Situaciones de desigualdad de género en el mundo

09/02/2014 - 23:00 Víctor Córcoba Herrero

La especie humana anda frecuentemente cegada por el egoísmo, por los propios intereses de cada uno, cuestión que impide ver y reflexionar sobre tantas situaciones injustas de desigualdad de género, que lejos de decrecer, siguen aumentando. Las estadísticas nos dicen que hasta en los países ricos están apareciendo nuevos sectores empobrecidos, que antes no lo eran, y cuyo protagonismo lo alcanzan las mujeres y los niños. Tener un trabajo ya no es sinónimo de salir de la pobreza, lamentablemente la falta de respeto a los derechos de los trabajadores provocan situaciones verdaderamente deshumanizadoras, y la mujer continua siendo la gran víctima. En cualquier caso, cuesta entender que, en una sociedad del conocimiento, se permitan estas atrocidades, pero ahí están. Mientras la riqueza mundial crece en términos absolutos, aumentan igualmente las desigualdades, y la mujer sigue siendo la gran sacrificada. Precisamente, los indicadores nos confirman que cuando existe una mayor igualdad entre ambos géneros las economías tienden a crecer más de prisa. Por desdicha, la mujer prosigue ausente en los circuitos de reforma, en planes mundiales de empleo, en temas que le vinculan como puede ser la mutilación genital femenina practicada casi siempre en menores, y que viola los derechos a la salud, la seguridad e integridad física, en cuestiones educativas y de formación. Al respecto, es una buena noticia que actualmente UNICEF trabaje en este sentido en veintidós países. Por otra parte, asimismo y contrariamente a lo que se vocifera, las mujeres están mucho menos representadas de lo que les corresponde, por lo que resulta bastante difícil poder avanzar hacia la plena igualdad de género. Sin duda, las mujeres están en clara desventaja por esa falta de participación social, tanto en sectores económicos como políticos. Muchas veces su trabajo carece de remuneración y reconocimiento. Otras veces su papel de madre la coloca en inferioridad en el sistema productivo con respecto al hombre. Muchas veces son las grandes víctimas de la violencia machista, un problema que persiste en todo el mundo.
Evidentemente, la humanidad no debiera descansar hasta conseguir tolerancia cero en la desigualdad de género. No puede haber barreras entre unos y otros. Tenemos que propiciar la unidad entre los seres humanos más allá de toda división. Ciertamente, no se pueden seguir escondiendo las estructuras injustas, sino que hay que exigir un examen y una autocrítica de las mismas, para que la transformación se produzca. Es injusto que las poblaciones vulnerables se les apoye menos, sigan teniendo niveles menores de educación y carezcan de formación para competir en el mercado laboral. A propósito, diversas agencias de Naciones Unidas, advertían al mundo recientemente sobre la imperiosa necesidad de generar políticas que permitan a las mujeres rurales acceder a empleos dignos, pues su participación en el mercado laboral ayuda a reducir el hambre, a mejorar la producción agrícola, contribuyendo al crecimiento del bienestar que todos merecemos. Si el aporte de la mujer a la economía campesina es poco reconocido, además de que este sector tiene limitado acceso a la propiedad de la tierra, lo mismo sucede con otros sectores industriales o de servicios. La diferencia salarial en ocasiones resulta verdaderamente escandalosa.
Además, junto a todos estos despropósitos, según un estudio reciente de la OIT, la tasa de participación femenina en el mercado laboral está obstaculizada por una serie de factores complejos, sobre todo socioculturales. Naturalmente, la lucha por la igualdad ha de ser una batalla diaria, puesto que se trata de crear conciencia de que no exista discriminación alguna. Diré que soy de los que piensan que en el mundo occidental lo que cohabita es un espejismo de igualdad, que nada tiene que ver con la auténtica igualdad de género.
No digamos ya de otros espacios en los que la mujer no pasa de ser un objeto más de comercio sexual y de esclavitud, o son obligadas a casarse cuando aún son niñas. Ahí está el embarazo de muchas adolescentes que son consecuencia de factores como la pobreza y la aceptación social del matrimonio infantil. Sin embargo, a través de una conciencia de salud reproductiva y respeto de los derechos humanos, puede lograrse que cada embarazo sea deseado. Más datos y más penurias. Hasta el setenta por ciento de las mujeres de todo el mundo aseguran haber sufrido una experiencia física o sexual violenta en algún momento de su vida. En muchos países la violencia doméstica tampoco se considera delito. Ante estas inaceptables estadísticas, divulgadas por Naciones Unidas, lógicamente tenemos que actuar, y hemos de hacerlo todos unidos, para que esta perspectiva de género, que ha adquirido liderazgo internacional en los últimos años, avance en concreción y trace renovadas metas. Desde luego, sin un compromiso institucional explicito todo quedará en un mero principio sin más, y no habrá desarrollo de buenas prácticas.
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