Alineación política
07/06/2014 - 23:00
Desde que Carlos Marx destrozó al hombre, o sea, lo troceó en las famosas cinco clases de alienaciones, privándole de la unidad y trascendencia de la persona, no es posible recomponer la igualdad que todos queremos conseguir mediante la acción democrática. La alienación ideológica, la religiosa, la social, la económica y la política todas se pueden resumir en esta última. La democracia está llamada a implantar esa igualdad entre los que mandan y los que obedecen, entre el Estado y la sociedad civil, entre los gobernantes y los ciudadanos. Hay demasiada diferencia y separación entre ambos extremos. Para más confusión, los políticos se han constituido en clase social formando una burguesía rodeada de privilegios, favores, servicios, exenciones, prebendas e inmunidades añadiendo más complejidad y alienación a esta sociedad. Así no se consigue la igualdad. Contrariamente a lo que se cree, la democracia no ha supuesto un mejor reparto del poder sino una multiplicación de sus centros y de su interés. Todos quieren poder, todos quieren dominar, todos quieren ser servidos y no servir. Así no se termina con las contradicciones sociales existentes y algunos optan directamente por la confrontación o la revolución en vez del diálogo.
Eso ya no es democracia. Todo el acento que se pone en la explicación de la alienación económica como explotación capitalista del hombre por el hombre, se puede aplicar a la alienación política como explotación del ciudadano que, haciendo uso de su soberanía y libertad, elije o entrega su representación a otros hombres que se enriquecen con él, convirtiendo al ciudadano y a su voto en mercancía, despreciando la libertad y dignidad de los mismos. Con ello, el poder político que sale del hombre, existe objetivamente fuera de él, independiente de él y se vuelve contra él. El abuso diario del poder político como rutina y corrupción hace que el ciudadano pierda su entusiasmo ante tanta burocracia, administración y oficialidad creadas para mantenerle a él alejado de los centros de decisiones en virtud de una delegación (alienación) del poder que es lo único en que todos nacemos iguales aunque inmediatamente nos adscriben a uno u otro bando, a los poderosos o a los súbditos. Nacemos ya políticamente alienados o alineados si no se quiere crear confusión en los términos. Todo ello degenera en un abandono de sus derechos y obligaciones, por parte de los ciudadanos, o un desinterés por su labor de participación.
La alienación política va a ir en aumento con la irrupción de la tecnología en la administración donde el individuo, el ciudadano particular viene reducido a la masa impersonal, desconocida y del anonimato. Lo más grave es que el sentimiento de alienación o lejanía se transforma en una sensación de impotencia para luchar contra un aparato gigantesco de poder, trámites y exigencias que se levantan entre él como un muro insuperable. Ante ello muchos optan por el abandono de las exigencias del sentido de su participación en política. Y sin participación no hay democracia.