importan las leyes. Importan la eficacia y la existencia de unas instituciones modernas puestas al servicio de lo común. Y sobre todo importa que el gobierno no aliente el miedo, porque la verdadera inseguridad es morir mientras se conduce porque un puente se hunde.