Viajar rememorando

10/04/2018 - 13:22 Luis Monje Ciruelo

Este fin de semana volví al embalse de Beleña para ver cómo desembalsa.

Cuando salgo de viaje por la provincia no puedo evitar el recuerdo de tantas situaciones que viví. Este fin de semana volví al embalse de Beleña para ver cómo desembalsa, un espectáculo que siempre impresiona a los pueblos de secano. Salía un potente chorro que seguramente acrecentaría el nivel habitual  de las pozas conocidas por Los baños de doña Urraca, reina castellana, señora que fue de Beleña. Entré en este pueblo para admirar, una vez más, en su magnífica iglesia románica, un mensuario esculpido en piedra de las faenas del campo que solo tiene parigual en la iglesia, de la misma época, de Campisábalos. En la cola del embalse de Beleña conocí el nuevo santuario de la Virgen de Peñamira, que sustituyó al antiguo hace casi veinte años, inundado entonces por el embalse. Denuncié ese abandono en ABC, y la Confederación Hidrográfica asumió su compromiso legal y construyó éste nuevo, pero pintado de amarillo chillón, que desentona totalmente del paisaje. Pero, en fin, no voy a pedir que la pinten de nuevo. Recordé que en Atienza unos años antes, pintaron el nuevo cuartel de la Guardia Civil  de idéntico color, estropeando la noble estampa de la histórica villa, declarada Conjunto histórico-artístico. Denuncié ese atentado artístico con el título El crimen de Atienza, y la Dirección General de la Beneméria ordenó inmediatamente repintarlo más adecuadamente. En el caso de Peñamira, un Club madrileño de submarinistas se ofreció a rescatar la imagen que, por desidia de autoridades y fieles. Había quedado bajo las aguas; Lo intentó con una canoa Zodiac, pero se ve que la imagen, probablemente de yeso o cartón , se había deshecho bajo las aguas.
    En este viaje nos llamó la atención encontrar en una extensa llanura cerealista, un amplio cementerio de modestas tapias, sin un solo ciprés, en una soledad desolada, pero con tumbas, sepulturas y mausoleos como en la ciudad. A falta de ciprés, como digo, recité desde fuera, el soneto A un ciprés que hace seis años dediqué a la memoria de mi compañera de toda la vida. Dice así: “Pairón vegetal que hacia el Cielo creces/ en la silente paz del Camposanto,/ puntiagudo árbol, no sabes cuánto/ a nuestros cementerios ennobleces./Por dar belleza y sombra bien mereces/que con este soneto haga tu canto/ aunque a muchos no les agrades tanto/ por ser árbol de muertos y de preces/ Tu imagen vertical al Cielo lanzas/ y la oscura densidad de tu ramaje/ ampara los gorjeos y los nidos,/ Y cuando tu altura normal alcanzas,/ si se ven cipreses en un paisaje/allí están enterrados los olvidos.