Ibra Yousseff revela con sus Surcos fotográficos el lado más industrial y natural del ser humano
01/10/2010 - 09:45
Por: MAR GATO. MADRID
Profunda, bella y profesional. Con estos tres y otros muchos calificativos podría definirse la exposición fotográfica que estos días cuelga en las paredes de la galería superior de la Biblioteca Pública de Guadalajara, estos días morada de una colección fotográfica que invita a la reflexión sobre el paso del hombre por la vida. Su huella, o mejor dicho sus Surcos, como así se denomina la exposición, quedan latentes a través de sus obras de ingeniería en la tierra, así como de su labrado. Dos trabajos opuestos que, sin embargo, tienen precisamente en esa marca su denominador común. La exposición tendrá sus puertas abiertas al público hasta el 30 de julio.
Los surcos recorren de un lado a otro la galería superior de la Biblioteca Pública de Guadalajara. Es el simbolismo a la vez que título de una nueva exposición, esta vez gráfica, a cargo de una joven promesa de la fotografía, Ibra Youssef Lebrero. Su nombre, al igual que su colección de instantáneas, esconde tras de sí un cierto misticismo reflexivo. En lo que respecta a lo primero, responde a su inevitable ascendencia mezcla palestina y segoviana. En cuanto a lo segundo, requiere de un ejercicio más profundo de análisis de su obra, tarea preferiblemente encomendada a cada uno de los visitantes que se acerquen a admirar su obra.
Como pistas para afrontar la visualización de la misma, resulta de utilidad conocer la definición que hace el propio artista de su exposición, basada fundamentalmente en dos ejes: los no lugares, aquellos creados por el ser humano para la utilización del ser humano y que no aportan ningún tipo de sentimientos. En este eje estarían englobados las estaciones de ferrocarril, las vías férreas, las carreteras o los postes eléctricos, infraestructuras que sólo proporcionan una utilidad a la convivencia del ser humano.
El otro gran eje, y que pudiera resultar radicalmente contrapuesto al primero, son los campos, lugares que el ser humano se ha encargado de labrar durante años hasta la desruralización; un movimiento que pese a castigar a la tierra con el abandono por las promesas de futuro de las grandes ciudades, vuelven en el siglo XXI a estar en alza porque la gente necesita de un sitio de escape. Este mensaje de la tierra y para la tierra es el que parece recoger Youssef en sus instantáneas, en los que campos y no lugares, pese a las primeras impresiones, sí tienen algo en común, los surcos, algo que el ser humano deja latente en la tierra y permanece con el paso de los años, a diferencia de una efímera huella, atribuida más a los animales, explica en cierto tono poético el fotógrafo.
Los lugares escogidos para dar forma a esta muestra, en la que toman protagonismo conceptos algo más técnicos como puntos de fuga, profundidades y detallismos, son de lo más heterogéneos. Son imágenes sin fronteras que tan pronto viajan a Argelia o Londres o merodean por Madrid o Zaragoza, captadas en su lado más industrial. Ya en el lado natural, los campos llevan el sello de Castila La Mancha y Castilla y León predominantemente.
Pero no sólo de las imágenes toma su riqueza la exposición. El valor añadido a la colección gráfica proviene de su enmarque peculiar, realizado a base de palés, retales madereros que han servido al autor para dar una tercera vida a la madera, esta vez reutilizada para ser parte del arte. Aunque la exposición original es mucho más extensa en obras, con casi 60 fotografías, y compleja en el montaje, con alpacas que actúan como asientos, en Guadalajara puede contemplarse una parte representativa con 15 de esas obras.
Tras su paso por la ciudad arriacense, de donde se descolgará el 30 de julio, la exposición continuará su periplo itinerante por Segovia y Valladolid. Con su andadura expositiva Youssef labra su propio surco en la fotografía profesional, a la que predestinó su vida casi sin saberlo cuando tenía 13 años. Sería a esta edad cuando, a partir de su participación en la Ruta Quetzal, empezaría a aflorar con más fuerza su afición por la imagen, alimentada convenientemente con estudios y viajes en los que como único souvenir traería una cámara de fotos. Vivir de la fotografía es su sueño, algo que no resulta inalcanzable a tenor de su imparable trayectoria.
Como pistas para afrontar la visualización de la misma, resulta de utilidad conocer la definición que hace el propio artista de su exposición, basada fundamentalmente en dos ejes: los no lugares, aquellos creados por el ser humano para la utilización del ser humano y que no aportan ningún tipo de sentimientos. En este eje estarían englobados las estaciones de ferrocarril, las vías férreas, las carreteras o los postes eléctricos, infraestructuras que sólo proporcionan una utilidad a la convivencia del ser humano.
El otro gran eje, y que pudiera resultar radicalmente contrapuesto al primero, son los campos, lugares que el ser humano se ha encargado de labrar durante años hasta la desruralización; un movimiento que pese a castigar a la tierra con el abandono por las promesas de futuro de las grandes ciudades, vuelven en el siglo XXI a estar en alza porque la gente necesita de un sitio de escape. Este mensaje de la tierra y para la tierra es el que parece recoger Youssef en sus instantáneas, en los que campos y no lugares, pese a las primeras impresiones, sí tienen algo en común, los surcos, algo que el ser humano deja latente en la tierra y permanece con el paso de los años, a diferencia de una efímera huella, atribuida más a los animales, explica en cierto tono poético el fotógrafo.
Los lugares escogidos para dar forma a esta muestra, en la que toman protagonismo conceptos algo más técnicos como puntos de fuga, profundidades y detallismos, son de lo más heterogéneos. Son imágenes sin fronteras que tan pronto viajan a Argelia o Londres o merodean por Madrid o Zaragoza, captadas en su lado más industrial. Ya en el lado natural, los campos llevan el sello de Castila La Mancha y Castilla y León predominantemente.
Pero no sólo de las imágenes toma su riqueza la exposición. El valor añadido a la colección gráfica proviene de su enmarque peculiar, realizado a base de palés, retales madereros que han servido al autor para dar una tercera vida a la madera, esta vez reutilizada para ser parte del arte. Aunque la exposición original es mucho más extensa en obras, con casi 60 fotografías, y compleja en el montaje, con alpacas que actúan como asientos, en Guadalajara puede contemplarse una parte representativa con 15 de esas obras.
Tras su paso por la ciudad arriacense, de donde se descolgará el 30 de julio, la exposición continuará su periplo itinerante por Segovia y Valladolid. Con su andadura expositiva Youssef labra su propio surco en la fotografía profesional, a la que predestinó su vida casi sin saberlo cuando tenía 13 años. Sería a esta edad cuando, a partir de su participación en la Ruta Quetzal, empezaría a aflorar con más fuerza su afición por la imagen, alimentada convenientemente con estudios y viajes en los que como único souvenir traería una cámara de fotos. Vivir de la fotografía es su sueño, algo que no resulta inalcanzable a tenor de su imparable trayectoria.