Sr alcalde

16/06/2018 - 13:58 Luis Monje Ciruelo

En el parque de San Roque nos lamentamos los mayores cuando después de las diez de la mañana no han aparecido los servicios de limpieza.

En realidad, esta crítica debería dirigirla al concejal delegado de Parques, quien ha actuado en este caso al margen de la política municipal de protección del  árbol.Lo sucedido ha sido  que, al desaparecer un árbol de la acera de los impares en la calle San Roque, obreros municipales, en lugar de plantar otro árbol, han  pavimentado tan perfectamente el hoyo o alcorque vacío, que nadie diría que allí antes hubo un árbol. Uno árbol menos ni se nota en la calle de San Roque, digna vía de acceso a la belleza y densidad forestal del Paseo del mismo nombre, al que no regateo elogios siempre que tengo ocasión. Un parque no es un bosque, desde luego. Y en elogio de estos tengo publicado que la ruralía sin bosques es Naturaleza incompleta, pues no solo ofrecen belleza y silencio, sino que renuevan el aire contaminado que expelen las grandes ciudades como gigantescos extractores de gases. En todo caso, el sosiego y misterio mágico del bosque, sea pinar o hayedo, nos emociona siempre y nos limpia el cuerpo y el espíritu de los malos humores de la ciudad.A  lo mejor digo esto porque a medida que cumplo años aumenta mi respeto y afición al árbol.Por eso me ha dolido la desaparición del de la calle de San Roque al igual que lamento la necesidad de talar  uno de los pinos centenarios que embellecen el entorno del monumento del conde Romanones en Santo Domingo.  Un parque no es un bosque, desde luego,pero aquel es más elogiable a medida que se parece más a éste.   El parque de San Roque, que es el que más frecuento, es el más extenso, hermoso y accesiblede la capital y tiene árboles centenarios de impresionante corpulencia y altura, que me hacen pensar en el milagro de que los elementos químicos del aire y del suelo se transformen en presencia del agua en la madera que los constituye. Por eso, y por ser el parque preferido para ir con  niños y para pasear los ancianos, nos lamentamos los mayores cuando después de las diez de la mañana no han aparecido los servicios de limpieza, que a veces hacen insufrible la estancia a la hora de mayor concurrencia con el ruido y el polvo de las sopladoras y el ir y venir de los vehículos barredores por el andén central, ése que más de una vez he descrito como solemne nave catedralicia por la ojiva que forman sus ramas y el eco que proporciona a los trinos de los pájaros, andén, dicho sea de paso, que necesita una mejora de su pavimento para suprimir las irregularidades y  ondulaciones que origina el crecimiento de las raíces, bien perceptibles al paso de las sillitas de niños y de las sillas de ruedas de los ancianos.