S.O.S por el libro impreso
La noticia apareció como una más hace sólo unos días sin que se le haya dado la importancia que tiene como reflejo del mundo en el que nos movemos. Solamente en España cerraron sus puertas durante el pasado año un millar de librerías. Una mala noticia que cuando menos nos debería hacer pensar en el qué, en el porqué, y en las posibles consecuencias como tendencia social siempre que no haya otra cosa, igual o mejor, que cubra esa deficiencia. Pues si el saber y su derivada más inmediata: la cultura como producto de la reflexión, tienen su principal valedor en la lectura, pues así ha quedado patente en la historia de la humanidad desde el siglo XV en que se inventó la imprenta, hemos de rendirnos ante la evidencia de que la desaparición de las librerías de nuestro país a ese ritmo es una mala noticia. El que de lo que intento comentar es una realidad constatable: los establecimientos expendedores de cultura se ven obligados a cerrar sus puertas porque los libros no se venden y carecen de un mecenazgo que les permitan la subsistencia. El porqué es de lo más diverso. Empezando por que el libro es un producto caro, según algunos, y siguiendo por que la gente no encuentra tiempo para leer ni el ambiente general en favor de la lectura es el más propicio, ha llevado a perdernos en un estado en el cuál el hecho del saber se ha convertido en un deseo menor frente al poseer, lo que significa que los valores del espíritu han perdido la batalla contra el materialismo imperante, es decir, dos y dos son cuatro, pero cuatro mejor que dos si se trata de valores tangibles, que se puedan ver con los ojos, tocar con las manos y aumentar la cifra de los fondos disponible en la cuenta corriente. Si a ello unimos la aparición de los nuevos sistemas de llegar al conocimiento de las cosas, haciendo uso de las posibilidades que nos brindan las modernas tecnologías, donde con un simple toque de ratón puedes disponer de la última novela o del libro que siempre hubieras querido tener y no te fue posible, todo se explica. Habrá más razones que añadir a la lista del porqué ocurren las cosas en el asunto que nos ocupa, si bien, todas en su conjunto han colaborado -y lo siguen haciendo- para que en un futuro no lejano las librerías se lleguen a convertir en establecimientos minoritarios, faltos de aquella estima que por definición tuvieron siempre. Las consecuencias nos las podemos imaginar, pero sería una insensatez pasar por alto la cantidad de pequeñas y de grandes empresas que se quedarán sin trabajo -la gran tragedia en la que estamos inmersos y de la que tanto esfuerzo nos está costando salir-. Por lo pronto, un millar de familias, en sólo un año, se han visto forzadas a prescindir del negocio familiar que era su medio de vida; centenares de imprentas acusarán el golpe, sin muchas esperanzas de poder recuperar lo perdido; los distribuidores, también por centenares, verán fluir con menos presión el grifo de sus ingresos. Y todo, en fin, lo que anda en torno al libro, del que siempre se dijo ser el mejor amigo del hombre; hoy, por unas cosas y otras, en estado de riesgo.