Un puente árabe (donde sí) había un río

07/01/2018 - 13:18 Jesús Orea

El discreto entierro de Aline Griffith en nuestra ciudad hace unos días,  me ha llevado a recordar la  promesa de un puente a un pueblo en el que ni siquiera había río, atribuida al ínclito abuelo de su marido, el primer conde de Romanones.

A mediados de diciembre fue enterrada en el panteón del cementerio de Guadalajara en el que reposan los restos de don Álvaro de Figueroa y Torres, el celebérrimo Conde de Romanones, María Aline Griffith Dexter, condesa viuda de Romanones pues fue esposa del nieto de don Álvaro y tercer titular de su condado, Luis de Figueroa y Pérez de Guzmán el Bueno, también conde de Quintanilla. Aline Griffith, como fue simple y ampliamente conocida en el mundo aristocrático y en la “socialité” madrileña, era estadounidense de nacimiento y tuvo en vida la consideración de ser una mujer fascinante por su singular personalidad y, especialmente, por llegar a ejercer de espía para su país, además de ser autora de siete libros, varios de ellos tramados en el mundo del espionaje y en el de las relaciones internacionales.
    El discreto entierro de Aline Griffith en nuestra ciudad hace unos días, del que más que por la prensa local nos hemos enterado por la llamada “rosa”, me ha llevado a recordar la famosa anécdota del puente que se prometió a un pueblo en el que ni siquiera había río, atribuida al ínclito abuelo de su marido, el primer Conde de Romanones, cuya figura es casi tan alargada como la sombra del ciprés de la novela de Miguel Delibes y como las propias sombras de los cipreses que escoltan el panteón en el que ambos están enterrados. Sabido es que a Romanones se le atribuyen mil y una anécdotas, dada su consideración de arquetipo de cacique político por el que ha pasado a la historia, aunque muchas de ellas él mismo se encargó de desmentir que las hubiera protagonizado. No sé si ésta que recordé con motivo del entierro de Aline Griffith pertenece a las anécdotas bien o mal atribuidas al Conde, lo que sí es seguro es que me vino a la mente porque la inhumación de la aristocrática exespía coincidió en el tiempo con el rebrote de la polémica sobre las obras de reparación del puente árabe de Guadalajara que tiene pendientes de acometer desde hace tiempo la Junta de Comunidades y que, por cierto, se suman a otras importantes inversiones aplazadas del gobierno regional en la ciudad. Dejo aquí el asunto político y me imbuyo de lleno en la vida e historia de nuestro histórico puente, no sin antes recordar una obviedad: las inversiones públicas que no se presupuestan, no se pueden acometer salvo que medie urgencia. Confío en que no se dé este caso y que en los presupuestos regionales para 2018 estén consignadas las partidas necesarias para abordar esta obra y el resto de actuaciones de relevancia que la Junta tiene pendientes en la ciudad, fundamentalmente la ampliación del campus universitario, la terminación de las interminables obras de ampliación del Hospital y la rehabilitación de los inmuebles históricos del Fuerte, exigida a la administración regional hasta por sentencia judicial.
    El puente que sí se construyó sobre un río, el Henares, fue el árabe de Guadalajara que, erróneamente, fue considerado “romano” durante mucho tiempo, incluso por ilustres cronistas alcarreños que se dejaron guiar más por el apasionamiento de la historiografía localista propia de tiempos pasados, siempre tendente a alargar, profundizar y ennoblecer la historia de las ciudades, que por el rigor. Hace ya tiempo que está constatado que nuestro histórico puente data de época califal y su construcción fechada entre los siglos X y XI -fue el arquitecto arabista, Torres Balbás, quien en 1940 confirmó definitivamente este dato-, aunque hasta no hace demasiado tiempo algunos autores estimaban que uno de sus arquillos era de época romana, algo que descartó hace ya tres décadas Basilio Pavón Maldonado, uno de los más grandes y reconocidos expertos nacionales en el estudio de la historia, el arte y las culturas árabe y mudéjar. Pavón comprobó personalmente que las señas de cantería de los sillares de ese arquillo -numerado con el 5 e inmediato al tajamar D, junto al arroyo que desemboca en el río junto al puente- databan de época cristiana, probablemente de los siglos XII-XIII. La fábrica del puente a base de sillares con aparejo de soga -colocación de las piezas de canto- y tizón -de costado-, típico de la arquitectura hispanomusulmana del siglo X, confirma su origen. En todo caso, no solo la historiografía localista de bandería tuvo que ver en la consideración errónea del puente de Guadalajara como de origen romano, a ello contribuyó decisivamente el hecho de que es indudable que se trata de una construcción de clara herencia romana y es un “discípulo del puente romano prácticamente en todos y cada uno de sus aspectos”, como afirma Pavón en los dos trabajos en que más profundiza en el estudio del mismo y cuya consulta recomiendo: “Tratado de arquitectura hispano-musulmana I -Agua-“ y “Guadalajara medieval. Arte y arqueología árabe y mudéjar”.
    El puente árabe es la construcción más antigua de la ciudad que sigue en pie y los expertos consideran que, por su longitud -117 metros- y su altura -10 sobre el cauce-, cuando se erigió no era para facilitar el paso en un vado fluvial en un entorno rural, de escasa población y dispersa, sino que se construyó para dar acceso a una urbe ya consolidada desde hacía varias décadas, la Madinat-al-Faray -que fue el primer nombre que tuvo Guadalajara, en honor del cadí que la impulsó y consolidó como ciudad- de la que ya hay constancia en el siglo IX. Al igual que lo hizo Pavón Maldonado, cabe preguntarse que si el puente no se construyó hasta la segunda mitad del siglo X “¿qué tipo de acceso hubo en el siglo IX y toda la primera mitad del siguiente entre la calzada y Madinat-al-Faray?” Esa es una de las muchas preguntas que aún quedan pendientes de contestar a los historiadores, aunque la principal de las referidas a nuestra ciudad siga siendo, sin duda, dónde estuvo la mansión romana de Arriaca que figura en el Itinerario de Antonino Pio y que está considerada como el primer germen urbano de la actual Guadalajara. Las últimas investigaciones apuntan a que su probable ubicación se sitúe entre las poblaciones de Usanos, Marchamalo y Fontanar -incluso podría llegar hasta Heras de Ayuso y Torre del Burgo-, ámbito geográfico en el que sí se cumplirían las 22 millas romanas -32,50 kilómetros- de distancia entre Arriaca y Complutum -Alcalá de Henares- pues, como es sabido, los romanos tenían por norma que esa fuera la separación exacta entre mansiones por cuestiones de logística e intendencia.
    Al igual que el puente árabe espera hoy que la Junta acometa las imprescindibles obras de rehabilitación integral que desde hace ya unos años demanda pues hasta hubo de prohibirse el paso de peatones por él ante su estado de deterioro, esta histórica infraestructura ha sido objeto de varias e importantes reformas a lo largo de la historia. A este respecto, hay obras ya datadas en los siglos XI-XII, tras la reconquista de la Ciudad, -de esa época data el arquillo 5 al que antes nos hemos referido-, en los siglos XIII y XV -en que se reforzaron pilastrones-y, especialmente importantes, a finales del siglo XVIII, en tiempos de Carlos III, cuando se acometió la última gran reforma en él para consolidarlo tras soportar dos importantes crecidas e inundaciones. Este fenómeno se repitió en varias ocasiones en el siglo XX, como atestiguan las imágenes fotográficas tomadas de ellas, como la tan espectacular de José López que acompaña el texto. En la reforma hecha reinando “Carolo” -fue más allá de una simple reforma, casi una reconstrucción-, se hizo desaparecer la torre que había en medio del puente, que en su tiempo había servido de vigilancia y para el cobro del tributo de pontazgo.
    De las grandes obras que se abordaron en tiempos de Carlos III quedó constancia en el monolito que, aunque deteriorado y de difícil lectura de su inscripción, aún es bien visible en el arranque del mismo, localizado a la izquierda del pretil, según se baja de la ciudad. Terminamos diciendo que, durante diez siglos, Guadalajara solo tuvo un puente sobre el Henares, el árabe, si bien se han construido tres más en los últimos 30 años: el de los Manantiales (1990), el de la Ronda Norte (2006) y el paralelo al puente árabe (2008).