Juan Gelman recibe el Cervantes denunciando las injusticias del mundo
01/10/2010 - 09:45
Por: MIGUEL LORENCI. COLPISA
Vida, amor y muerte. Los tres elementos esenciales de la gran literatura se hicieron presentes ayer en el discurso con el que el poeta Juan Gelman, (Buenos Aires, 1930) agradecía la concesión del premio Cervantes. El trigésimo segundo ganador del premio mayor de la letras española, el cuarto argentino que lo obtiene, pronunció una de las alocuciones más breves, intensas y conmovedoras de las que se recuerdan en el paraninfo de la centenaria Universidad de Alcalá de Henares.
Repasó Gelman los horrores de las guerras y las dictaduras que cercenaron la vida de los suyos y reivindicó la memoria histórica como único camino para construir una convivencias cívica sólida. Lo hizo ante los Reyes y el presidente del Gobierno, un José Luis Rodríguez Zapatero que asentía agradecido y risueño a sus palabras. Fue Una alocución honda y emotiva en la que Gelman defendió que los poetas escriben para vivir y a la que la Corona contestó destacado el compromiso del gran poeta argentino en favor de la dignidad humana.
Un Juan Gelman sereno y circunspecto que con 77 años recibía poco después del mediodía de manos de don Juan Carlos el diploma y la medalla que lo acreditan como miembro del selecto club de los cervantes. Con estas credenciales ya en su poder, ascendió parsimonioso el poeta al estrado del paraninfo, extrajo del bolsillo interior del preceptivo chaqué cinco páginas mecanografiadas, se calzó las gafas de miope y leyó sin asomo de grandilocuencia un discurso cargado de poesía, de elogios al magisterio de Cervantes y estremecedoras y duras constataciones sobre lo más duro y execrable de la condición humana: el perenne ejercicio de la violencia.
Tras recordar que con él se premiaba a la poesía, se preguntó Gelman que hubiera dicho Hölderin en un mundo en el que cada tres segundos y medio un niño menor de cinco años muere de enfermedades curables, de hambre y de pobreza. ¿Cuántos habrán fallecido desde que comencé a decir estas palabras? se peguntó sereno el poeta argentino para afirmar que ahí está la poesía, de pie contra la muerte.
Aludió a Mallarmé, a Cavalcanti, a Rilke, a Santa Teresa o San Juan de la Cruz, místicos que le aliviaron del exilio al que le condenó la dictadura militar argentina y cuya lectura me reunió con lo que yo mismo sentía, es decir, la presencia ausente de lo amado, Dios para ellos, el país del que fui expulsado para mi.
Manantiales de consuelo
Recordó ante su familia, en especial ante sus nietos Macarena y Jorge, cuyos padres fueron secuestrados y asesinados por los militares argentinos, a los 30.000 desaparecidos de aquel feroz régimen. Yo moría muchas veces, y más con cada noticia de un amigo o compañero asesinado o desparecido. Ante tanto horror, ante la tortura, asesinato y desaparición de su restos en el fuego, en el mar o en suelo ignoto, el Quijote me abría entonces manantiales de consuelo recordó.
Se confesaba Gelman lector devoto de Cervantes casi desde la infancia para declarar al autor del Quijote forjador de la modernidad y padre de Kafka o Joyce. Comprendí que él era es su escritura y que sólo quien desde el dolor ha escrito con verdadero goce pude dar a su lector un gozo semejante. Cómico es el rostro de la tragedia cuando se miar a sí misma, concedía.
Un Juan Gelman sereno y circunspecto que con 77 años recibía poco después del mediodía de manos de don Juan Carlos el diploma y la medalla que lo acreditan como miembro del selecto club de los cervantes. Con estas credenciales ya en su poder, ascendió parsimonioso el poeta al estrado del paraninfo, extrajo del bolsillo interior del preceptivo chaqué cinco páginas mecanografiadas, se calzó las gafas de miope y leyó sin asomo de grandilocuencia un discurso cargado de poesía, de elogios al magisterio de Cervantes y estremecedoras y duras constataciones sobre lo más duro y execrable de la condición humana: el perenne ejercicio de la violencia.
Tras recordar que con él se premiaba a la poesía, se preguntó Gelman que hubiera dicho Hölderin en un mundo en el que cada tres segundos y medio un niño menor de cinco años muere de enfermedades curables, de hambre y de pobreza. ¿Cuántos habrán fallecido desde que comencé a decir estas palabras? se peguntó sereno el poeta argentino para afirmar que ahí está la poesía, de pie contra la muerte.
Aludió a Mallarmé, a Cavalcanti, a Rilke, a Santa Teresa o San Juan de la Cruz, místicos que le aliviaron del exilio al que le condenó la dictadura militar argentina y cuya lectura me reunió con lo que yo mismo sentía, es decir, la presencia ausente de lo amado, Dios para ellos, el país del que fui expulsado para mi.
Manantiales de consuelo
Recordó ante su familia, en especial ante sus nietos Macarena y Jorge, cuyos padres fueron secuestrados y asesinados por los militares argentinos, a los 30.000 desaparecidos de aquel feroz régimen. Yo moría muchas veces, y más con cada noticia de un amigo o compañero asesinado o desparecido. Ante tanto horror, ante la tortura, asesinato y desaparición de su restos en el fuego, en el mar o en suelo ignoto, el Quijote me abría entonces manantiales de consuelo recordó.
Se confesaba Gelman lector devoto de Cervantes casi desde la infancia para declarar al autor del Quijote forjador de la modernidad y padre de Kafka o Joyce. Comprendí que él era es su escritura y que sólo quien desde el dolor ha escrito con verdadero goce pude dar a su lector un gozo semejante. Cómico es el rostro de la tragedia cuando se miar a sí misma, concedía.