La UNED ha abordado el trauma y las emociones en un curso de verano en Azuqueca
Entre los días 7 y 9 de julio ha tenido lugar en el Espacio Joven Europeo de Azuqueca el curso de verano “Terapia, trauma y emoción”, organizado por el centro asociado de la UNED en Guadalajara, bajo la dirección de José Luis Martorell Ypiéns y la coordinación de Félix Hernández Lemes. El curso ha reunido a profesionales de referencia en el ámbito de la psicología clínica y de la intervención terapéutica, con el objetivo de reflexionar sobre el impacto del trauma emocional en la vida de las personas y ofrecer claves para su abordaje desde enfoques actualizados, sensibles y humanistas.
Primera jornada: emociones autopunitivas y relaciones tóxicas sutiles
La jornada inaugural se abrió con la intervención de José Luis Martorell Ypiéns (profesor de Terapia de Familia en el Máster en Psicología General Sanitaria de la UNED y supervisor del Servicio de Psicología Aplicada), quien impartió la conferencia “Terapia de las emociones autopunitivas: vergüenza, culpa y autodesprecio”. En ella, explicó que las emociones no solo informan, sino que nos atraviesan y nos configuran. Distinguió entre emociones primarias, de carácter innato, y emociones secundarias, como la vergüenza o la culpa, moldeadas culturalmente y vinculadas a procesos de socialización y control.
Martorell analizó cómo estas emociones se inducen en la infancia y se interiorizan en forma de voces críticas que deterioran la autoestima. Expuso cómo el trauma, la negligencia o la mirada descalificadora del otro dejan huellas que el individuo convierte en narrativas de autodesprecio. Subrayó la necesidad de crear un espacio terapéutico cálido y activo que permita reconocer, validar y transformar esas emociones destructivas. Insistió en que la presencia del terapeuta no debe ser neutral, sino implicada, como figura capaz de ofrecer un “colchón relacional” frente a la autocrítica interiorizada.
La tarde continuó con la ponencia de Lluís Casado Esquius (psicólogo clínico y psicoterapeuta), titulada “Las relaciones tóxicas sutiles: diagnóstico e intervención”. A partir de un enfoque sistémico y relacional, definió las relaciones tóxicas como aquellas que, mantenidas en el tiempo, generan sufrimiento emocional y afectan negativamente la salud mental. Se centró en las formas sutiles de toxicidad —como la manipulación, el sarcasmo o la desvalorización—, que suelen pasar desapercibidas, pero minan la autoestima y distorsionan el vínculo.
A través de ejemplos claros, Casado describió diversos “tipos relacionales” (como los controladores, vampiros, ventiladores o periodistas) e introdujo herramientas prácticas para reconocer y gestionar esos patrones de relación. Además, explicó la importancia de cultivar relaciones simétricas, basadas en el respeto mutuo, y presentó un modelo circular de “ecosistemas sanos”, en el que autonomía, cooperación y vínculo generan entornos emocionales protectores. Su intervención cerró la jornada con una mirada lúcida y accesible sobre la complejidad de las relaciones humanas.
Segunda jornada: emociones, cuerpo y trauma
La mañana del segundo día comenzó con la intervención de Arun Mansukhani (psicólogo clínico, practitioner EMDR y director del centro Arun Mansukhani Psicólogos), quien desarrolló la ponencia “El papel de las emociones en los procesos terapéuticos”. Partiendo del papel evolutivo y social de las emociones, analizó cómo estas condicionan nuestro comportamiento, incluso antes de que seamos conscientes de ellas. Reivindicó su función adaptativa, frente a modelos que las reprimen, y repasó distintas estrategias terapéuticas para modularlas.
Mansukhani presentó tres grandes líneas de intervención: las terapias basadas en mindfulness (como ACT o DBT), las terapias somáticas centradas en el cuerpo y el enfoque EMDR como herramienta de reprocesamiento. También abordó los riesgos de intervenciones catárticas mal aplicadas y defendió la necesidad de una regulación emocional ajustada. Su intervención puso de relieve que trabajar con emociones no es opcional en terapia, sino fundamental para promover un cambio profundo y sostenido.
A continuación, Águeda Centenera Ramos (psicóloga clínica, especialista en trauma y directora de la Clínica CLIPSA de Guadalajara) impartió la conferencia “Evaluación e intervención en el trauma complejo”. Diferenció el trauma simple del trauma complejo y explicó cómo este último suele estar vinculado a vivencias prolongadas y repetidas desde la infancia. Centenera subrayó que el trauma altera la forma en que una persona se relaciona consigo misma, con los demás y con el mundo.
Desde la definición del TEPT-C en la CIE-11, analizó sus síntomas más característicos: la reexperimentación, la disociación, la hiperalerta, la desregulación emocional y la dificultad en las relaciones. Además, expuso el impacto del trauma en el neurodesarrollo infantil, y cómo este moldea la identidad, el apego y la percepción de seguridad. Reivindicó la figura del terapeuta como un vínculo seguro que permite resignificar la experiencia y reconfigurar los esquemas emocionales.
La sesión vespertina estuvo dedicada a “Cuerpo y vínculo”, en una doble ponencia. La primera parte corrió a cargo de Lucía Ema Llorente (psicóloga, psicoterapeuta y psiconeuroinmunóloga), quien explicó cómo el cuerpo, desde el nacimiento, es el primer lenguaje del ser humano y el principal vehículo para regular y expresar emociones. Desarrolló la noción de “experiencias perdidas”: vivencias que deberían haber ocurrido (como el consuelo o la protección) pero que no se dieron, dejando huellas profundas y silenciosas.
Llorente ilustró cómo el cuerpo guarda la memoria de esas carencias tempranas y cómo dichas huellas se manifiestan en la vida adulta en forma de síntomas físicos, patrones de relación o bloqueos emocionales. Explicó también cómo la terapia puede ser un espacio reparador para acoger y resignificar esas experiencias desde la seguridad corporal.
La segunda parte fue impartida por Beatriz Cazurro Burgos (psicoterapeuta y formadora), quien centró su intervención en la seguridad sentida como condición indispensable para la sanación del trauma. A través de la Teoría Polivagal, explicó cómo el cuerpo expresa estados de conexión, activación o colapso, y cómo el estilo de apego se somatiza en gestos, posturas o formas de respirar.
Cazurro propuso una mirada terapéutica basada en la presencia auténtica y la sensibilidad corporal, donde el terapeuta no solo “escucha”, sino que “encarna” el vínculo. Subrayó que el objetivo no es solo intervenir sobre el síntoma, sino restaurar la experiencia relacional básica: ser visto, escuchado y acompañado en el malestar.
Tercera jornada: trauma intergeneracional y terapia de aceptación
La jornada final se abrió con la ponencia de Mar Sánchez Rúa (psicóloga sanitaria en Psicosalud Alcalá de Henares), dedicada al “Trauma intergeneracional”. Abordó cómo las experiencias traumáticas no resueltas pueden transmitirse de padres a hijos, afectando la salud mental, la identidad y los vínculos familiares. Explicó los mecanismos de transmisión —psicológicos, relacionales y epigenéticos—, y resaltó el papel de las narrativas familiares, los estilos de apego y el modelado de conductas disfuncionales.
Sánchez Rúa destacó que el trauma intergeneracional no es una condena: puede ser interrumpido mediante vínculos seguros, procesos terapéuticos y narrativas que validen el sufrimiento. También repasó estrategias individuales, familiares y comunitarias de intervención, y defendió la importancia de la memoria histórica y la reparación simbólica como factores de resiliencia colectiva.
El curso concluyó con la intervención de Félix Hernández Lemes (psicólogo general sanitario, profesor-tutor de Psicología de la Emoción en la UNED), quien expuso la ponencia “Regulación emocional e intervención en el TEPT desde la Terapia de Aceptación y Compromiso”. Partiendo del modelo de regulación emocional de James Gross, diferenció entre estrategias centradas en los antecedentes y en la respuesta, señalando los riesgos de la evitación emocional como mantenimiento del sufrimiento.
Hernández Lemes explicó los seis pilares del modelo ACT, entre ellos la aceptación, la acción comprometida y el trabajo con los valores. Subrayó que el objetivo no es eliminar el malestar, sino aprender a convivir con él desde una posición de flexibilidad y compasión. Cerró su intervención destacando el papel de la autocompasión como recurso terapéutico y como camino hacia una relación más amable con uno mismo.
Una experiencia de conocimiento, vínculo y reparación
El curso “Terapia, trauma y emoción” ha ofrecido una aproximación profunda, rigurosa y sensible al sufrimiento psicológico, integrando saberes clínicos, corporales, relacionales y sociales. A lo largo de tres jornadas, se ha generado un espacio de formación, reflexión y humanidad compartida, con un fuerte componente práctico y transformador tanto para profesionales como para personas interesadas en el acompañamiento terapéutico desde una perspectiva empática y comprometida.