Viejos y nuevos partidos
Dejando a salvo que no existe democracia constitucional, representativa y parlamentaria, sin los partidos políticos, ahora se abre la discusión o confrontación entre nuevos y viejos partidos. Algunos quieren argumentar o resaltar la ruptura y la distancia entre unos y otros. Pero en el fondo todos son iguales en el sentido de que todos persiguen el mismo objetivo como es hacerse con el poder del Estado. Las diferencias son muy pequeñas y accidentales. No valen ni las diferencias ideológicas ni las distintas estrategias, ni la renovación generacional. Todos participan en la misma ambición o en la misma suma de intereses. Ningún orden nuevo o nueva economía. Ninguno de ellos quiere la quiebra del sistema ni el cambio sustancial. Viejos poderes o nuevos poderes pero el mismo poder, el mismo capitalismo. Se reparten entre ellos ingentes cantidades de dinero y recursos económicos procedentes de los presupuestos comunes para su organización, para sus cuadros y campañas. Son todos iguales y tienen la misma voracidad. La comedia o el espectáculo actual han comenzado por la desacreditación de las viejas clases, formaciones o élites políticas y de las instituciones tradicionales. Lo que si es un hecho relevante y digno de resaltar es el fin del comunismo, totalitario y ateo. Los partidos democráticos del Este europeo tienen el gran mérito de haber contribuido a su caída o haber terminado con dichas dictaduras. ¿Se puede hablar de algo nuevo en los partidos? Más aún, la discusión entre el fin del bipartidismo resulta inútil y falsa. Todos quieren ser el único partido que no tenga necesidad de los demás para gobernar. Todo el poder para él. Por concesión a la democracia o al pluralismo deberán admitir una oposición o una discrepancia más o menos organizada. Pero, para algunos, mejor que no la haya. Otros están dispuestos a admitir la figura de los pequeños partidos conviviendo con los grandes pues ellos, por su tamaño, no crean grandes dificultades. En la reciente historia política de Europa se observa un punto de inflexión a principios del siglo XX. Es aquel en que los partidos políticos renuncian a gran parte de su poder y hegemonía para cedérselo a una Constitución aprobada por el pueblo. Ya no están por encima de ella, ni quieren prescindir de ella y la aceptan como límite a sus caprichos, veleidades, desafíos o autonomía. Recordemos la historia de España donde la victoria de un partido equivalía a una nueva Constitución. Desde el momento en que la aceptan y no la imponen son llamados partidos constitucionales. Esa misma Constitución que ahora combaten y quieren derribar. Los partidos no tienen ningún poder sino que dicho poder reside en la Constitución. No hay partidos viejos o nuevos, pues a todos les mueve la misma intención. Casi lo mismo que Rodrigo Rato.