Madeira, la isla de las flores
14/07/2011 - 20:35
El manto verde que cubre la isla parece ignorar ahora los siete largos años de fuego y humo que sembraron la desolación de esta Madeira que siempre se cuidó de los peligros del mar; la tierra, para defenderse encrespó sus costas y creo barreras de acantilados para frenar los galeones piratas que codiciaban sus riquezas como botín; la historia la puede contar la laurissilva, flor reconocida y que simboliza una isla surcada por canales de riego, por cerros imponentes, y húmedos valles salpicados siempre por el agua de las cascadas; cultivos sobre terrazas empinadas y pequeñas barcas atracadas en el puerto, dispuestas a reanudar la faena en la noche...
Cerca de 500 kilómetros separan el archipiélago de Madeira de la costa africana; el doble de esa distancia separa las islas de Portugal; una hora y media es la duración del vuelo desde Lisboa. Alrededor de 260.000 personas viven aquí, de las cuales 120.000 residen en Funchal, capital de estas islas que emergen del océano Atlántico.
El archipiélago abarca las islas de Madeira, Porto Santo, Desertas y Selvagens, las dos últimas deshabitadas. Se dice de estas tierras perdidas en mitad del mar que disfrutan de una eterna primavera, un clima muy lejano a extremas temperaturas tanto en invierno como en verano.
Para encontrar el origen de estas islas hay que remontarse en el tiempo la friolera de 35 millones de años, cuando la actividad volcánica de la dorsal atlántica provocó el nacimiento de una isla, que pronto descubrió como sobre su suelo de lava crecían grandes montañas que se cubrían con un espectacular manto vegetal.
La leyenda cuenta que fueron dos amantes los primeros en llegar a Madeira, al lugar donde hoy existe la ciudad de Machico. Se trataba del aventurero inglés Robert Machim y de su compañera, Ana d'Arfet. En Machico se dice que descansan los restos de la pareja.
La historia da otra versión; se sitúa en 1419, cuando los navegantes portugueses se internaban en el norte de África a la conquista de nuevas tierras que explorar. Parece ser que uno de estos marinos fue Joâo Gonçales Zarco, que había sido enviado por el infante Dom Henrique el Navegante; perdió el rumbo cuando navegaba y llegó hasta Porto Santo, y después a Madeira. No obstante, lo más probable es que antes ya hubieran hecho escala en estas islas fenicios, irlandeses y árabes.
Zarco gobernó la isla durante cuarenta años; quince años antes de la llegada a América del genovés, Cristóbal Colón llegó a Madeira a por una carga de azúcar; el lugar le cautivó, hasta el punto de instalarse en Porto Santo y casarse con una de las hijas del gobernador. Dicen por estas tierras que Cristóbal Colón escuchó aquí de boca de los marinos historias que hablaban de tierras lejanas y desconocidas que nacían al final del mar.
Madeira permaneció bajo dominio español entre 1580 y 1640, y tropas inglesas la ocuparon durante las guerras napoleónicas; pero el resto del tiempo permaneció bajo jurisprudencia portuguesa; desde 1976 Madeira cuenta con autonomía, parlamento y gobierno propios, con sede en Funchal.
La presencia de la naturaleza es imponente en estas islas, con parajes colosales, entre tupidas montañas pintadas de verde, profundos valles y terrazas habilitadas en las laderas de sus colinas para el cultivo; se conocen como poios, y crecen sobre su tierra las viñas, el plátano, la fruta de la pasión y la chirimoya.
Aldeas de pescadores, poblaciones que crecieron entre jardines en torno a pequeñas iglesias y las levadas, canales de riego que fueron construidos al inicio de la colonización de la isla, y que permiten acercarse hasta múltiples y escondidos rincones de un archipiélago presidido por la laurissilva, planta que fue reconocida por la UNESCO como Patrimonio Mundial Natural de la Humanidad en 1999.
La visita En Curral das Freiras, refugio eterno: El más profundo de los valles de Madeira es el Vale dos Socorridos; en él se asienta un pueblo, Curral das Freiras, que desperdiga sus casas blancas en un amplio y quebrado espacio donde el suelo es tan retorcido que los palheiros (pequeños establos con techo de paja) sólo sirven de residencia para una o dos vacas; donde los cultivos están prácticamente colgados en las terrazas que alimenta la red de 800 kilómetros de levadas, canales de riego.
Las freiras aluden a las monjas; y se refieren a las hermanas clarisas que huyeron de su monasterio cuando en el crucial año de 1566 desembarcaron los piratas franceses en busca de un cuantioso botín. En este escondido valle, donde antes se habían ocultado forajidos de la justicia, consiguieron estar a salvo y vivir protegidas por el cráter del volcán. Funchal: La capital de Madeira se refugia al pie del mar y las montañas, como un gran teatro en el que las casas de sus habitantes reservan sus butacas en las laderas de las colinas que la rodean. Zarco el Navegante fue quien fundó la actual capital del archipiélago en 1425. En la Praça do Municipio se abre el palacio episcopal que alberga el Museu de Arte Sacra. La riqueza de este museo se debe a los tiempos en los que el volumen de comercio con la caña de azúcar enriquecía a numerosos mercaderes de la isla, que adquirían en sus tratos comerciales obras de arte de gran calidad; de ahí procede la colección de pintura flamenca, de los siglos XV y XVI, uno de los principales atractivos del museo.
Muy cerca se levanta la iglesia del Colégio Sâo Joâo Evangelista, del s.XVII, que recuerda la llegada de los jesuitas, que se instalaron en la ciudad después de la llegada de los corsarios franceses que en 1566 y de la mano de Bertrand de Montluc saquearon durante quince días la ciudad, llevándose valiosos tesoros. Desde esa época, en la que eran comunes las incursiones piratas, todas las casas se orientaron con las terrazas y las ventanas mirando al mar, para vigilar el peligro que podía aproximarse sobre las aguas.
Los restos de Zarco se conservan en el sepulcro de la capilla mayor del convento de Santa Clara; fue construido en el s.XVII sobre un templo del s.XV y son muy hermosas la colección de placas mudéjares y la muestra del arte portugués sobre azulejos que decoran la nave. En lo que fue la residencia del navegante portugués que inició la colonización de la isla se halla el Museu da Quinta das Cruzes, donde vuelve a la memoria el legado artístico del dinero obtenido por el comercio; este museo dedicado a las artes decorativas se nutre en gran parte de los exóticos objetos que traía de Oriente la Companhia das Indias. El museo también cuenta con un invernadero en el que se cultivan orquídeas.
La Sé, catedral de Funchal, fue la primera construida en territorios no continentales. Diseñada según el estilo gótico manuelino, su exterior es sencillo; su interior se divide en tres naves; entre lo más destacado el techo de madera de cedro con decoración hispano-morisca; el púlpito de mármol que aportó el rey Dom Manuel; y el políptico, colección atribuida a Francisco Henriques, conformada por trece tablas propias de la escuela portuguesa.
Al final de la avenida se halla el fuerte de Sâo Lourenço, obra de la dominación española, construido en el s.XVI, con un palacio que sirvió de residencia para los gobernadores de la isla y que aún hoy está destinado a funciones militares. Desde este palacio se domina la bahía, la Marina de Funchal, sus puertos comercial y deportivo.
Posiblemente el lugar con mayor encanto de Funchal sea el arrabal de la Zona Velha, que fue el principio de la historia de la ciudad, que fue el barrio de los pescadores, como ratifica la iglesia del Corpo Santo, que rinde homenaje a Sâo Telmo, su patrón. Es un barrio cercano al mar, de calles estrechas, miradores de madera que vigilan el mar, casas humildes y arreglados rincones, con terrazas, restaurantes y muestras de la artesanía local. La lonja del pescado, y el Mercado do Lavradores, donde abundan las frutas tropicales completan el bonito cuadro de la Zona Velha.
El archipiélago abarca las islas de Madeira, Porto Santo, Desertas y Selvagens, las dos últimas deshabitadas. Se dice de estas tierras perdidas en mitad del mar que disfrutan de una eterna primavera, un clima muy lejano a extremas temperaturas tanto en invierno como en verano.
Para encontrar el origen de estas islas hay que remontarse en el tiempo la friolera de 35 millones de años, cuando la actividad volcánica de la dorsal atlántica provocó el nacimiento de una isla, que pronto descubrió como sobre su suelo de lava crecían grandes montañas que se cubrían con un espectacular manto vegetal.
La leyenda cuenta que fueron dos amantes los primeros en llegar a Madeira, al lugar donde hoy existe la ciudad de Machico. Se trataba del aventurero inglés Robert Machim y de su compañera, Ana d'Arfet. En Machico se dice que descansan los restos de la pareja.
La historia da otra versión; se sitúa en 1419, cuando los navegantes portugueses se internaban en el norte de África a la conquista de nuevas tierras que explorar. Parece ser que uno de estos marinos fue Joâo Gonçales Zarco, que había sido enviado por el infante Dom Henrique el Navegante; perdió el rumbo cuando navegaba y llegó hasta Porto Santo, y después a Madeira. No obstante, lo más probable es que antes ya hubieran hecho escala en estas islas fenicios, irlandeses y árabes.
Zarco gobernó la isla durante cuarenta años; quince años antes de la llegada a América del genovés, Cristóbal Colón llegó a Madeira a por una carga de azúcar; el lugar le cautivó, hasta el punto de instalarse en Porto Santo y casarse con una de las hijas del gobernador. Dicen por estas tierras que Cristóbal Colón escuchó aquí de boca de los marinos historias que hablaban de tierras lejanas y desconocidas que nacían al final del mar.
Madeira permaneció bajo dominio español entre 1580 y 1640, y tropas inglesas la ocuparon durante las guerras napoleónicas; pero el resto del tiempo permaneció bajo jurisprudencia portuguesa; desde 1976 Madeira cuenta con autonomía, parlamento y gobierno propios, con sede en Funchal.
La presencia de la naturaleza es imponente en estas islas, con parajes colosales, entre tupidas montañas pintadas de verde, profundos valles y terrazas habilitadas en las laderas de sus colinas para el cultivo; se conocen como poios, y crecen sobre su tierra las viñas, el plátano, la fruta de la pasión y la chirimoya.
Aldeas de pescadores, poblaciones que crecieron entre jardines en torno a pequeñas iglesias y las levadas, canales de riego que fueron construidos al inicio de la colonización de la isla, y que permiten acercarse hasta múltiples y escondidos rincones de un archipiélago presidido por la laurissilva, planta que fue reconocida por la UNESCO como Patrimonio Mundial Natural de la Humanidad en 1999.
La visita En Curral das Freiras, refugio eterno: El más profundo de los valles de Madeira es el Vale dos Socorridos; en él se asienta un pueblo, Curral das Freiras, que desperdiga sus casas blancas en un amplio y quebrado espacio donde el suelo es tan retorcido que los palheiros (pequeños establos con techo de paja) sólo sirven de residencia para una o dos vacas; donde los cultivos están prácticamente colgados en las terrazas que alimenta la red de 800 kilómetros de levadas, canales de riego.
Las freiras aluden a las monjas; y se refieren a las hermanas clarisas que huyeron de su monasterio cuando en el crucial año de 1566 desembarcaron los piratas franceses en busca de un cuantioso botín. En este escondido valle, donde antes se habían ocultado forajidos de la justicia, consiguieron estar a salvo y vivir protegidas por el cráter del volcán. Funchal: La capital de Madeira se refugia al pie del mar y las montañas, como un gran teatro en el que las casas de sus habitantes reservan sus butacas en las laderas de las colinas que la rodean. Zarco el Navegante fue quien fundó la actual capital del archipiélago en 1425. En la Praça do Municipio se abre el palacio episcopal que alberga el Museu de Arte Sacra. La riqueza de este museo se debe a los tiempos en los que el volumen de comercio con la caña de azúcar enriquecía a numerosos mercaderes de la isla, que adquirían en sus tratos comerciales obras de arte de gran calidad; de ahí procede la colección de pintura flamenca, de los siglos XV y XVI, uno de los principales atractivos del museo.
Muy cerca se levanta la iglesia del Colégio Sâo Joâo Evangelista, del s.XVII, que recuerda la llegada de los jesuitas, que se instalaron en la ciudad después de la llegada de los corsarios franceses que en 1566 y de la mano de Bertrand de Montluc saquearon durante quince días la ciudad, llevándose valiosos tesoros. Desde esa época, en la que eran comunes las incursiones piratas, todas las casas se orientaron con las terrazas y las ventanas mirando al mar, para vigilar el peligro que podía aproximarse sobre las aguas.
Los restos de Zarco se conservan en el sepulcro de la capilla mayor del convento de Santa Clara; fue construido en el s.XVII sobre un templo del s.XV y son muy hermosas la colección de placas mudéjares y la muestra del arte portugués sobre azulejos que decoran la nave. En lo que fue la residencia del navegante portugués que inició la colonización de la isla se halla el Museu da Quinta das Cruzes, donde vuelve a la memoria el legado artístico del dinero obtenido por el comercio; este museo dedicado a las artes decorativas se nutre en gran parte de los exóticos objetos que traía de Oriente la Companhia das Indias. El museo también cuenta con un invernadero en el que se cultivan orquídeas.
La Sé, catedral de Funchal, fue la primera construida en territorios no continentales. Diseñada según el estilo gótico manuelino, su exterior es sencillo; su interior se divide en tres naves; entre lo más destacado el techo de madera de cedro con decoración hispano-morisca; el púlpito de mármol que aportó el rey Dom Manuel; y el políptico, colección atribuida a Francisco Henriques, conformada por trece tablas propias de la escuela portuguesa.
Al final de la avenida se halla el fuerte de Sâo Lourenço, obra de la dominación española, construido en el s.XVI, con un palacio que sirvió de residencia para los gobernadores de la isla y que aún hoy está destinado a funciones militares. Desde este palacio se domina la bahía, la Marina de Funchal, sus puertos comercial y deportivo.
Posiblemente el lugar con mayor encanto de Funchal sea el arrabal de la Zona Velha, que fue el principio de la historia de la ciudad, que fue el barrio de los pescadores, como ratifica la iglesia del Corpo Santo, que rinde homenaje a Sâo Telmo, su patrón. Es un barrio cercano al mar, de calles estrechas, miradores de madera que vigilan el mar, casas humildes y arreglados rincones, con terrazas, restaurantes y muestras de la artesanía local. La lonja del pescado, y el Mercado do Lavradores, donde abundan las frutas tropicales completan el bonito cuadro de la Zona Velha.