Fallece el último veterano francés que combatió en la Primera Guerra Mundial
01/10/2010 - 09:45
Por: COLPISA
Lazare Ponticelli, último superviviente de los 8,5 millones de franceses que combatieron en la Primera Guerra Mundial (1914-1918), murió este miércoles a la edad de 110 años. Con Ponticelli, que había nacido en Italia el 7 de diciembre de 1897, desaparece el último testigo francés directo de la Gran Guerra, que causó 10 millones de muertos en Europa, aunque muchas de las víctimas eran soldados traídos a los campos de batalla desde Marruecos, Senegal, Estados Unidos, Canadá, Australia o Nueva Zelanda.
Lazare Ponticelli falleció en la casa de su hija en Kremlin Bicetre, a las afueras de París, según precisó la secretaría de Estado de Ex Combatientes. Aún quedan en el mundo ocho ex combatientes de ese conflicto, según los cálculos realizados por Frédéric Mathieu, creador del sitio internet Dersdesders: tres británicos, dos italianos, un estadounidense, un antiguo soldado del Ejército austro-húngaro y un turco que en aquel momento combatió en las fuerzas del imperio otomano.
Los ocho supervivientes son los últimos testigos del infierno de las trincheras, símbolo de la Primera Guerra, difícilmente imaginable en la actualidad, con sus combates esporádicos, los ataques con gas, los bombardeos de artillería cada vez más violentos, los asaltos con lanzallamas y, sobre todo, el terror presente y constante de la muerte en esta gran masacre.
Las trincheras, a menudo realizadas aprovechando los cráteres dejados por los obuses y comunicadas por zanjas cavadas por los soldados, eran el escenario del horror y la espera de la muerte en cualquier momento.
A pesar del terror, los piojos, las ratas, el barro, el frío y los cadáveres que se descomponían junto a los combatientes cuando no podían ser enterrados, las trincheras eran un mundo de solidaridad y camaradería en el que trataban de apoyarse unos a otros con bromas, canciones o cartas familiares.
Tiempo de trincheras
El tiempo de presencia de los soldados en las trincheras --si no morían o eran heridos de gravedad-- era de un mes, antes del relevo que les permitía volver a la retaguardia y poder así disfrutar de una comida caliente y dormir en un lugar seco. La ocupación del tiempo era siempre la misma. Durante el día, dormían o descansaban. Las actividades a campo descubierto eran nulas o muy limitadas por razones de seguridad, ya que los francotiradores disparaban contra todo aquel que se aventuraba a dejar la protección de la trinchera.
Durante la noche, las tropas aprovechaban la oscuridad para transportar municiones y provisiones a través de la red de corredores entre las trincheras. Una vez que las actividades nocturnas terminaban, los soldados volvían a sus posiciones esperando el amanecer, momento en que habitualmente se realizaban los bombardeos de artillería como preparación de los ataques de la infantería.
Durante mucho tiempo, los que sobrevivieron a ese infierno tuvieron grandes dificultades para hablar de ello. Algunos, terriblemente mutilados, perdieron la razón.
Los ocho supervivientes son los últimos testigos del infierno de las trincheras, símbolo de la Primera Guerra, difícilmente imaginable en la actualidad, con sus combates esporádicos, los ataques con gas, los bombardeos de artillería cada vez más violentos, los asaltos con lanzallamas y, sobre todo, el terror presente y constante de la muerte en esta gran masacre.
Las trincheras, a menudo realizadas aprovechando los cráteres dejados por los obuses y comunicadas por zanjas cavadas por los soldados, eran el escenario del horror y la espera de la muerte en cualquier momento.
A pesar del terror, los piojos, las ratas, el barro, el frío y los cadáveres que se descomponían junto a los combatientes cuando no podían ser enterrados, las trincheras eran un mundo de solidaridad y camaradería en el que trataban de apoyarse unos a otros con bromas, canciones o cartas familiares.
Tiempo de trincheras
El tiempo de presencia de los soldados en las trincheras --si no morían o eran heridos de gravedad-- era de un mes, antes del relevo que les permitía volver a la retaguardia y poder así disfrutar de una comida caliente y dormir en un lugar seco. La ocupación del tiempo era siempre la misma. Durante el día, dormían o descansaban. Las actividades a campo descubierto eran nulas o muy limitadas por razones de seguridad, ya que los francotiradores disparaban contra todo aquel que se aventuraba a dejar la protección de la trinchera.
Durante la noche, las tropas aprovechaban la oscuridad para transportar municiones y provisiones a través de la red de corredores entre las trincheras. Una vez que las actividades nocturnas terminaban, los soldados volvían a sus posiciones esperando el amanecer, momento en que habitualmente se realizaban los bombardeos de artillería como preparación de los ataques de la infantería.
Durante mucho tiempo, los que sobrevivieron a ese infierno tuvieron grandes dificultades para hablar de ello. Algunos, terriblemente mutilados, perdieron la razón.