Urge una educación en valores

18/03/2018 - 11:47 Manuel Ángel Puga

Una encuesta de CSIF en todas las comunidades autónomas pone al descubierto que el 90% de los profesores convive con situaciones de tensión y violencia en los centros docentes.

No es ningún secreto decir que hoy reina la indisciplina en la mayor parte de las aulas españolas. Desgraciadamente, es una realidad que está ahí, delante de todos y que no cabe negar. Y es lo cierto que esta situación no surgió de la noche a la mañana. Se fue fraguando a lo largo de los años. Resulta difícil fijar una fecha, pero me atrevería a decir que el problema de la indisciplina en los centros docentes se ha venido agravando desde hace algo más de una veintena de años. Por aquel entonces existían casos aislados que no revestían la gravedad de ahora. Pero las cosas han ido a más y a peor.
    Dediqué 50 años de mi vida a la enseñanza, impartiéndola en sus tres niveles (Primaria, Secundaria y Universitaria), tanto en la enseñanza pública como en la privada. Creo, pues, que conozco un poco el tema, teniendo además en cuenta que soy pedagogo. Sin tratar de buscar culpables (es hora de buscar soluciones, no culpables), es lo cierto que demasiadas veces se ha politizado la enseñanza. Partidos políticos en el poder hubo que, con tal de ganar votos, supervaloraron los derechos de padres y alumnos mientras menospreciaban los del profesorado. Grave error, porque con tal proceder estaba garantizada la indisciplina en las aulas. ¿Cómo mantener la disciplina cuando se ninguneaba el derecho a ejercer la autoridad? La verdadera disciplina nace del justo equilibrio entre la autoridad del profesor y la libertad del alumno. Si se rompe este equilibrio surge el autoritarismo o la indisciplina. Y si malo es lo primero, peor es lo segundo.
    Hace 22 años publiqué en la revista sindical ANPE un artículo titulado “Frutos amargos”. Decía en él que desde hacía algún tiempo los “nuevos ideólogos del sistema” venían sembrando ciertas semillas que poco a poco iban germinando y dando unos frutos amargos. Dichos frutos, ciertamente, no podían ser más amargos: jóvenes drogadictos, faltas de respeto, violencia generalizada, la mentira y la calumnia institucionalizadas, la indisciplina y la falta de convivencia en las aulas, etc.… Esto lo decía hace 22 años. ¿Desde entonces hemos mejorado o hemos ido a peor?
    La Central Sindical Independiente de Funcionarios (CSIF) ha realizado recientemente una encuesta en todas las Comunidades autónomas de España. Dicha encuesta pone al descubierto que el 90% de los profesores convive con situaciones de tensión y violencia en los centros docentes. Afirma esta Central Sindical que “las peleas, insultos, vejaciones entre compañeros y compañeras, amenazas al profesorado por parte del alumnado y familias son las situaciones más habituales”. Tales amenazas suelen ir acompañadas de actos violentos. La autoridad del profesor brilla por su ausencia. En estas condiciones es imposible mantener la disciplina en las aulas, lo que está ocasionando la baja por depresión de numerosos profesores. Vemos que hemos ido a peor.
    Resulta evidente que ante este panorama urge buscar soluciones, no paños calientes. Por ello, la solución no está en establecer leyes que potencien la autoridad del profesorado, como ya han hecho algunas Comunidades autónomas. Con tal medida, además de no solucionar el problema, se corre el riesgo de romper ese justo equilibrio que ha de existir entre la autoridad del profesor y la libertad del alumno. Respaldar la autoridad del profesor es algo importante, pero resulta insuficiente. Hace falta algo más.
    Tal y como están las cosas, la solución a la actual crisis exige una educación en valores. Ahora bien, deberán ser unos valores auténticos, eternos e inmutables. No sirven unos valores del momento, de conveniencia política o económica. Estos “valores” no valen. Son necesarios unos auténticos valores morales, humanos, sociales y religiosos, basados en el respeto mutuo, en la libertad y la responsabilidad. Sólo así se podrá hacer frente a los antivalores que peligrosamente se están introduciendo en la vida familiar y social.
    Los centros educativos deben generar una cultura de valores, pero de auténticos valores humanos, morales y religiosos para transmitirlos a los alumnos e irradiarlos a las familias. La tarea es, pues, doble. Por una parte, hay que infundir valores en los alumnos; por otra, hay que difundirlos entre las familias. Es preciso implicar a los padres de familia, especialmente a los más desfavorecidos económica y socialmente. De aquí la gran importancia que tienen las buenas relaciones entre los centros de enseñanza y las familias. Por este camino sí pueden venir las soluciones al problema de la indisciplina en las aulas.