Luis Piedrahita, entre la renovación y los grandes éxitos, el tipo entrañable
24/01/2015 - 11:57
Con los grandes artistas, y a Luis Piedrahita ya se le puede considerar dentro de esta categoría, pasan cosas curiosas. Sus seguidores llenan auditorios como el Buero Vallejo, que colgó el cartel de no hay entradas, para verles, pero resulta difícil saber si lo hacen buscando nuevas muestras de genialidad o recuerdos de los triunfos pasados. Es cierto que durante el espectáculo, al leer las supuestas preguntas que los espectadores habían dejado en una caja para el monologuista (permitámonos dudar de la autenticidad de todas ellas), en un par se le pedía que repitiera uno de los mejores fragmentos de su anterior espectáculo. Tan cierto y creíble, como que a la salida alguno de los espectadores echaba de menos algo más de frescura y renovación en las bromas. ¿Cómo culpar al artista de la indefinición del público? A fin de cuenta, no hay nada más frustrante que ir a ver un concierto de tu grupo preferido en el que se empeñen en tocar sólo temas de su último disco.
Al margen de estos debates, lo que resulta indudable es que Piedrahita es todo un profesional en lo suyo. Sobre el escenario su personaje parece el de un humilde observador con voz infantil. Fuera de él, derrocha paciencia y cercanía para atender a un público ilusionado con la posibilidad de que el personaje sea real. Más allá de su conocido ingenio, en el directo sorprende su capacidad para modular la voz y la plasticidad de unos movimientos que permitan adivinar potencial para el slapstick. Sin embargo, lo que más asombra es su capacidad para jugar con el público sin resultar cargante ni ofensivo.
El cómico supo conectar con el público y hacerle cómplice del espectáculo
No sería Piedrahita el primer humorista que hace pasar un mal rato a alguien del respetable. La complicidad con el espectador se antoja necesaria en un espectáculo que, de otra forma, se basaría en una única persona hablando durante hora y media. Sin embargo, no siempre es fácil medir dónde están las fronteras. Piedrahita, el manipulador, demostró conocerlas en el Buero Vallejo. Sus habituales interacciones con el público dieron agilidad e incluso alguna sorpresa al espectáculo, porque el ingenio es una virtud que no sólo visita a quienes pisan el escenario. Su capacidad para recordar nombres y utilizar palabras o detalles como recursos cómicos a lo largo de la velada sirvió para hacer de este El castellano es un idioma loable, lo hable quien lo hable menos monólogo y más encuentro entre amigos. A fin de cuentas, esa es otra de las virtudes del personaje creado por Piedrahita, la cercanía y una inocencia que hacen de él un tipo entrañable.