Tontos del Soto

28/10/2017 - 12:15 Antonio Yagüe

La prisión mantiene la excelencia a juzgar por los reos Premium compartiendo pádel, parchís, jamón y hasta misa los domingos.

Los filólogos han catalogado más de cien variedades de tontos. El medio paisano Baltasar Gracián advirtió hace cuatro siglos de su abundancia: “son todos los que lo parecen y la mitad de los que no lo parecen”. También pervive la observación del pensador estadounidense Josh Billings: “El mayor tonto del mundo, todavía no ha nacido”. Tendría plaza subvencionada en Soto del Real, la prisión VIP donde se agolpan los tontos creídos de su inmunidad ante la ley.
    Recuerdo que la inauguración de sus suntuosas instalaciones con cóctel incluido, presidida por el ministro socialista Juan Alberto Belloch en marzo de 1995, dejó boquiabiertos a los 300 invitados. A 38 kilómetros de Madrid y 45 de Guadalajara, rompía todos los esquemas penitenciarios con piscina, pistas de squash, canchas de balonmano y baloncesto, gimnasios… Los alcaldes de la zona la boicotearon porque irrumpía en el parque natural de la Cuenca del Manzanares y desmerecía para “segundas residencias bien”.
    La prisión mantiene la excelencia a juzgar por los reos Premium compartiendo pádel, parchís, jamón y hasta misa los domingos. Como Mario Conde, Correa,  Jordi Pujol Ferrusola, Ignacio González, Díaz Ferrán, Granados, Bárcenas, Prenafeta, Alavedra, Sandro Rossell, Blesa, Villar… Los penúltimos alojados son los ‘jordis’ Sánchez y Cuixart, presidentes de ANC y Òmnium, acusados de un delito de sedición. El primero, insuperable en estulticia, ha pedido cambio de módulo porque un vecino le gritó ¡“Viva España!”.
    Algunos nativos se avergüenzan de la fama mundial del pueblo, rebautizado como Soto del Relax. Incluso se plantean volver al nombre original, Chozas de la Sierra, como se llamó hasta 1959, cuando se cambió tras un referéndum, franquista claro, con mediación del hijo ilustre Casimiro Morcillo, primer arzobispo de Madrid. La denominación de ‘choceros’ sonaba deprimente a algunos vecinos. Relata el historiador Juan Sobrino que se prestaba a “ironía tosca y grosera, desmereciendo y ofendiendo con ello a los habitantes de la localidad”. “Con el cambio se evitaban bromas y adjetivos más o menos mortificantes para el municipio”, agrega.
    Cela se burló por este asunto de Morcillo. Lidiando con la censura, Don Camilo destacó en un artículo, con cierta maldad, que el prelado ostentaba unas frondosas cejas. Hoy se descojonaría (palabra que él introdujo en la RAE), según llegan afamados trincones, fanáticos y bobalicones hasta de Barcelona.