Ante el Día del Seminario

18/03/2014 - 23:00 Atilano Rodríguez

Los encuentros de Jesucristo resucitado con los apóstoles y discípulos transformaron radicalmente su forma de pensar y de vivir. La tristeza y desesperanza, que anidaban en sus corazones como consecuencia de la muerte del Maestro, se transformaron muy pronto en profunda alegría, una alegría que nada ni nadie podrá quitarles. Desde aquel momento histórico, los apóstoles y millones de cristianos, acogiendo el encargo de Jesús, viven la urgencia de anunciar a otros la increíble noticia del amor y de la salvación de Dios, porque han experimentado en sus personas que solamente quienes se dejan encontrar por el Señor son liberados del pecado, de la tristeza, de la falta de sentido y del vacío interior.
En virtud del sacramento del bautismo, todos los cristianos hemos recibido también el encargo de contagiar y transmitir a nuestros semejantes la verdadera alegría del Evangelio. De un modo especial, los sacerdotes tenemos la gozosa misión de comunicar e irradiar esta alegría a los hermanos, puesto que hemos sido constituidos en ministros del Evangelio por el sacramento del orden. Cada día tenemos que dar incesantes gracias a Dios por el don del sacerdocio a la Iglesia y por la entrega generosa de nuestros sacerdotes. Ellos, sin escatimar esfuerzos y sacrificios, se acercan a nuestros pueblos, visitan a los enfermos, ofrecen consuelo a quienes están tristes, celebran los sacramentos de la salvación y anuncian la alegre noticia del amor de Dios a todos los hombres. En la actualidad, debido a la avanzada edad de algunos y al descenso de vocaciones al sacerdocio, no resulta fácil ofrecer a todos los fieles de la diócesis la misma atención pastoral que en otros tiempos.
Pero, esto no puede desanimarnos. Al contrario, debe despertar en todos los bautizados la conciencia misionera, impulsándoles a asumir nuevas responsabilidades en la acción evangelizadora de la Iglesia. La Iglesia y el mundo necesitan de la colaboración decidida de los creyentes para construir la fraternidad entre todos los hombres, para defender los derechos de cada ser humano y para anunciar la alegría del Evangelio. Pero, de un modo especial, es preciso que surjan muchos jóvenes, dispuestos a renunciar a los criterios del mundo para anunciar a los demás la alegría del amor y de la salvación de Dios. Para ello, como nos recordaba el Papa Francisco a los Obispos españoles, en la reciente visita ad limina, hemos de poner la pastoral vocacional como un aspecto absolutamente prioritario de la evangelización, acompañando espiritualmente a los niños y jóvenes que muestren alguna inquietud vocacional y secundando con decisión las propuestas de las delegaciones diocesanas de pastoral vocacional y juvenil. Ante la próxima celebración del día del Seminario, oremos especialmente por las vocaciones y pidamos a Dios, por intercesión de San José, patrono del Seminario y modelo de todo cristiano por su obediencia y fidelidad a Dios, que conceda a los sacerdotes y a quienes se preparan para serlo la verdadera alegría, absolutamente necesaria para que el mundo crea en Jesucristo como el enviado del Padre. San José, patrono del Seminario y modelo de todo cristiano por su obediencia y fidelidad a Dios, que conceda a los sacerdotes y a quienes se preparan para serlo la verdadera alegría, absolutamente necesaria para que el mundo crea en Jesucristo como el enviado del Padre.