Basilio

19/06/2014 - 23:00 José Serrano Belinchón

Basilio, al grupo de treinta reclutas analfabetos que llegaron con él al campamento y a mí, nos mandaron a la escuela tres tardes por semana a la hora del paseo. Eran las cosas de la Mili, allá por los años sesenta. Basilio Hernández era gitano, natural de Toledo, el único calé de todo el campamento. Un tipo muy especial, y muy alegre, que llegó a la Mili con toda la ilusión del mundo por hacerse corneta, de tocar diana, fajina y retreta, marcando florituras a toque de cornetín. Un delirio que arrastró desde que era niño y solía escuchaba a distancia los toques de algún cuartel en la Ciudad Imperial. Lo más triste de esta historia es que a Basilio le exigían saber leer y escribir para entrar en el grupo de cornetas, cuando él apenas si conocía las cinco vocales, porque jamás lo habían llevado a una escuela.
Con esa base como punto de partida, nuestro hombre se empeñó en poner a salvo todos los inconvenientes a fuerza de aplicación y de esfuerzo; de manera que apenas tenía un momento libre después de la instrucción, se sentaba sobre el petate a la puerta de la tienda y se ponía a repasar la cartilla o a trazar garabatos en el cuaderno, copiando frases que luego no sabía leer. El día que descubrió que aquel chorro de hormigas que andaban por el papel encerraba un mensaje, Basilio se lo contaba a todo el que pasaba por allí; se sentía enormemente feliz, y cuando me encontraba por las calles del campamento me solía decir batiendo su gorra: ¡Maeztro, qué grandez que zemoz!. Yo le respondía: ¡Y sobre todo, tú!, y se ponía a dar saltos. Basilio aprendió a leer y a escribir en los tres meses, poco más, que duró el campamento. Tanto a él como a mí, la Mili nos sirvió para algo. Digo esto, porque hace unos días he leído cómo el Papa Francisco se había reunido con algunos de los participantes en el Congreso Mundial sobre Cuidado Pastoral a los gitanos, y entre otras cosas dijo que “los gitanos están entre los más vulnerables de la sociedad, sobre todo cuando falta la ayuda necesaria para la integración y promoción de la persona en las dimensiones de la vida civil”. Entre las formas de discriminación que sufren los gitanos están la educación, la sanidad, el empleo y la vivienda -añadió el Pontífice-, destacando además, que también ellos están llamados al bien común, y que en el camino de la integración, también deben poner algo de su parte.
Pasaron aquellos primeros meses de campamento y le perdí la pista. A cada uno nos destinaron a puestos y a lugares diferentes. De Basilio pude saber que se pasó el año y pico que todavía nos faltaba de servicio militar, tocando el cornetín en el cuartel. Fue un hombre feliz, había logrado convertir en realidad su más grande ilusión. Nunca he dudado de que se habrá abierto un digno camino en la vida, sencillamente porque fue capaz de poner de su parte en aquel momento crucial, lo mejor que tenía: la ilusión y el esfuerzo.