Raimon volvió a la Universidad cuarenta años más tarde para rememorar su concierto de Mayo del 68
01/10/2010 - 09:45
Buena parte de aquellos jóvenes airados, que salieron entonces a la calle para reclamar a gritos libertad, le escucharon de nuevo el pasado jueves, con la rebeldía ya domada, con canas y corbata, pero con ganas aún de decir no y de seguir, como entonces, con la cara al vent.
Fue una noche de reencuentros. Compañeros de facultad y hasta novios que no habían vuelto a verse y que se felicitaban por haberse reconocido, pese a los estragos del paso del tiempo. Y en la mayoría de los corrillos, el recuerdo de aquella tarde en la que, como le cantó Raimón, por unas cuantas horas nos sentimos libres, y una exagerada profusión de yo estuve allí, como siempre ocurre en estos casos.
El rector de la Complutense, Carlos Berzosa, pidió disculpas por el número limitado de entradas y explicó que no pudo hacerse el concierto en el mismo escenario del 68 porque la antigua Facultad de Económicas ya no es como era y la escalera donde Raimón cantó acompañado sólo de su guitarra se ha quedado estrecha con los nuevos despachos. Hechas las disculpas, acogidas con abucheos por algunos que tuvieron que conformarse con seguir el concierto desde el exterior de la sala, a través de una pantalla, Berzosa dedicó el concierto a todos los que participaron en la lucha contra el franquismo y pidió una ovación, la más larga de la noche, para el nonagenario escritor José Luis Sampedro, entonces profesor de economía y luchador contra la dictadura.
Ministros y empresarios
Pero el cantante de Xátiva, icono del combate antifranquista, no quiso hacer concesiones a la nostalgia y aunque confesó estar abrumado y emocionado, ofreció un concierto intimista, con canciones escritas en los últimos años, y sólo deslizó en el repertorio algunas piezas históricas, pero no las más combativas. Hubo que esperar al final, a la tanda de los bises, para escuchar las más emblemáticas. Raimon se dejó querer, pero, por fin, entonó el Diguem no (Digamos no), el tema que se convirtió en himno de la rebeldía antifranquista, y los sesentones se rebulleron en sus asientos y volvieron a gritar, como cuando eran jóvenes, que nosaltres no som deixe món (nosostros no somos de ese mundo).
Una paradoja, porque entre el público había tres ministros, varios secretarios de Estado y altos cargos de empresas privadas, bien acomodados y con la rebeldía olvidada en la memoria. Oigo los aplausos de los escoltas y las corbatas, decía un barbudo profesor, a punto de entrar en la tercera edad, que protestaba, con otros compañeros, por no haber podido acceder al anfiteatro de la Facultad de Medicina, donde sí se había invitado a tanta autoridad.
El rector de la Complutense, Carlos Berzosa, pidió disculpas por el número limitado de entradas y explicó que no pudo hacerse el concierto en el mismo escenario del 68 porque la antigua Facultad de Económicas ya no es como era y la escalera donde Raimón cantó acompañado sólo de su guitarra se ha quedado estrecha con los nuevos despachos. Hechas las disculpas, acogidas con abucheos por algunos que tuvieron que conformarse con seguir el concierto desde el exterior de la sala, a través de una pantalla, Berzosa dedicó el concierto a todos los que participaron en la lucha contra el franquismo y pidió una ovación, la más larga de la noche, para el nonagenario escritor José Luis Sampedro, entonces profesor de economía y luchador contra la dictadura.
Ministros y empresarios
Pero el cantante de Xátiva, icono del combate antifranquista, no quiso hacer concesiones a la nostalgia y aunque confesó estar abrumado y emocionado, ofreció un concierto intimista, con canciones escritas en los últimos años, y sólo deslizó en el repertorio algunas piezas históricas, pero no las más combativas. Hubo que esperar al final, a la tanda de los bises, para escuchar las más emblemáticas. Raimon se dejó querer, pero, por fin, entonó el Diguem no (Digamos no), el tema que se convirtió en himno de la rebeldía antifranquista, y los sesentones se rebulleron en sus asientos y volvieron a gritar, como cuando eran jóvenes, que nosaltres no som deixe món (nosostros no somos de ese mundo).
Una paradoja, porque entre el público había tres ministros, varios secretarios de Estado y altos cargos de empresas privadas, bien acomodados y con la rebeldía olvidada en la memoria. Oigo los aplausos de los escoltas y las corbatas, decía un barbudo profesor, a punto de entrar en la tercera edad, que protestaba, con otros compañeros, por no haber podido acceder al anfiteatro de la Facultad de Medicina, donde sí se había invitado a tanta autoridad.