Trieste, la joya de los Habsburgo en la costa adriática
07/12/2011 - 10:55
A Trieste no se llega por casualidad. Esta joya de los Habsburgo, llena de tradición cultural y por la que han pasado escritores como James Joyce, Raina Maria Rilke o Claudio Magris, se esconde en el último recodo de la costa adriática italiana, entre el altiplano cársico y Eslovenia, y en los últimos años ha pasado de ser una ciudad de frontera con el mundo comunista al corazón de la nueva Europa.
El triestino es un personaje curioso, provinciano orgulloso de unas raíces en las que se mezcla la impronta eslava (con una importante comunidad de minoría eslovena), judía, griega y centroeuropea, resultado de años de pertenencia al Imperio Habsburgo, que tenía en el puerto de esta ciudad su principal salida al Mediterráneo.
Sin embargo, la Segunda Guerra Mundial y el breve tiempo que fue una ciudad estado independiente dieron paso a una pérdida de protagonismo de esta urbe, que se convirtió en paso fronterizo con la antigua Yugoslavia, punto final de una Europa que comenzaba a unirse.
Pero tras la entrada de Eslovenia en la Unión Europea, la historia dio un nuevo giro de tuerca, situando a Trieste como punto clave de las relaciones con los países del Este y haciendo interesantes las inversiones en infraestructuras de transportes y de turismo en las cercanas costas croatas.
Hoy, Trieste se debate entre una modernidad que no acaba de llegar y un pasado rico en cultura, que tiene como mejor ejemplo la Piazza Unitá, la mayor plaza abierta al mar en todo el continente, donde cada verano se celebran multitud de conciertos que completan así la amplia oferta de los teatros de lírica y prosa (el Verdi y el Rossetti, respectivamente), que desde hace décadas abren sus puertas en la ciudad, siguiendo la estela del teatro que ya existió en época romana y cuyos restos aún son utilizados esporádicamente para algunas funciones.
Rodeada de edificios neoclásicos, entre ellos el Ayuntamiento y uno de los cafés históricos, la plaza está coronada por la fuente de los Ríos de los Cuatro Continentes, y tiene continuidad en el llamado Molo Audace, un largo espigón que permite ver el lugar desde la distancia y sentirse como flotando en medio del mar.
Además, las posibilidades culturales incluyen una visita a la catedral y el Castello di San Giusto, recuperado tras una importante inversión municipal y que alberga el Museo Civico y diversas actuaciones estivas al aire libre.
El Museo Naval, el Museo de Historia y Arte, la sinagoga o la iglesia servo-ortodoxa son otras opciones para conocer en Trieste, así como el bellísimo Castillo de Miramare, lugar de reposo del archiduque Maximiliano de Habsburgo y de clausura obligada para su consorte Carlota, en el que se pueden visitar tanto sus impresionantes interiores como sus cuidados jardines.
ALREDEDORES DE TRIESTE
Muy cerca del centro urbano se puede conocer también la Grotta Gigante, la cueva subterránea más grande de Europa; el Castillo de Duino, accesible a través de una ruta colgada sobre el mar que Rilke solía recorrer para inspirarse; y el Santuario de Monte Grisa.
Y no se puede dejar pasar tampoco la oportunidad de tomar un café Illy (empresa de la zona) en alguno de los centenarios locales de sabor modernista que se pueden encontrar en la ciudad, como el Café San Marco, por los que han pasado grandes iconos de la cultura italiana del ultimo siglo como los escritores Saba o Svevo.
Lugares todo ellos que rezuman historia y que hoy en día inspiran una cierta nostalgia de un tiempo que se fue para no volver, fenómeno que se verifica también en el paulatino declive en el que ha ido cayendo el puerto en beneficio de otras marinas cercanas, sobre todo en la mucho más barata Eslovenia.
Perdura no obstante la mayor manifestación de la tradición náutica de la localidad: la regata de la Barcolana, que cada mes de octubre atrae a multitud de regatistas y veleros de todo el mundo, consiguiendo prácticamente doblar el aproximadamente cuarto de millón de habitantes que están censados en la ciudad.
TOMAR EL SOL EN BAÑOS CENTENARIOS
El clima templado de Trieste permite además disfrutar del sol tanto en pleno paseo marítimo, donde los triestinos no dudan en extender sus toallas antes de darse un chapuzón en este rocoso trozo de mar, como en baños centenarios, como el construido por la emperatriz María Teresa de Austria, a los que se tiene que acceder en muchas ocasiones mediante empinadas escaleras o incluso ascensor, ya que la cercanía del monte ha obligado a los triestinos a construir una ciudad que serpentea ladera arriba, ofreciendo así multitud de puntos panorámicos sobre la costa.
No en balde, en el Carso existen poblaciones que, aunque lo más natural sería pensar que son más montañeras que otra cosa, resultan ser pueblos pescadores, cuyos habitantes acceden en pocos minutos a la costa 'descolgándose' por las faldas del monte.
Esta peculiaridad, junto con la mezcla de culturas que aquí se encuentran, han otorgado a Trieste una rica gastronomía en la que se mezclan la pasta o la pizza típicamente italianas con productos cuyo origen eslavo se deduce ya por el nombre: los cevapcici, unos palitos de carne de ternera, cerdo y cordero especiados que se cocinan a la brasa y se toman acompañados por la salsa aivar, a base de pimientos; o la jota, una sopa a base de repollo y judías, más que apetecible los días que sopla la bora (un fuerte viento del nor-noreste).
Además, la cocina mitteleuropea también ha dejado su impronta en este territorio (con platos como el gulasch), confundiéndose con los años con la propia tradición triesteina, cuya mejor manifestación son los platos más humildes como las patatas 'in tecia' (cocidas y cocinadas en la sartén acompañadas por cebolla y tocino) o los diferentes tipos de embutidos.
Los helados y otros postres como la putizza (un bizcocho enrollado y relleno de pasas, frutas escarchadas y varios tipos de frutos secos) son otras posibilidades culinarias de la zona, donde en cualquier caso siempre es posible encontrar buen pescado de temporada que los pescadores venden en muchas ocasiones directamente a los restaurantes y cuyos nombres difieren enormemente de los que reciben en el resto de la 'bota'.
Y para bajar tamaña comida nada mejor que ir a dar un buen paseo por el Carso, cuyas amplias explanadas guardan ecos de otras épocas, como los duros años de la ocupación alemana (cuyo más vivo testigo es la Risiera di San Sabba, el único campo de concentración nazi en toda la península itálica) y la prepustnica (el permiso que los ciudadanos de frontera tenían para poder pasar fácilmente al lado comunista del mundo).
Trieste y su provincia son, en fin, un territorio más conocido por austriacos y exyugoslavos que por los propios italianos y que, a pesar de su cercanía con Venecia, ofrece un panorama totalmente diferente, donde el pan nuestro de cada día es oír hablar en esloveno o triestino (el dialecto de la zona) y leer carteles bilingües que recuerdan los nombres que unos y otros han puesto a este pedazo del mundo que muchos han considerado suyo.
Sin embargo, la Segunda Guerra Mundial y el breve tiempo que fue una ciudad estado independiente dieron paso a una pérdida de protagonismo de esta urbe, que se convirtió en paso fronterizo con la antigua Yugoslavia, punto final de una Europa que comenzaba a unirse.
Pero tras la entrada de Eslovenia en la Unión Europea, la historia dio un nuevo giro de tuerca, situando a Trieste como punto clave de las relaciones con los países del Este y haciendo interesantes las inversiones en infraestructuras de transportes y de turismo en las cercanas costas croatas.
Hoy, Trieste se debate entre una modernidad que no acaba de llegar y un pasado rico en cultura, que tiene como mejor ejemplo la Piazza Unitá, la mayor plaza abierta al mar en todo el continente, donde cada verano se celebran multitud de conciertos que completan así la amplia oferta de los teatros de lírica y prosa (el Verdi y el Rossetti, respectivamente), que desde hace décadas abren sus puertas en la ciudad, siguiendo la estela del teatro que ya existió en época romana y cuyos restos aún son utilizados esporádicamente para algunas funciones.
Rodeada de edificios neoclásicos, entre ellos el Ayuntamiento y uno de los cafés históricos, la plaza está coronada por la fuente de los Ríos de los Cuatro Continentes, y tiene continuidad en el llamado Molo Audace, un largo espigón que permite ver el lugar desde la distancia y sentirse como flotando en medio del mar.
Además, las posibilidades culturales incluyen una visita a la catedral y el Castello di San Giusto, recuperado tras una importante inversión municipal y que alberga el Museo Civico y diversas actuaciones estivas al aire libre.
El Museo Naval, el Museo de Historia y Arte, la sinagoga o la iglesia servo-ortodoxa son otras opciones para conocer en Trieste, así como el bellísimo Castillo de Miramare, lugar de reposo del archiduque Maximiliano de Habsburgo y de clausura obligada para su consorte Carlota, en el que se pueden visitar tanto sus impresionantes interiores como sus cuidados jardines.
ALREDEDORES DE TRIESTE
Muy cerca del centro urbano se puede conocer también la Grotta Gigante, la cueva subterránea más grande de Europa; el Castillo de Duino, accesible a través de una ruta colgada sobre el mar que Rilke solía recorrer para inspirarse; y el Santuario de Monte Grisa.
Y no se puede dejar pasar tampoco la oportunidad de tomar un café Illy (empresa de la zona) en alguno de los centenarios locales de sabor modernista que se pueden encontrar en la ciudad, como el Café San Marco, por los que han pasado grandes iconos de la cultura italiana del ultimo siglo como los escritores Saba o Svevo.
Lugares todo ellos que rezuman historia y que hoy en día inspiran una cierta nostalgia de un tiempo que se fue para no volver, fenómeno que se verifica también en el paulatino declive en el que ha ido cayendo el puerto en beneficio de otras marinas cercanas, sobre todo en la mucho más barata Eslovenia.
Perdura no obstante la mayor manifestación de la tradición náutica de la localidad: la regata de la Barcolana, que cada mes de octubre atrae a multitud de regatistas y veleros de todo el mundo, consiguiendo prácticamente doblar el aproximadamente cuarto de millón de habitantes que están censados en la ciudad.
TOMAR EL SOL EN BAÑOS CENTENARIOS
El clima templado de Trieste permite además disfrutar del sol tanto en pleno paseo marítimo, donde los triestinos no dudan en extender sus toallas antes de darse un chapuzón en este rocoso trozo de mar, como en baños centenarios, como el construido por la emperatriz María Teresa de Austria, a los que se tiene que acceder en muchas ocasiones mediante empinadas escaleras o incluso ascensor, ya que la cercanía del monte ha obligado a los triestinos a construir una ciudad que serpentea ladera arriba, ofreciendo así multitud de puntos panorámicos sobre la costa.
No en balde, en el Carso existen poblaciones que, aunque lo más natural sería pensar que son más montañeras que otra cosa, resultan ser pueblos pescadores, cuyos habitantes acceden en pocos minutos a la costa 'descolgándose' por las faldas del monte.
Esta peculiaridad, junto con la mezcla de culturas que aquí se encuentran, han otorgado a Trieste una rica gastronomía en la que se mezclan la pasta o la pizza típicamente italianas con productos cuyo origen eslavo se deduce ya por el nombre: los cevapcici, unos palitos de carne de ternera, cerdo y cordero especiados que se cocinan a la brasa y se toman acompañados por la salsa aivar, a base de pimientos; o la jota, una sopa a base de repollo y judías, más que apetecible los días que sopla la bora (un fuerte viento del nor-noreste).
Además, la cocina mitteleuropea también ha dejado su impronta en este territorio (con platos como el gulasch), confundiéndose con los años con la propia tradición triesteina, cuya mejor manifestación son los platos más humildes como las patatas 'in tecia' (cocidas y cocinadas en la sartén acompañadas por cebolla y tocino) o los diferentes tipos de embutidos.
Los helados y otros postres como la putizza (un bizcocho enrollado y relleno de pasas, frutas escarchadas y varios tipos de frutos secos) son otras posibilidades culinarias de la zona, donde en cualquier caso siempre es posible encontrar buen pescado de temporada que los pescadores venden en muchas ocasiones directamente a los restaurantes y cuyos nombres difieren enormemente de los que reciben en el resto de la 'bota'.
Y para bajar tamaña comida nada mejor que ir a dar un buen paseo por el Carso, cuyas amplias explanadas guardan ecos de otras épocas, como los duros años de la ocupación alemana (cuyo más vivo testigo es la Risiera di San Sabba, el único campo de concentración nazi en toda la península itálica) y la prepustnica (el permiso que los ciudadanos de frontera tenían para poder pasar fácilmente al lado comunista del mundo).
Trieste y su provincia son, en fin, un territorio más conocido por austriacos y exyugoslavos que por los propios italianos y que, a pesar de su cercanía con Venecia, ofrece un panorama totalmente diferente, donde el pan nuestro de cada día es oír hablar en esloveno o triestino (el dialecto de la zona) y leer carteles bilingües que recuerdan los nombres que unos y otros han puesto a este pedazo del mundo que muchos han considerado suyo.