Steve Jobs: El principio

12/10/2011 - 00:00 Enrique Sánchez Costa

 
  
      Tras la muerte de Steve Jobs, las rotativas no han cesado de imprimir elegías al genio visionario. Celebrando, claro, sus milagros empresariales y tecnológicos: la fundación de Apple, NeXT y Pixar; la creación de ordenadores como el Macintosh 128K y su ratón, películas como Toy Story y gadgets como el iPod, iTunes, iPhone o el iPad. Nadie, por lo visto, ha reparado en el primer milagro –pasivo– de Steve: su propio nacimiento.

  Y no sólo porque, en cierto modo, todo nacimiento es un regalo de la Naturaleza o de Dios –según se quiera–, sino porque, en este caso, la posibilidad de abortar pudo ser contemplada. Pues, aunque en 1955 era ilegal en Estados Unidos (se legalizaría en 1973), por aquellos años se llevaban a cabo allí cientos de miles de abortos. Y la madre biológica de Steve quedó embarazada siendo estudiante universitaria, fruto de la relación con un inmigrante sirio, también estudiante. Las tensiones se sucedieron entres las dos familias y al final se decidió darlo en adopción.

  De la posibilidad de dar al hijo en adopción trata Juno (2007), película indie y transgresora, dirigida por J. Reitman e interpretada por una superlativa Ellen Page. Comentando en clase la decisión de la protagonista adolescente de seguir con su embarazo y dar el niño en adopción, varias alumnas mostraron su rechazo. ¿Por qué seguir adelante con lo que podría ser, dada la situación, una “vida indigna de ser vivida”? Sin saberlo, estaban repitiendo la expresión que los nazis utilizaban –Lebensunwertes Leben– para definir a amplios segmentos de la población (judíos, retrasados mentales, discapacitados, gitanos, homosexuales…), entre los que practicaron abortos, esterilizaciones y eutanasias en masa. Ominosas conexiones entre aborto y eugenesia perceptibles, también, en el mismo título de “La llei eugenèsica de l’avortament” decretada por la Generalitat de Cataluña en 1936.

  El lugar más inseguro para un niño no es hoy el agua de la piscina sino el líquido amniótico del vientre de su madre. En una obra de Jean-Paul Sartre de 1940, Barioná o el hijo del trueno, Sarah implora a su esposo Barioná por el niño todavía no nacido: “Le amo ya, tal y como puede ser. A ti, te elegí entre todos, vine a ti porque eras el más hermoso y el más fuerte. Pero aquél a quien espero no lo he elegido y, sin embargo, lo espero. Le amo por adelantado aunque sea feo, aunque sea ciego. […] Deja que nazca el niño, deja que el mundo tenga de nuevo una oportunidad”. Porque eso es cada nacimiento, una nueva oportunidad de amar y de ser colmados de amor, acogiendo una presencia misteriosa más allá del interés propio o del tener. Gracias, madre biológica y padres adoptivos, por acoger a Steve. Gracias, Steve, por hacernos participar de tu prodigio.