Mambrú se fue a la guerra... La historia del Mambrú de Arbeteta y la Giralda de Escamilla

20/11/2016 - 01:04 Javier Davara

Historia de un trágico amor vivido en tierras guadalajareñas que ha hecho leyenda

Las leyendas y las fábulas siempre albergan visos de realidad. Entre las riberas de los ríos Tajo y Guadiela, por tierras de Arbeteta y Escamilla, una gozosa y popular canción, Mambrú se fue a la guerra, revolotea por valles y alcores. Pegadiza y rítmica melodía, compuesta por soldados franceses, que satiriza la nunca ocurrida muerte del duque de Malborough, general británico partidario de los Austrias, batallando en los Países Bajos, a la sazón territorio hispano, durante las guerras de Sucesión al trono de España. Letra y música caen pronto en el olvido. Siete décadas después, la duquesa de Polignac, niñera del infante Luis, duque de Normandía, segundo hijo varón de Luis XVI y de su esposa María Antonieta de Austria, revive la tonada convertida en canción de cuna. Hora tras hora, al momento de arrullar al desventurado niño, muerto en prisión a la edad de diez años, la aristocrática institutriz desgrana sin cesar sus cadenciosos acordes. La ilustrada corte francesa, amenazada ya por los temblores revolucionarios, entona con arrebato la acompasada coplilla. En nuestros terruños, traída de la mano de los Borbones, una vez españolizado su nombre, la simpática cantinela se torna en uno de los más conocidos cuentos infantiles. El fantasioso y burlesco relato de Mambrú, un bravo soldado muerto por el fragor del combate, llevado a enterrar “en caja de terciopelo con tapa de cristal”. 

Todo un fatal presagio 
Allá por los confines meridionales de la provincia de Guadalajara, en antiguos dominios conquenses, donde se entrelazan predios alcarreños y ducales, dos villas cercanas muestran orgullosas la arquitectura de sus iglesias parroquiales. En Escamilla la espaciosa parroquia de la Presentación, de base renacentista y traza neoclásica, adornada con un excelente retablo mayor tallado en madera policromada, y en Arbeteta, en tiempos propiedad del duque de Medinaceli, la de San Nicolás, de recios muros de mampuesto y sillares. Ambos templos, coronados por airosas torres, barrocas y elegantes, cantean al viento de la historia las figuras inmortales de sus sorprendentes veletas: el Mambrú de Arbeteta, figura de un granadero, forrada con chapas de hierro, que ondea con la mano derecha un gallardete ornado en una cruz, y la Giralda de Escamilla, alegórico símbolo de una gentil y bella mujer. Curiosamente, las piezas originales, construidas en madera, fueron destruidas por la voracidad de un rayo, durante fuertes tormentas que fustigaron tejados y paredes. Dos singulares veletas que, en discreta lejanía, se miran de continuo con eternas ansias de amor. 
    Viejos romances y trovas aseveran que, en tiempos del rey Felipe V, un joven mozo de Arbeteta, de natural vehemente y laborioso, hijo del modesto sacristán del lugar, que oficia también de maestro, deviene en amores con una agraciada y bella muchacha, vecina de Escamilla, nacida en el seno de una familia de adinerados agricultores. Deseosos de compartir un mismo futuro, radiantes y apasionados, se comprometen en matrimonio. El padre de la doncella, montaraz y severo, al conocer la noticia del para él infausto noviazgo, ordena encerrar a su hija, en lo más recóndito de su amplia casona, bajo la estricta vigilancia de criados y jornaleros. El altivo rondador, en su opinión, solo pretende conseguir la muy elevada dote de la ingenua niña. Pese a los doloridos llantos y súplicas de su heredera, amén de los juiciosos consejos de familiares y vecinos, no otorga su consentimiento a tan desigual enlace. El poder exclusivo del cabeza de familia debe prevalecer a cualquier otro razonamiento. 


    El muchacho, dispuesto a alcanzar honores y fama, se alista en el ejército expedicionario español y combate bravamente en la llamada campaña de Saboya, relevante acción militar destinada a recuperar las posesiones borbónicas en el Piamonte italiano. Al terminar la contienda, orgulloso y enriquecido, regresa a Arbeteta, portando sable y mosquete, ataviado con el brillante uniforme de granaderos de la guardia real, con casaca azul, en el cual resplandecen las divisas de sargento. Sus sorprendidos convecinos, llevados por las modas del momento, bautizan al flamante héroe con el nombre de Mambrú, aquél que se fue a la guerra. 
    En un próximo día de domingo, el joven y apuesto granadero, luciendo sus mejores galas, se encamina hacia Escamilla. Desea ver a su enamorada y expresar, de nuevo, firmes promesas de casamiento. El revuelo y la sorpresa son inimaginables. La chiquillería del lugar, ante la insólita aparición del visitante, le sigue por doquier, en tanto las muchachas solteras admiran, con embelesado sigilo, la donosura del recién llegado. Comadres y confidentes se apresuran, entre risas y alharacas, a referir a la novia tan alegre sucedido. Dicen que la muchacha, al saber la llegada de su pretendiente, desfallece de alegría. El progenitor de tan ilusionada criatura, cuando el aguerrido soldado le solicita la mano de su hija, exclama con desprecio: ¡un simple sargentín es muy poco para la dama más rica y más guapa de Escamilla.  
    El llamado Mambrú, doliente y desesperado, al contemplar la torre de la iglesia, todavía inconclusa, concibe una ingeniosa añagaza. Todos sabrán sobre sus frustrados amores. De inmediato, conversa con el sirviente del templo, cuya hija es amiga inseparable de su amada, y acuerdan cumplir un plan secreto. Terminado el trato, el sargento se apresta a recorrer, con el corazón flagelado, las cinco leguas o seis leguas que le conducen hacia Arbeteta. 
    Pocos días después, los arbeteteros observan, con gran desconcierto, como el sargento, vestido de uniforme, tras el toque del Ángelus, sube a la cúspide del campanario y, desde allí, enarbola al viento una gran bandera, orientada siempre hacia el sur. En Escamilla, a esa misma hora, la hija del acólito del templo voltea las campanas, mientras la afligida novia, desde el remate de la torre, hace ondear su pañuelo en dirección a Arbeteta. Un eterno diálogo de amor repetido durante largos años. 

 


    Los corazones de los dos amantes se desean en la distancia. Súbitamente, los días se tiñen de desconsuelo. El perseverante soldado, ya con el rango de teniente, enredado en nuevas guerras en territorio itálico, es abatido en el campo de batalla. Las humildes y bondadosas gentes alcarreñas ruegan por su alma. La angustiada y gimiente novia, hija del adusto labrador, día tras día, continúa subiendo al campanario de la iglesia y desafía a los vientos, al agitar duelos y lutos, con la negrura de su pañuelo. Triste, enferma y desalentada, muere en una tarde de primavera. Su entrañable amiga seguirá cumpliendo con el motivo ritual. 
    Los vecinos de Arbeteta y Escamilla, conocedores de los trágicos amores, al terminar de edificar las bellas y barrocas torres, instalan en sus pináculos las imágenes del Mambrú de Arbeteta y de su prometida, la Giralda de Escamilla. Allí permanecen, debidamente restaurados, como ejemplo de ancestrales relatos, recitados ante el fuego del hogar, anclados en la secular memoria de los pueblos. Hermosos recuerdos de trágicos amores, acecidos en las tierras alcarreñas, que sobreviven al correr del tiempo. 

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Javier Davara es profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid.