Rosa Montero nos da las ‘Instrucciones para salvar el mundo’

01/10/2010 - 09:45 Hemeroteca

Por: COLPISA
Con cada nueva novela se mete Rosa Montero (Madrid, 1951) “en camisa de doce o trece varas”. Sabe que para un escritor carece de sentido recorrer de nuevo el terreno conocido. Así que ha dado una nueva vuelta de tuerca a su andadura narrativa y entrega al lector Instrucciones para salvar el mundo (Alfaguara), la número once en su cuenta particular.
Como suele, ha pegado otro ‘bandazo narrativo’ alejándose de su novela anterior.
Han pasado casi treinta años de la aparición mi primera novela y siempre he dado esos bandazos. Igual que esta novela no tiene nada que ver con Historia del Rey Transparente, cada libro que publico no tiene nada que ver con el anterior. Hay que escribir desde la frontera de lo que no sabes, meterte en camisa de once, doce o trece varas. Eso sí, sin llegar a torturarte. Isaiah Berlin dividía a los escritores entre erizos y zorros. Los erizos son los que se enroscan siempre sobre sí mismos, como si escribieran el mismo libro. Los escritores zorro, que caminan hacia el horizonte en busca de nuevos paisajes. Como escritora me muevo igual que un zorro. Como Picasso decía, carece de sentido pintare un cuadro cuyo resultado conoces de antemano.
¿Es su novela más contemporánea?
He escrito varias situadas en la actualidad, pero esta es una fábula de la contemporaneidad. Una suerte de retrato existencial, la estampa de unos sentimientos apocalípticos que nos alcanzan a todos. Nuestras vidas parecen mordidas por el Apocalipsis, como si estuviéramos en todo momento en vísperas de una catástrofe. Vivimos vidas que han perdido los raíles. No hay dioses, ni ideologías, ni costumbres... Ignoramos cuál es nuestro lugar en el mundo. Las certezas se ha hecho trizas y vivimos instalados en el caos y bajo amenazas incesantes y globales ante las que estamos inermes: las vacas locas, la gripe aviar, la crisis nuclear, el calentamiento global, la amenaza terrorista, la violencia callejera....

Pero la novelas no es derrotista.
No. Quizá no sea decididamente optimista, pero sí decididamente vitalista. Frente a la catástrofe permanente, frente al horror y la falta de respuestas absolutas, hay algunas pequeñas verdades a las que podemos aferrarnos. Un de ellas, quizá la más simple, es tratar de ser buenas personas.

No renuncia a un cierto sentido del humor para contar unas existencias marcadas por la desesperanza.
No. El título es un poco burlón y humorístico. Salvar el mundo es un empeño inalcanzable. Las instrucciones suelen ser algo pequeño. Advierte desde el título que se trata de cosas muy graves desde lo pequeño y con sentido del humor. Salvar el mundo es un utopía. Es además aconsejable huir de quienes se dicen sus salvadores. Pero salvarse a uno mismo es una posibilidad cierta. Como decía, si tratas de ser una buena persona harás de ‘tu’ mundo y ‘el’ mundo un lugar más habitable.
¿Tienen algún denominador común los cuatro personajes?
Su relación con el dolor. Su soledad frente a la desgracia y los golpes de la vida. Nuestra reacción frente al dolor marca el gran aprendizaje de nuestra vida. La historia del ser humano puede contarse como un intento de situar y comprender el dolor. Las religiones y las filosofías se han inventado y desarrollado para eso. En toda vida hay sufrimiento y debemos aprender a gestionarlo y superarlo para que no nos destruya.
¿Alguna moraleja?
Quizá que, a pesar de los pesares, no debemos perder la esperanza en la fuerza de la vida, en la pura alegría de vivir y en nuestra propia capacidad de adaptación. Una fuerza de la vida capaz de gestas y ejercicios de supervivencia prodigiosos.

Los personajes parecen sentir la tentación de fracaso.
Sí. En el mundo moderno nos pasa a casi todos. Tenemos las necesidades más o menos resueltas, pero no somos capaces de encontrar sentido la vida. Así aparece la tentación del fracaso que todos hemos sentido alguna vez, ese dejarse llevar por la desidia, el spleen, la depresión, la melancolía, de la no vida. Es un mal de nuestro tiempo de nuestras sociedad que no se pueden permitir en el tercer mundo.