Las aldeas chinas, olvidadas en el rescate tras el seísmo
01/10/2010 - 09:45
Por: EUROPA PRESS
Es el caso de localidades como Yaojin o Xiu Shui, situadas de camino a lugares como Beichuán o Hanwang, con gran número de víctimas, y por las que los camiones con ayuda pasan de largo. "Todo va a Beichuán, pero a los que vivimos a los lados de las carreteras nos están ignorando", explica un habitante de Yaojin residente en Chengdu, y al que el terremoto le pilló en su localidad y celebrando su propia boda.
"Sigo viniendo para ver a mi mujer, que está aquí, pero tengo que atravesar un puente en muy mal estado, debería hacer algo para arreglarlo", añadió.
"Nos sentimos olvidados. No recibimos comida, no recibimos nada", exclaman al unísono un grupo de personas que hacen cola, a varios kilómetros de Yaojin, delante de un camión cisterna. "Es la primera vez que nos traen agua desde el terremoto (ocurrido el lunes), y los pozos aquí, después de los corrimientos de tierra, se han secado", grita enfadado un hombre en la cincuentena. Los mayores momentos de tensión, sin embargo, se viven en Xiu Shui, una localidad de 60.000 habitantes. Junto a la carretera hay un pequeño puesto rodeado por un grupo de policías y cuyo supuesto fin es escuchar y tomar nota de las quejas de los lugareños. Pero los habitantes de Xiu Shui prefieren abalanzarse sobre los reporteros extranjeros para exteriorizar sus quejas.
Desesperación
"No tenemos agua, no tenemos comida, no hay aceite, ni combustible", denuncia uno de sus habitantes. "No tenemos corriente, nos hemos quedado sin teléfono, no hay medicinas, hemos perdido nuestras casas", desgrana otro. La rabia y la sensación de impotencia termina provocando situaciones de histeria, con una mujer llorando de rodillas y aferrando del brazo a un periodista, y muchos otros increpando a un intérprete chino "¡No estás traduciendo, no les estás contando nuestros problemas!".El corrillo de cerca de un centenar de personas enfurecidas termina deshaciéndose cuando los periodistas aceptan hacer un recorrido, casi casa por casa, por un pueblo en ruinas y de edificios inservibles. El hospital está semiderruido y el único lugar utilizable es el jardín delantero, en el que duermen los médicos. Los pacientes han sido traslados a un antiguo comedor escolar.
En un edificio de dos plantas, del que se ha caído la fachada, un joven explica que bajo los escombros hay tres cadáveres. Uno de ellos es el de su hermana. La pregunta ante lo que parece un pueblo a la deriva es dónde está su alcalde, la representación de la ley y el orden. La respuesta llega enseguida. "Se ha largado y nos ha dejado, no sabemos dónde está".
La desesperación de los habitantes de Xiu Shui, sin embargo, no dista tanto de la de los de Hanwang hace tan sólo un par de días, cuando los primeros camiones con ayuda comenzaron a llegar a la ciudad provocando auténticas peleas por hacerse con comida.
Ahora, en Hanwang se respira un aire mucho más marcial y organizado. Las autoridades impiden el tráfico de vehículos privados, para facilitar el paso de los camiones con suministros y voluntarios. A la entrada de la ciudad sorprende ver a tanta gente llevando mascarillas, en parte por la polvareda levantada por los edificios en ruinas, en parte como medida de precaución ante la enorme cantidad de cuerpos que permanecen aún apresados entre los escombros, y que tras las altas temperaturas de los últimos días comienzan a descomponerse.
"Nos sentimos olvidados. No recibimos comida, no recibimos nada", exclaman al unísono un grupo de personas que hacen cola, a varios kilómetros de Yaojin, delante de un camión cisterna. "Es la primera vez que nos traen agua desde el terremoto (ocurrido el lunes), y los pozos aquí, después de los corrimientos de tierra, se han secado", grita enfadado un hombre en la cincuentena. Los mayores momentos de tensión, sin embargo, se viven en Xiu Shui, una localidad de 60.000 habitantes. Junto a la carretera hay un pequeño puesto rodeado por un grupo de policías y cuyo supuesto fin es escuchar y tomar nota de las quejas de los lugareños. Pero los habitantes de Xiu Shui prefieren abalanzarse sobre los reporteros extranjeros para exteriorizar sus quejas.
Desesperación
"No tenemos agua, no tenemos comida, no hay aceite, ni combustible", denuncia uno de sus habitantes. "No tenemos corriente, nos hemos quedado sin teléfono, no hay medicinas, hemos perdido nuestras casas", desgrana otro. La rabia y la sensación de impotencia termina provocando situaciones de histeria, con una mujer llorando de rodillas y aferrando del brazo a un periodista, y muchos otros increpando a un intérprete chino "¡No estás traduciendo, no les estás contando nuestros problemas!".El corrillo de cerca de un centenar de personas enfurecidas termina deshaciéndose cuando los periodistas aceptan hacer un recorrido, casi casa por casa, por un pueblo en ruinas y de edificios inservibles. El hospital está semiderruido y el único lugar utilizable es el jardín delantero, en el que duermen los médicos. Los pacientes han sido traslados a un antiguo comedor escolar.
En un edificio de dos plantas, del que se ha caído la fachada, un joven explica que bajo los escombros hay tres cadáveres. Uno de ellos es el de su hermana. La pregunta ante lo que parece un pueblo a la deriva es dónde está su alcalde, la representación de la ley y el orden. La respuesta llega enseguida. "Se ha largado y nos ha dejado, no sabemos dónde está".
La desesperación de los habitantes de Xiu Shui, sin embargo, no dista tanto de la de los de Hanwang hace tan sólo un par de días, cuando los primeros camiones con ayuda comenzaron a llegar a la ciudad provocando auténticas peleas por hacerse con comida.
Ahora, en Hanwang se respira un aire mucho más marcial y organizado. Las autoridades impiden el tráfico de vehículos privados, para facilitar el paso de los camiones con suministros y voluntarios. A la entrada de la ciudad sorprende ver a tanta gente llevando mascarillas, en parte por la polvareda levantada por los edificios en ruinas, en parte como medida de precaución ante la enorme cantidad de cuerpos que permanecen aún apresados entre los escombros, y que tras las altas temperaturas de los últimos días comienzan a descomponerse.