Semana Santa rural

28/03/2018 - 12:57 Luis Monje Ciruelo

No cabe duda, por lo menos en apariencia, de que la fe y la religiosidad se baten en retirada en nuestra sociedad.

Los que por oficio o por sentimiento  nos sentimos de alguna manera obligados a comentar la Semana Santa de hoy, sobre todo si somos muy mayores, sin querer volvemos la vista atrás. Es posible que en muchos pueblos los actos litúrgicos de hoy se parezcan bastante a los de entonces con la enorme diferencia de que, aunque llueva, los fieles no pisarán barro en las procesiones, ni en el interior del templo predominará la iluminación con velas sobre la eléctrica, y los coches aparcados en las calles serán un gran estorbo para el desfile procesional. Resulta ahora más difícil a los sacerdotes de varias parroquias conocer a todos sus fieles y sus problemas, con lo que se recurrirá menos a su consejo, que antes era un importante factor de compenetración entre párrocos y fieles.
    Me doy cuenta de que, al escribir sobre la Semana Santa, estoy incurriendo, como casi siempre, en la desviación hacia las costumbres y tradiciones, o sea hacia las formas, en lugar de reflexionar sobre las diferencias entre la fe de entonces y la de ahora. No cabe duda, por lo menos en apariencia, de que la fe y la religiosidad se baten en retirada en nuestra sociedad. Cuando algún personaje o personajillo dice públicamente que no cree en Dios o calumnia a la Iglesia sin que los católicos sintamos ninguna clase de rechazo hacia él, entonces ya empezamos a tener una fe más débil. No estoy pidiendo que nos situemos enfrente de él y marginemos, pero sí que experimentemos cierta decepción en la estima en que hasta entonces le teníamos, sin que por eso pensemos que somos mejores. Es algo parecido a las obscenidades y desvergüenzas que vemos en la televisión y en la vida.         
    Sin querer, parece que estoy dando lecciones de moralidad con el riesgo de que me suceda como al albañil del cuento. Era un hombre que presumía de vida honesta.  Un día el sacerdote, aprovechando que el albañil estaba revocando la hornacina de un santo, cuya imagen había sido retirada, les dijo a varias mujeres: “Mirad, tenemos un nuevo santo”. -”¿Santo? -exclamaron ellas al reconocerlo-, “pero si es un borracho”, dijo una; “es un mujeriego”, “le pega a su mujer”, “se juega el jornal en la taberna”, señalaron las otras. Eso suele suceder cuando uno presume de lo que no es, y, además, públicamente.
    Pero veo que me salgo del tema sin querer. Y no me refiero únicamente a la Semana Santa, sino en general a la religiosidad del pueblo en el ámbito rural y a sus relaciones con el Clero. Porque, a veces, la frialdad en la fe refleja la desunión entre el sacerdote y los fieles. Y no siempre por culpa de estos.