Tres años ya

23/06/2017 - 18:27 Emilio Fernández Galiano

Felipe VI ha cumplido sus tres años de reinado visitando el Museo del Prado rodeado de chavales.

Lejos del boato de cualquier celebración regia, su majestad ha optado por la cultura -el arte- y el futuro, pues a fin de cuentas quiénes representan mejor el mañana que  nuestros pequeñajos. Entenderán que mi simpatía por la persona y el personaje va más allá que la mera opción de la monarquía parlamentaria como forma de Estado, y que desde aquí ya he defendido en otras ocasiones -¿se imaginan a cualquiera de nuestros líderes políticos como jefes de Estado representando a todos los españoles ajenos a cualquier tendencia partidista? yo no-.

En mi colegio, por cierto, el mismo que el de nuestro monarca y ahora el de sus hijas, visitábamos El Prado cada quince días, en la etapa del entonces BUP. Puede ser que aquéllas experiencias terminaran convenciéndome para desarrollar los dones artísticos que pudiera tener. Puede ser. Puede ser que  la insistencia escolar en bucear en cualquiera de las vertientes artísticas para desarrollar nuestra formación hiciera de sus alumnos, incluido el que estaba destinado a las mayores responsabilidades, gente de arte. Puede ser. Pero que don Felipe haya elegido esa forma de celebrar su reinado demuestra mucho más que una simple sensibilidad cultural.

Y de casta le viene al galgo, pues no en vano, al parecer, Felipe VI es descendiente directo del pintor Diego Velázquez, ya que una cuarta nieta del genio sevillano, Enriqueta Susana Casado, se casó con un tal Enrique  de Reuss-Kürstritz, matrimonio cuya descendencia derivaría directamente a su abuela materna, Federica de Hannover, madre de doña Sofía.

Las formas de Felipe poco tienen que ver con las de su padre. Tal vez porque la educación de ambos fue bien distinta. Don Juan Carlos, alejado en su pubertad de la casa familiar que don Juan y doña Mercedes poseían en Estoril -gracias a la generosidad de algunos Grandes de España pues su economía no era precisamente boyante-, y traumatizado por la muerte accidental de su hermano pequeño don Alfonso, llegó a Madrid sólo y despistado. Los planes de Franco, efectivamente, eran convertirlo en la solución de lasucesión dinástica interrumpida por la segunda República y su propia dictadura. Así se saltaba a don Juan, a quien no soportaba,  en la línea sucesoria. Improvisaron un colegio en la finca Las Jarillas, en la carretera de Colmenar Viejo, al que se unieron como alumnos algunos hijos de otros tantos incondicionales monárquicos. La formación del entonces príncipe se complementaría con algunas materias jurídicas y su paso por las academias militares, hecho que a la larga sería trascendental en el fracaso del golpe de Estado del 23 F. Qué cosas.

El joven Juan Carlos, desarraigado familiarmente y ninguneado por buena parte de los poderes fácticos del franquismo pues veían en él el final de sus privilegios, hubo de granjearse el afecto y respeto  de los demás desarrollando lo mejor de su carácter, su simpatía, su capacidad de convertir el afecto en complicidad. Pero no le fue en absoluto fácil.

La infancia y juventud de Felipe VI fue bastante feliz. También estudió Derecho en la Autónoma  e igualmente desarrolló su formación castrense, completada en este caso con las mejores universidades norteamericanas en materias de relaciones internacionales. No sé cuántos idiomas habla, bastantes. Y bien. Y es hombre culto y sensible. La rama Hannover de su madre puede haber influido bastante. De hecho, ha recuperado ciertas ceremonias incorporándolas al formalismo regio, como la presentación de las Cartas Credenciales de los nuevos embajadores, que acuden al Palacio Real en carrozas descubiertas con una plástica que sorprende gratamente al viandante. De eso los británicos saben mucho.

Tres  años y ya ha tenido que sortear situaciones políticas complicadas y sin antecedentes desde la Transición. Y lo ha hecho impecablemente. Algunos obstinados podrán poner en cuestión la figura de la monarquía, pero qué gran jefe de Estado tenemos. Feliz aniversario, majestad. Y no soy cortesano.