Treinta años sin Pedro Sanz Vázquez, el alcalde que transformó Guadalajara

08/04/2012 - 09:40 S.J.

Llegó a Guadalajara con la idea de pasar una pequeña temporada en la ciudad ejerciendo como médico y finalmente se convirtió en el artífice de la transformación de la capital. Poco tardaron las fuerzas vivas de la época en descubrir que estaban ante una persona extraordinaria, ideal para sacar a Guadalajara de la miseria, la oscuridad y la recesión llegadas con la Guerra Civil. Pedro Sanz Vázquez fue alcalde durante unos meses ya en 1939, impulsando el inicio de la reconstrucción de la ciudad tras el conflicto. Aunque su verdadera acción se muestra durante los más de 11 años que pasó al frente de la Alcaldía, entre 1951 y 1963. “En aquella época el alcalde no tenía sueldo”, asegura Francisco Javier, uno de los nueve hijos que tuvo el ilustre regidor, “es más, ser alcalde te costaba dinero, pero en una población de 20.000 habitantes, cuando la autoridad competente, el gobernador civil, Juan Casas, con órdenes expresas del ministro de la Gobernación, Camilo Alonso Vega, le pidió que aceptara el cargo, por responsabilidad aceptó”. Y fue con esa responsabilidad y entrega a la ciudad como ejerció el cargo siempre.
El joven Pedro dibujaba muy bien. Aún hay algunas láminas de juventud entre los recuerdos familiares que atestiguan aquella afición. Por ello estaba decidido a estudiar Arquitectura. Sin embargo, siguiendo el consejo de amistades familiares dirigió sus pasos a la Facultad de Medicina, que por curiosidades del destino se encontraba a pocos pasos de la vivienda en la que Pedro residía con su familia en Madrid. A partir de entonces se entregó a su profesión de médico, con la que trató a gente de toda condición. Es más, en el Hospital Provincial atendía a los más necesitados, los que estaban incluidos en el padrón de la beneficencia. E incluso, según recuerdan sus hijos, atendía gratuitamente en su clínica.
Don Pedro tuvo en su esposa María Luisa Boixareu Rivera, con quien había contraido matrimonio en Guadalajara a los 27 años, su principal y paciente apoyo y su fiel consejera. Con ella tuvo nueve hijos, de los que viven ocho, pues María Pilar, la primogénita, falleció el año pasado. El siguiente en orden de edad es Pedro José, actualmente letrado del Consejo de Estado, quien vivió junto a su padre muchos capítulos de su vida pública que hoy son historia de la ciudad. “Cuando estaba estudiando la carrera le acompañé al Ministerio de Educación”, recuerda Pedro José Sanz Boixareu, “mi padre tenía un gran empeño en convertir el Palacio del Infantado en una gran Casa de la Cultura”. Para lograrlo, Pedro Sanz Vázquez tuvo la paciencia de buscar en el Ayuntamiento documentos relativos a la propiedad del inmueble. Gracias a su tesón, halló una escritura pública de 1879, en la que se recogía la venta de parte del inmueble por parte del Duque al Ayuntamiento. Además, logró un acuerdo tripartito en el que se implicaba al Ministerio de Educación para la gestión de los posibles usos y el Duque del Infantado se reservaba el derecho de uso perpetuo de una parte, unas habitaciones. La cesión del Palacio al Ministerio de Educación se aprobaba en Pleno el 25 de enero de 1957. Fue una de las grandes hazañas de este hombre, nacido en 1904, hijo del segoviano de Brieva Pedro Sanz y de la guadalajareña de Chiloeches Luisa Vázquez. Para honrar su memoria y recuerdo fundó la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, de quien su madre era muy devota, donando la imagen y la capilla que se encuentran en la iglesia de San Nicolás El Real, de Guadalajara.
El doctor Sanz Vázquez era un hombre de profundas convicciones y mostraba un gran tesón para ejecutarlas. “Repetía que no quería que Guadalajara creciera de forma desordenada o anárquica como algunos de los barrios y pueblos periféricos de Madrid”, recuerda Pedro José. Y en ese empeño trabajó hasta lograr que el 23 de octubre de 1959 el Consejo de Ministros aprobara la designación de Guadalajara como Polígono de Descongestión de Madrid por la Comisión Interministerial presidida por José Luis Arrese. Dos días después, 5.000 personas salían a las calles de Guadalajara para aclamar a su alcalde. Según los titulares de Nueva Alcarria de la época, “llegaba la hora de Guadalajara”.
El gobierno central fijaba 259 hectáreas para la ejecución de los polígonos y aprobaba una partida de 24.653.000 pesetas para la adquisición de los terrenos. Tuvo que ser el propio Pedro Sanz Vázquez el que fuera llamando a su despacho personalmente a cada uno de los afectados, algunos de ellos importantes terratenientes de la capital. La actuación abrió una nueva página en la historia de Guadalajara. De todas las expropiaciones, en un 90 por ciento de los casos  se acordó el justiprecio por mutuo acuerdo, recuerda Pedro José Sanz Boixareu. Lo que da buena cuenta de la capacidad negociadora del alcalde.
Javier recuerda que durante sus años de estudiante de Bachillerato, hacia los 60, Guadalajara era, junto a Teruel, Soria y Cuenca, de las capitales más pequeñas de España. Tras haber llegado a los 25.000 habitantes, la marcha de la Academia Militar dejó la ciudad sin militares y sin una clase media que sobrevivía gracias a la actividad de este centro. Salvador Cañas, secretario del Ayuntamiento, insistía en la necesidad de superar los 20.000 habitantes, puesto que ello permitiría recibir mayor presupuesto. Por poner un ejemplo, el presupuesto del Ayuntamiento para 1953 apenas alcanzaba los tres millones de pesetas. Con estos mimbres, muchos fueron los esfuerzos que hubo de redoblar Pedro Sanz Vázquez para llevar la ciudad a la estela del desarrollo de la que hoy disfruta. El mismísimo alcalde, acompañado por algunos miembros de su Corporación, se fue hasta Torija para descubrir cuál era el problema que impedía que a la ciudad llegara agua potable con la cantidad y la calidad necesarias. “Cortaron una sección de la tubería y comprobaron que se había acumulado tanta cal que se había reducido su sección util a menos de la mitad”, recuerdan sus hijos, quienes señalan divertidos que se hicieron pisapapeles, como recuerdo, con algunos trozos de aquella tubería. El 26 de julio de 1957 se tendía una línea eléctrica entre Torija y el manantial de Valdegrudas, para poder accionar motores y elevar el agua. Al año siguiente se aprueba el proyecto de captación y conducción de agua en el manantial Fuente de Lucena, con un importe de 1,6 millones de pesetas y se aprueba un proyecto de mejora del abastecimiento, que costará 4 millones de pesetas, la mitad costeada por el Estado. Con estos proyectos se solucianaba el grave problema de abastecimiento de agua en la ciudad. “Tenía ideas extraordinarias y grandes iniciativas”, aseguraba en La Prensa Alcarreña, Ramón del Río, en 1979, uno de los guadalajareños que compartió Corporación con Sanz Vázquez.
También colaboró con él en las tareas municipales, Juan Ruiz López, dueño de la famosa Sombrerería Ruiz que aún hoy oferta sus productos en las proximidades de la iglesia de Santiago. “Fue el gran amigo de mi padre”, recuerdan sus hijos, indicando que incluso murió cogido de la mano de Pedro Sanz Vázquez. ‘Juanito’, como así le llamaban, compartió con don Pedro y su familia sus vacaciones veraniegas y compartía también confesiones y conversaciones con el genial alcalde en la trastienda de su negocio, mientras degustaba unas angulas con guindilla que don Pedro le llevaba envueltas en papel de estraza. Entre los representantes institucionales, Pedro Sanz Vázquez mantuvo estrecha relación de mutuo afecto y amistad con los gobernadores civiles Miguel Moscardó y Pedro Zaragoza Orts . También fue buena su relación con Juan Manuel Pardo Gayoso, gobernador civil ante quien presentó su dimisión como alcalde, por carta, el 15 de febrero de 1963.
Otra de las convicciones que abrazó Sanz Vázquez durante su mandato fue la necesidad de trasladar la Nacional II lejos de su antiguo trazado, la calle Ingeniero Mariño. Fueron numerosos los viajes que realizó a Madrid para solicitar esta obra que entendía fundamental para el desarrollo ordenado de la ciudad. A este respecto, su hijo Pedro José recuerda una anécdota. “Un día llamaron a casa, era el ministro de Obras Públicas, el conde de Vallellano, se puso mi padre y le empezó a contar que estaba en un gran atasco en la Nacional y que tenía que hacer algo para que eso no se produjera. Mi padre le dijo, me alegra señor ministro que me diga esto porque llevo años pidiéndoles que me ayuden a resolver este problema”.
Para una ciudad en crecimiento, las necesidades de vivienda eran urgentes. Y con la intención de dar respuesta a esta demanda, don Pedro Sanz Vázquez impulsó el proyecto de construcción de viviendas en la Era del Canario, cuyos primeros vecinos llegaban en 1961. Una muestra más de la gratitud de los ciudadanos de Guadalajara hacia su Alcalde fue la solicitud de los adjudicatarios de las viviendas subvencionadas construidas por el Ayuntamiento en el camino de El Sotillo de que dicha barriada llevara el nombre de Colonia del Doctor Sanz Vázquez.
En el ámbito más social, Pedro Sanz Vázquez fue el auténtico salvador del Casino Principal, entidad que presidió desde los años 40 y durante más de 20 años. La Junta Directiva que presidió fue llamada La Milagrosa, por haber logrado salvar de una muerte casi segura a este dinamizador de la vida en Guadalajara. Logró negociar un crédito para sanear su malograda economía y declarar prescritas las deudas con antiguos obligacionistas. En diciembre de 1952 se inauguraba el reconstruido edificio, que aún hoy luce un retrato de su presidente perpetuo. También dedicó un gran empeño a la construcción de la plaza de toros, que en 1957 sustituyó al antiguo recinto de madera. Su hijo Pedro José recuerda cómo don Pedro, acompañado por su gran amigo ‘Juanito’ y su hija María Luisa, que como madrina de la Peña Taurina Alcarreña había llegado al coso taurino en calesa, dieron una apoteósica vuelta al ruedo a petición del público asistente. A diferencia de los toros, una de sus grandes aficiones, el fútbol no era su fuerte. Sin embargo no dudó, por ejemplo, en donar 10.000 pesetas de su bolsillo para la supervivencia del Club Deportivo Guadalajara, entidad que también presidió durante una temporada. “Un día en el campo del Hogar del Productor, estaba en la tribuna viendo un partido y gritó: ¡penalti!. Pero don Pedro, si ha sido córner, le dijeron. Eso quería decir, eso, contestó él”, cuenta su hijo Pedro José a modo de anécdota. Puso en marcha además la Escuela de Enfermería, lo que le valió un entrañable homenaje por parte de este gremio. Es uno de los tantos que recibió. Su lista de reconocimientos incluye su más preciado galardón, la Medalla de Oro de la Ciudad, el título de Hijo Adoptivo de la Ciudad, así como la Encomienda de la Orden del Mérito Civil, la Cruz al Mérito Militar, la Medalla de Plata al Mérito en el Trabajo y la Medalla de Oro al Mérito Taurino, entre otras muchas condecoraciones y distinciones.