Torrijas

06/04/2018 - 20:15 Marta Velasco

En los duelos viene bien el azúcar, que da energía y mantiene altas las defensas.

egresamos a Madrid después de Semana Santa por un cielo del barroco italiano. Sobre el azul purísima, las nubes son un gran rebaño de blancas ovejas. Sigüenza, mi pueblo, es una ciudad medieval, la ciudad mitrada, muy adecuada para celebrar la Pasión, tiempo de ropas moradas, de tristeza y capuchones.
Hemos pasado unos días de sol muy agradables pero el jueves santo empieza a hacer frío y los seguntinos nos preparamos para el ritual del viernes, recorriendo las estaciones litúrgicas, donde obtenemos paz para el alma y, por cada estación, dos bares. Se bebe limonada para olvidar y dar fuerza y, cuando vuelves a casa con una pequeña torrija, te comes otra, un pan mojado en leche y envuelto en azúcar y canela, una delicatessen que hacen algunas madres, o tías solícitas, para empapar. Y es que en los duelos viene bien el azúcar, que da energía y mantiene altas las defensas.
El Viernes Santo es un día importante y me impresiona ver cómo mis paisanos, y muchos filo-seguntinos, colaboran para dar solemnidad y belleza a esta celebración, cómo se han renovado las bandas de música con niños y jóvenes, cómo pujan los pequeños por participar y vestir de penitentes y cómo sueñan en llegar a ser caballeros armados para llevar, además del magnífico uniforme, el paso y el peso en las procesiones. Hay dos bandas estupendas y un coro con preciosas voces, y en ellos se trabaja durante todo el año.
 En la celebración de la Semana Santa del año pasado se incorporó la representación del Descendimiento de la Cruz, en el escenario imponente de la Catedral, y tuvo gran aceptación. Según me informan, fue una costumbre de hace siglos que se prohibió por el tumulto que organizaban los fieles más entusiastas intentando bajar al Cristo. Este año he asistido casi en primera fila, los cofrades son los que manipulan el cuerpo de Cristo y todo transcurre en perfecto orden y en medio de un gran respeto. Se trata de un antiquísimo Cristo articulado y crucificado, y lo bajan ante la Virgen para ponerlo en el sepulcro de cristal y conducirlo en procesión, escoltado por los armados y acompañado de la Dolorosa, a la capilla del Asilo, donde permanecerá hasta el Domingo de Resurrección.
 Es un espectáculo impactante en el marco de la hermosa y fría catedral seguntina: la muerte, la Virgen, el bello lamento del coro, los penitentes, los armados, los cofrades elegantísimos de terciopelo negro, el Obispo, los canónigos, las bandas, la Guardia Civil con uniforme de gala y el pueblo llano, que bulle y tiembla de frío y emoción. Este año acompañaba a todo este dolor un viento helado que se metía en los huesos y lo hemos sufrido mientras acompañábamos al Santo Sepulcro en la impresionante procesión del Silencio, bajando la calle Guadalajara con los balcones iluminados.
 Hay que estar allí para verlo y admirarlo.  Y después, para entrar en calor, limonadas y torrijas, porque es el momento de olvidar las penas y empezar a celebrar la primavera. La naturaleza nos empuja hacia el esplendor en la hierba, hacia la dicha y el amor. Que así sea.