El encierro por el campo de Brihuega atrajo a más de 20.000 personas
Ayer, a las doce de la mañana, los coches ya ocupaban las laderas de Brihuega. Mientras, la Banda de Música cumplía con otras de las tradiciones de este día en el parque de las Eras. Los briocenses y visitantes de la localidad se preparaban para vivir el día más importante de las fiestas de la localidad, el del encierro por el Campo. El parque está lleno y ya hay coches cogiendo sitio en la ladera, con la comida, detallaba el concejal de Festejos, José Romera. Sin embargo, aún era pronto. La auténtica avalancha de espectadores estaba prevista para las 16.00 horas. Es un día de diario, pero esperamos que vengan unas 20.000 personas. No defraudó la cita. Una vez más, Brihuega volvió a llenarse de público deseoso de presenciar con sus propios ojos esta Fiesta de Interés Turístico Regional.
A las 18.00, la Guardia Civil ya controlaba el acceso a la localidad. En su interior los peñistas bailaban al son de la charanga mientras coches y coches atestaban las calles. Faltaban escasos minutos para que diera comienzo el encierro y el ambiente no podía ser más festivo. Los jinetes, pacientes, esperaban a un lado de la calle junto a sus monturas. La fiesta, pese a la cercanía del encierro, no podía ser más familiar. Mayores y pequeños bailaban y cantaban en medio de las calles que minutos más tarde recorrerían los toros.
Tampoco faltaban en las cercanías los agentes de la Guardia Civil, los miembros de la Cruz Roja y los propios trabajadores y colaboradores del Ayuntamiento. Desde los balcones, algunos tenían cogidos sus puestos de honor para asistir desde un lugar preferente a la salida de los astados.
Poco a poco, los más pequeños empezaron a abandonar el recorrido del encierro de la mano de sus adultos. El trazado cerró todas sus puertas y dentro de él solo quedaron aquellos que estaban dispuestos a correr ante los toros, o a apurar hasta el final antes de verlos desde la barrera. Al final, cuando llegaron los chupinazos, también lo hizo la tensión. Dado que la salida se realiza desde la plaza de toros, las reses de la ganadería Montes de Oca, que repetía en las fiestas, tardarían casi un minuto en llegar hasta el Parque de las Eras. Los corredores, nerviosos, daban saltos para calentar las piernas y tratar de ver a qué altura se encontraba la partida de animales. Los últimos rezagados abandonaron el recorrido. Si tengo que morir, que sea de un infarto. E incluso en las terrazas cercanas, algunos curiosos abandonaron sus copas para tratar de ver algo de la carrera.
Como en todos los encierros, el paso fue rápido. Tanto, que alguno incluso dudó de que todos los toros hubieran pasado. Ha debido quedarse alguno por abajo, comentaba alguno de los espectadores al ver pasar a los mansos, pero no. Iban todos ya rumbo hacia el campo, donde realmente debía desarrollarse la fiesta y el lugar en el que mayor número de espectadores permanecía congregado.
Un año más, el encierro siguió escrupulosamente el guión escrito por la tradición. Tras salir de la plaza de toros, los astados cruzaron el municipio rumbo al campo. Allí, tanto la organización como los participantes se encargaron de que los animales se dirigieran al paraje conocido como La Boquilla, un corral natural. A las 19.40, uno de ellos ya había sido conducido hasta allí y dos más estaban a punto de entrar, mientras que el cuarto permanecía localizado en Las Naves. Una vez estuvieron todos juntos en La Boquilla, estaba previsto que permanecieran allí hasta que se les volviera a sacar para llevarles al corral de San Felipe.
En torno a las 20.30 horas, en el Ayuntamiento no se tenía constancia de que se hubiese producido herido alguno por asta de toro. Ha ido todo bastante bien, señalaba el concejal de Festejos. Lo que no se pudo evitar es que se produjesen algunas heridas menores debidas a los habituales revolcones. A esa misma horas, ya eran tres los toros que se encontraban en la boquilla. El cuarto aún se resistía a seguir al resto hasta de sus compañeros, cosa que finalmente hizo.