El teatro es el último refugio cultural que nos queda, afirma Jorge Lavelli, director de El avaro
01/10/2010 - 09:45
Por: EUROPA PRESS
La popular obra está protagonizada por el actor Juan Luis Galiardo
El teatro es el último refugio cultural que nos queda, donde podemos crear nuestro propio discurso sin tener que preguntar a nadie si se puede, afirmó ayer el director franco-argentino Jorge Lavelli, que estrena El avaro, de Molière, el próximo jueves en el Teatro María Guerrero de Madrid.
La comedia, adaptada por Lavelli y José Ramón Fernández, está protagonizada por Juan Luis Galiardo y producida por el Centro Dramático Nacional, Galiardo Producciones, Centro Andaluz de Teatro, Teatro Calderón y la Comunidad de Madrid.
El avaro está dividida en cinco actos y representa una radiografía del ser humano, según explicó el director del Centro Dramático Nacional, Gerardo Vera. El capitalismo y la avaricia están en el fondo del alma humana, sentenció Vera, en una comparación con el actual momento de crisis. Si no tiene algo dramático, la comicidad es tonta, declaró Lavelli.
Inspirado en La olla, de Plauto, Molière satiriza la falsedad y las costumbres de la sociedad francesa del XVII.
La obra analiza la avaricia, encarnada en Harpagón (Galiardo), que está enamorado de Mariana (Aída Villar) y pretende casarse con ella a pesar de que su propio hijo, Cleantes (Javier Lara), se constituye en su rival. El poder del protagonista radica en su dinero, con el que pretende comprar los sentimientos más puros.
El protagonista Juan Luis Galiardo expresó su preocupación en atraer los jóvenes al teatro. No quiero que mis nietos digan que es algo aburrido, declaró, añadiendo que la juventud debería dejar las máquinas y volver a la humanidad del teatro.
Asimismo, el intérprete de Harpagón declaró que el teatro también podría funcionar como ejemplo a los jóvenes y no tan jóvenes políticos. Hay una gran cagada en la Moncloa y en Génova, sentenció, agregando que el teatro tiene que tomar el poder y las calles.
NUNCA PIENSO EN EL PÚBLICO
Galiardo recordó que empezó su carrera en el Teatro María Guerrero, en 1962, y que presentarse en ese espacio le resulta nostálgico. Volver aquí es importante para despedirme con dignidad, detalló el actor, para quien el trabajo con Lavelli fue terapéutico y un maravilloso dolor. A mí todavía me duele el alma, reveló.
Por su parte, Lavelli explicó que buscó sacar la resonancia propia de cada actor y admitió que nunca piensa en el público. No sé qué piensa el obrero o el estudiante, pero sé el teatro tiene que ser verdadero y significativo, apostilló.
El escenario, creado por Ricardo Sánchez-Cuerda, cuenta con puertas y espejos que recrean un ambiente laberíntico, en el que no se sabe quién va entrar o salir, de acuerdo con el director. El espacio escénico puede contribuir para que el espectador imagine su propia historia, detalló Lavelli, quien también diseñó la iluminación junto a Roberto Traferri.
La música estuvo a cargo del polaco Zygmunt Krauze y el vestuario es del italiano Francesco Zito. Fue un trabajo de cooperación internacional. Lavelli creó un montaje que puede recorrer el mundo, puntualizó Galiardo. Es espectáculo limpio, esencial y luminoso, que produce placer y conocimiento, concluyó Gerardo Vera.
El avaro está dividida en cinco actos y representa una radiografía del ser humano, según explicó el director del Centro Dramático Nacional, Gerardo Vera. El capitalismo y la avaricia están en el fondo del alma humana, sentenció Vera, en una comparación con el actual momento de crisis. Si no tiene algo dramático, la comicidad es tonta, declaró Lavelli.
Inspirado en La olla, de Plauto, Molière satiriza la falsedad y las costumbres de la sociedad francesa del XVII.
La obra analiza la avaricia, encarnada en Harpagón (Galiardo), que está enamorado de Mariana (Aída Villar) y pretende casarse con ella a pesar de que su propio hijo, Cleantes (Javier Lara), se constituye en su rival. El poder del protagonista radica en su dinero, con el que pretende comprar los sentimientos más puros.
El protagonista Juan Luis Galiardo expresó su preocupación en atraer los jóvenes al teatro. No quiero que mis nietos digan que es algo aburrido, declaró, añadiendo que la juventud debería dejar las máquinas y volver a la humanidad del teatro.
Asimismo, el intérprete de Harpagón declaró que el teatro también podría funcionar como ejemplo a los jóvenes y no tan jóvenes políticos. Hay una gran cagada en la Moncloa y en Génova, sentenció, agregando que el teatro tiene que tomar el poder y las calles.
NUNCA PIENSO EN EL PÚBLICO
Galiardo recordó que empezó su carrera en el Teatro María Guerrero, en 1962, y que presentarse en ese espacio le resulta nostálgico. Volver aquí es importante para despedirme con dignidad, detalló el actor, para quien el trabajo con Lavelli fue terapéutico y un maravilloso dolor. A mí todavía me duele el alma, reveló.
Por su parte, Lavelli explicó que buscó sacar la resonancia propia de cada actor y admitió que nunca piensa en el público. No sé qué piensa el obrero o el estudiante, pero sé el teatro tiene que ser verdadero y significativo, apostilló.
El escenario, creado por Ricardo Sánchez-Cuerda, cuenta con puertas y espejos que recrean un ambiente laberíntico, en el que no se sabe quién va entrar o salir, de acuerdo con el director. El espacio escénico puede contribuir para que el espectador imagine su propia historia, detalló Lavelli, quien también diseñó la iluminación junto a Roberto Traferri.
La música estuvo a cargo del polaco Zygmunt Krauze y el vestuario es del italiano Francesco Zito. Fue un trabajo de cooperación internacional. Lavelli creó un montaje que puede recorrer el mundo, puntualizó Galiardo. Es espectáculo limpio, esencial y luminoso, que produce placer y conocimiento, concluyó Gerardo Vera.