Una voz en la mochila

01/10/2010 - 09:45 Hemeroteca

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El comentario
Santiago López Castillo / Periodista
Andarín, andariego, cantarín, cantautor, protestante mayúsculo, la jota sin sobresaltos, pañuelo anudado a la cabeza o en su defecto boina, José Antonio Labordeta era un terco del alma en libertad. Conocido por sus discos rayados en pizarra, nos hicimos afectísimos en cuanto llegó a la platea del Congreso de los Diputados. Era una brisa fresca, que diría mi amigo Juan Emilio Ballesteros; otro de la orquesta a pulso y púa en libreto libre para la radio y otras ondas hercianas. Porque Labordeta, luego de llenar la mochila con las mejores viandas, cantaba las verdades del barquero y si había que echar un regüeldo lo echaba.
Más o menos como cuando los de la derecha metían bulla y él estaba en el uso de la palabra los mandó a la mierda. Es una de esas expresiones parlamentarias que han quedado acuñadas más allá del diario de sesiones, entre las que hay que incluir a aquel Cela dormitando en el seno de los justos del Senado y el presidente (no existía la votación electrónica) le preguntó: “¿El senador Cela, está a favor, en contra o se abstiene?” A lo que senador Cela respondió, previo codazo del vecino de escaño: “El senador Cela no está a favor ni en contra ni se abstiene, está ausente”.

Pues este maño me hizo el honor de presentar mi novela “La cruz de la santera” en el Casino de Guadalajara. Recuerdo que el salón estaba a rebosar. Pero todos eran de izquierdas. Ni siquiera mi amigo y diputado Luis de Grandes. Ni un alma conservadora. En el acto de las firmas conocí a Magdalena Valerio, jerifalte provincial del PSOE y hoy alto cargo de la Junta de Comunidades, a quien puse esta dedicatoria: “Ya tenía yo ganas de echarme estos ojos a la cara…, con afecto”, pues, sin duda, son las esmeraldas más preciadas de Guadalajara. Luego de las exposiciones del cantautor, geniales, hablando desde la sencillez del corazón, con Pedro Aguilar -otro trotamundos de la vida- de presentador, alguien del público me preguntó si los diputados hablaban bien. A lo que respondí: “Fatal, salvo José Antonio, que se expresa con el alma”. Luego hubo papeo y esas cosas, y hasta me contó Labordeta que tenía familia guadalajareña, pues no en balde es camino de paso hacia Zaragoza.

Quise, sin éxito, que a imagen y semejanza de “Un país en la mochila”, su celebrado programa en TVE, incluyera una sección en mi programa “Parlamento” sobre los rincones inéditos de las Cortes, en la mochila, claro está. Pero el director general de turno no me lo autorizó. Porque Labordeta, aparte de echarse al coleto un tinto peleón, se recorría los pasillos más recónditos del palacio de la Carrera de San Jerónimo. Y después nos íbamos a comer a “Casa Manolo”, ese bar de zinc donde tiran las cañas con la levita del mandil. Caían unas alubias con chorizo por si después se ponía plomiza la sesión.

Inolvidable. Amigo. Duralex. De ley. Culto. Y, sobre todo, buena gente. Esa expresión que define a un ser en estado de gracia por su honestidad. Aún resuenan, junto a los Paco Ibáñez de entonces, los surcos de pizarra que proclamaban “una tierra en libertad”.

PD.-Con mi afecto a toda su familia y en especial a su hija, la colega, de la que tanto él me hablaba.