Varapalo y tentetieso
29/05/2014 - 23:00
Ha transcurrido ya casi una semana y los resultados de las elecciones al parlamento europeo del pasado domingo siguen generando convulsiones. El castigo a los dos mayores partidos no ha sido simulada, les han dado de bruces. No es de extrañar. La desafección del electorado por su clase política es preocupante y, lo que es peor, es razonable. La profesionalización de los dirigentes de la cosa pública ha generado un progresivo distanciamiento entre ellos y la realidad social. La mayoría de nuestros políticos no ha creado ningún puesto de trabajo, no saben lo que es una empresa, que te denieguen una línea de crédito o llegar apurados a final de mes. Viven sobre alfombras dentro de sus grandes burbujas.
Ahora entiendo al recordado Adolfo Suárez con su obsesión de convertir a nivel político lo que es normal, lo que a nivel de calle es normal. Cuando esa premisa se rompe llega la desafección, el escepticismo o la incredulidad. La elevada abstención no ha sido sólo producto de una pereza en ir a votar a unos señores que van a cobrar un sueldazo por ser parlamentarios de un ente que se siente lejano y extraño, que también, sino la silenciosa queja de una mayoría. Es fácil caer en la demagogia cuando uno entra en estos derroteros. Bien que los saben algunos de los que han sorprendido con una irrupción imprevista, como es el caso de Podemos.
El chico de la coleta tiene bastante más peligro que el de la armónica, y ni él mismo se cree sus propias soflamas. Pero el espabilado ha sabido aglutinar buena parte del pataleo. Confío en que será flor de un día, el tiempo suficiente para conocer mejor al personaje y su locas y quiméricas ideas. Pero ello no debe tranquilizar ni relajar a los grandes partidos; al contrario, lo ocurrido en la última jornada electoral podría ser la última advertencia. La ejemplaridad y el bajar a la arena, o lo que a nivel de calle es normal, son dos aspectos que en mi opinión encierran el gran reto de los dos principales partidos políticos. Urge una reorientación general de su actividad de cara a la ciudadanía, pasando por una imperiosa depuración de sus propios casos de corrupción y la asunción de medidas para evitar nuevos casos. Es preciso limitar los mandatos y la permanencia en cargos públicos. Es necesario eliminar todos los privilegios inherentes a dichos cargos o incluso con posterioridad a haberlos ejercido (es vergonzoso e indignante ver asiduamente a un ex alcalde de Madrid y a un ex secretario de Estado en la barrera de Las Ventas, así, por la patilla. Es un simple ejemplo). Por último, es imprescindible la recuperación de una credibilidad hoy cuestionada, discutida y perdida por el incumplimiento de las promesas electorales. Tal vez el PSOE esté pagando el coste de demasiadas contradicciones.
Al PP, castigado proporcionalmente de igual modo, le puede ocurrir lo mismo, si bien pueden esgrimir el desgaste de la adopción de unas medidas anti crisis y que, al fin y al cabo, y a pesar de ello, han ganado las elecciones. Los primeros han empezado su propia catarsis, teniendo dificultades en encontrar un procedimiento consensuado. Los segundos andan todavía conmocionados y les está costando más reaccionar, a lo peor se sienten menos aludidos. Unos y otros se enfrentan al mayor de los retos desde la transición política. Recuperar no ya la ilusión sino el respeto de un electorado demasiado cansado no es baladí. Ni fácil. Pero es esencial para mantener una gobernabilidad presente y futura que en caso de perderse podría convertirse en el umbral de un cambio de ciclo. Y no creo que España, hoy por hoy, esté preparada. Ni le conviene.