Una quimera en Las Ramblas
12/04/2014 - 23:00
Hace tiempo memoricé una noticia por la cual el ayuntamiento de Barcelona había prohibido a los ciudadanos pasear en verano por ese entorno sin camiseta, camisa, polo o prenda que cubriera el torso de los viandantes. La medida me pareció muy afortunada, pues siempre he pensado que es conveniente cubrir ciertas partes del cuerpo por no provocar repugnancia o envidia al espectador, dependiendo del palmito o lo palmario de quien luce. La medida confirmaba lo que siempre supuse una virtud catalana, la elegancia y el seny de una sociedad moderna y emprendedora. Son muchas las muestras de ese especial sentido elegante de los catalanes, y que llega a una de sus máximas expresiones en el mundo de la cocina, donde desarrollan la exquisitez con prestigio y reconocimiento internacional.
El alcanzar las excelencias del trabajo bien hecho a niveles universales es una constante que ha fraguado también en la arquitectura, la pintura, la moda o la música. Esa aspiración universal, sin embargo, choca frontalmente con el enfervorecido e inopinado sentimiento independentista que, cíclicamente, aparece cada equis tiempo. El inmediatamente anterior al actual, cuando en 1934 Lluis Companys declaró el Estado Catalán dentro de la República Federal Española, ni siquiera tenía los tintes antiespañolistas que se aprecian ahora, pues se invitaba a todos los españoles a formar un gobierno provisional de izquierdas con sede en Barcelona como oposición al recién estrenado en Madrid con miembros de la CEDA. El nacionalismo catalán de ese periodo tenía un corte político, erigiéndose como la única izquierda frente al claro triunfo de las derechas autónomas en las elecciones de noviembre de 1933.
En la actualidad parte del nacionalismo catalán, tras la derivada de Artur Mas, se posiciona frente y fuera del Estado. En nada afecta ninguna tendencia política, incluso el partido gobernante en Cataluña coincide ideológicamente con el de Madrid. No hay pues, antecedentes recientes en este nuevo nacionalismo nacido, en mi opinión, de una fracasada estrategia política. Mas necesita un nuevo argumento para justificar sus desastrosos y últimos resultados electorales, encontrando la ruta mesiánica como hecho diferencial. Pero sabe que el siglo XXI nada tiene que ver con el pasado. Ni el histórico al que tanto aluden ni el más reciente. Europa hoy es un macro estado al que todos sus integrantes le han cedido buena parte de sus respectivas soberanías.
Con un parlamento común, un ejecutivo común, una justicia común y una moneda común. Hoy poco sentido común supone el querer desmarcarse de España para seguir formando parte de Europa. Es como pretender subir al quinto piso sin pasar por el cuarto. Algo física y conceptualmente imposible. Lo peor es que lo sabe. Artur Mas es consciente de que está abanderando un imposible en la Europa actual. Y de que está generando ilusiones que sólo pueden terminar en la frustración. Y para un político nada tan difícil como gestionar la frustración de un electorado. Y así como se puede evitar que los torsos desnudos se paseen por las Ramblas, difícilmente hacerlo con la quimera que ha creado por haber perdido el rumbo.