Brown, Cameron y Clegg arañan votos en los comicios más reñidos de la última década

01/10/2010 - 09:45 Hemeroteca

Por: EUROPA PRESS
El primer ministro británico, Gordon Brown, se juega su futuro político en las elecciones que mañana se celebran en Reino Unido, en las que su partido aspira al cuarto mandato con él estrenándose como candidato y a pesar de unos sondeos en contra de los laboristas por primera vez desde que en 1997 Tony Blair consiguiese la mayoría absoluta. Mientras, Cameron aspira a desafiar a la historia y lograr la hegemonía con el mayor vuelco electoral desde los años 30 y Clegg quiere cambiar el tradicional bipartidismo.
Durante la campaña electoral, Brown ha sido el cabeza de lista que más ha sufrido el desgaste, frente al empuje de sus dos jóvenes rivales, una diferencia evidenciada especialmente en los debates televisados que, hasta ahora, no existían en el mapa político de las islas. Sin embargo, la estrategia del ‘premier’ fue, precisamente, reivindicar su veteranía para apelar a la confianza en esta era postcrisis. Sus avales, la década al frente de la cartera del Tesoro, que precedió al ascenso al ansiado liderazgo que perseguía desde obtuvo su escaño en 1983.

En su contra, sin embargo, el cansancio de 13 años ininterrumpidos en lo más alto de la jerarquía del Gobierno y una personalidad sin carisma que él mismo ha reconocido podría apartarlo de la carrera si ésta fuera meramente una contienda de popularidad. Sin embargo, su manual de cabecera reza que sólo él puede garantizar la recuperación económica y, sobre todo, el argumento del miedo ante una alternativa conservadora que amenaza con una nueva zambullida en la recesión debido a los inmediatos recortes que prevén los de David Cameron.

Escocés, de fuerte personalidad y uno de los arquitectos del Nuevo Laborismo, antes de que comenzase la cuenta atrás electoral se vio sacudido por el escándalo de los supuestos malos tratos a sus colaboradores, un episodio que, finalmente, parece no haber hecho un daño excesivo a las posibilidades del partido, como tampoco su tropezón de la semana pasada, cuando calificó de “intolerante” a una simpatizante sin reparar en que estaba siendo grabado.

De mantenerse en Downing Street, lograría un hito histórico, no sólo por el cuarto mandato de los suyos, sino porque habría protagonizado una de las resurrecciones políticas más fulgurantes de la historia moderna. A pesar de que cuando en verano de 2007 recibió las llaves del número 10 de manos de Tony Blair disfrutó de leve luna de miel con los votantes, su popularidad cayó en picado a partir de que cometiese el, para muchos, peor error de su carrera política: jugar con la duda de si convocaría elecciones para, en otoño, descartarlas.
Desde entonces, ha tenido que hacer frente a la peor crisis económica desde la Gran Depresión, un revés que, no obstante, permitió sacar lo mejor de Brown. Durante diez años al frente del Tesoro, su reacción al colapso financiero fue imitado por gran parte de los dirigentes mundiales, que reconocieron, además, su liderazgo en la organización de la clave reunión del G-20 del 2 de abril de 2009 en Londres.

Sin embargo, en este período también ha quedado como la cara de la peor derrota electoral de los laboristas desde mediados del siglo pasado, cuando en junio quedó como tercera fuerza en las locales, y han sido varios los conatos de asalto al poder que ha tenido que ir sofocando. Finalmente, el Laborismo decidió cerrar filas en torno a él, ante la posibilidad de que un descabezamiento prematuro fuese incluso más dañino para sus posibilidades electorales.

Los resultados de mañana desvelarán si la apuesta fue acertada. Por el momento, el sistema parlamentario no descarta su continuidad en Downing Street, a pesar de que ninguna encuesta da a su partido como la fuerza más votada. No obstante, a la vez, este desenlace podría propiciar su salida, por decisión propia o impuesta, aunque quedaría una ecuación más difícil de resolver para el Laborismo acerca de cómo proceder a un nuevo recambio en la residencia oficial sin el refrendo de las urnas.

Enfrente tiene al candidato liberaldemócrata a los comicios de Reino Unido, Nick Clegg, que confía en que las generales otorguen a su partido una posición clave en el Parlamento que permita proceder a la gran aspiración de su agenda política, la reforma electoral.

La revelación de la campaña que ayer tocó a su fin había planteado como condición irrenunciable la revisión de un modelo que no garantiza la traslación en el Parlamento de la voluntad popular. Sin embargo, en las últimas jornadas, se ha mostrado dispuesto a ceder para garantizar la gobernabilidad de un país que acaba de salir de la recesión más prolongada desde que existen los registros y que se enfrenta al mayor agujero presupuestario en décadas. No obstante, lo que Clegg no ha aclarado son sus preferencias para negociar. Tras ser objeto de cortejo por parte de los dos verdaderos aspirantes a las llaves de Downing Street, el líder liberaldemócrata, un europeísta convencido casado con una abogada española con la que tiene tres hijos, aprovechó la influencia que su posición bisagra podría suponer en el nuevo Parlamento.

Desafiar a la historia
El candidato conservador a las elecciones de Reino Unido, David Cameron (9 de octubre de 1966), aspira mañana a desafiar a la historia y lograr para su partido el mayor vuelco electoral desde los años 30, puesto que, para hacerse con la mayoría absoluta a la que ha venido apelando durante la campaña, deberá conseguir al menos 116 escaños en el nuevo Parlamento. Sin embargo, los hitos no acabarían ahí en caso de mudarse a Downing Street con su esposa, Samantha, y sus, de momento, dos hijos, puesto que la familia espera un nuevo miembro para verano, tras la tragedia de la muerte el pasado año del primógenito, Ivan, quien padecía una severa discapacidad. Cameron se convertiría en el primer ministro más joven en dos siglos y quien aspira a tener como vecino en el número 11, su fiel aliado George Osborne, sería el ministro del Tesoro más joven de la historia moderna.

No obstante, el candidato conservador deberá someterse antes al veredicto de los votantes, el mismo que ha venido ansiando desde que, en 2007, Gordon Brown recibiese el testigo de Tony Blair sin pasar por el refrendo de las urnas. El líder ‘tory’ había reclamado reiteradamente la convocatoria de elecciones y, al final, ha visto cómo el retraso por parte del ‘premier’ reducía las diferencias en las encuestas. Su partido pasó de disfrutar una ventaja de más de 25 puntos a ver actualmente la mayoría absoluta cada vez más lejos. Aún así, desde hace dos años los conservadores no se han apeado de la cabeza en los sondeos. La llegada del actual líder en diciembre de 2005 supuso una renovación para un partido que, desde la derrota en 1997 tras 18 años en el poder, había venido recambiando candidato cada convocatoria electoral sin cambiar su suerte.